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sábado, 8 de agosto de 2015

Entre dos fuegos (Saga "El reflejo púrpura) - Capítulo 3



Capítulo
III
Traslado de cárcel
Ante los ojos de Thomas

Acaricié el brazalete que me había entregado Terius después de la acalorada discusión que tuvimos esa noche, al momento de su arribo del trabajo, pretendiendo dormir a  mi lado como si nada hubiese sucedido, creyendo que la visita de Alexia me había hecho olvidar lo del maldito grillete mágico.
—No creas que vas a dormir en mi habitación esta noche después de lo que piensan hacerme tú y Alexander… FUERA, FUERA DE MI CUARTO, AHORA MISMO, TERIUS… FUERA —le espeté al entretenido joven, el cual rió tratando sin éxito de acceder a mi alcoba, arrojándole la puerta tan fuerte, que terminé pisándole los dedos con esta, para no dejarle entrar.
“Siempre armas tus berrinches y luego terminas cediendo ante el idiota ese… ¿Por qué?... ¿Por qué Terius posee la capacidad de hacerme sentir vulnerable?”.
Aquello era como si yo disfrutara el que estuviese tan pendiente de mí a pesar de tanto desprecio y humillación de mi parte;  poseer la certeza de que él estaría allí para mí, y saber que él estaba consciente de ello, llenó todo ese vacío que había en mi pecho, aunque no del todo.
“Vengo por ti el domingo, pasarás toda la semana en mi departamento. Sé que piensas que es una encerrona tras otra, pero prometo hacerla mucho más llevadera”.

Me había prometido el flaco, aunque muy en el fondo sabía que aquello, más que un cambio de ambiente, sería un traslado de cárcel, imaginando que mi carcelero se valdría de la situación para pretenderme.
—Pinta, papito, ¿por qué te quedas así?... —preguntó Emma colocando cara de tonta, haciendo alusión a que mi semblante había cambiado a uno donde, al parecer, mantuve una mirada extraviada, perdiéndome en mis neblinas mentales.
—Lo siento, estaba pensando… —respondí volviendo a retomar el coloreado del dibujo que Emma había hecho, alegando que era Bell.
Estábamos en la sala, yo a la espera del arribo de Terius, y Emma dibujando aún en piyamas, esperando a que Albsev se levantara, imaginando que ahora el chico vivía en una constante luna de miel junto a Orión, haciendo que el solo imaginarme aquello me diera un ataque de úlcera.
Se escuchó acercarse lo que parecía ser una moto o algo por el estilo, lo cual se aparcó en frente de la casa, mientras percibí a mis espaldas un par de risas, girando la cabeza hacia atrás, encontrándome con Albsev y Orión, los cuales bajaron jugueteándose entre sí, clavándole la mirada a mi ex pareja, quien trató de controlar el jugueteo que Orión mantenía con él, ante mi cara de pocos amigos.
No dije nada, pero no pude evitar sentir rabia y cierto odio hacia mí mismo al ver como Albsev, al parecer, era feliz junto a la persona que un día había jurado hacer cualquier cosa por mí, con tal de retribuirle el amor que según él me tenía, haciéndome sentir aun más miserable de lo que ya me sentía, al ver que había perdido el amor de ambos jóvenes.
—Aaamm… buenos días —saludó Albsev, a lo que simplemente le ignoré, siendo Emma quien respondiera a los buenos días, levantándose del suelo justo cuando Orión alegaba en aquel tono suyo, cargado de sarcasmo.
—¡Vaya!... como se ha perdido la educación en esta casa. —Respondiéndole después de levantarme del suelo, para encarar al cretino.
—La educación se perdió desde que cierto oportunista tomó ventaja de mi debilidad…
—¿Tu debilidad o tu falta de amor?... porque si en verdad hubieses amado a Albsev, no hubieses ni siquiera tomado esas vacaciones. —Allí volvía de nuevo mi ira, y aunque sin duda Leónidas tenía razón y era más conmigo mismo que con Orión, yo deseaba darme el gusto de callarle la boca de una trompada, escuchando que alguien abría la puerta, justo cuando alcé mis manos para tomar a mi primo del cuello, donde Albsev se interpuso entre el chico y yo.
—Ya basta, demonios… ¿hasta cuándo va a seguir esta disputa entre ustedes dos?... —Albsev empujó a Orión a un lado, aferrándome de la chaqueta jean, tratando de mantenernos separados.
—Bueno, bueno… ¿acabo de llegar y ustedes dos ya andan como perros y gatos? —preguntó Terius, tomándome del brazo para apartarme de ambos chicos, los cuales me miraron con el ceño fruncido.
—¿Por qué siempre haces rabiar a mi papi, tío Orión? —preguntó la niña mientras Terius me giró bruscamente para que le mirara.
—¿Yo?... pero si es él quien me tiene rabia —respondió mi primo, mientras observé detenidamente el atuendo que traía Terius, escudriñándole con la mirada de arriba hacia abajo.
Traía una chaqueta de cuero, con remaches y cadenas, muy al estilo pandillero de los setenta, un jean desgastado y rasgado a la altura de las rodillas, el cual hacía juego con una camiseta negra con el estampado de una calavera que mostraba una bandana en la cabeza que decía “Heavy metal”, enfocándome en sus manos, las cuales estaban cubiertas por unos guantes de cuero, que no solo hacían juego con la chaqueta, sino también con las botas negras, que eran tan pintorescas como todo su atuendo.
—¿Se puede saber de dónde vienes? —pregunté, tratando de contener mi mal genio, escuchando como Albsev retaba a Orión, llevándoselo a la cocina junto con Emma, la cual regañaba de igual modo a mi primo, perdiéndose los tres de vista.
—Yo vengo de mi departamento, así me visto cuando no tengo que ir a trabajar. —No traía gomina en el cabello como siempre, dejando que sus cobrizos rulos cayeran sobre su cabeza como mejor les pareciera.
—Así que eres fiscal los días laborales y pandillero los fines de semana. —Terius rió, alegando que no era pandillero, sino que tenía la misma afición de su familia materna.
—¿Asaltar bancos, aterrorizar a la gente, vender drogas? —Terius frunció el ceño, caminando hacia la maleta que había dejado en uno de los muebles de la sala encantada, la cual se encontraba sin ánimos de mostrarnos nada
—Luego te lo explico, andando, pequeño… que primero vamos a hacerte los análisis.
—¿Hoy domingo?... —pregunté acercándome a él, quien abrió la puerta llevando la maleta consigo, dejando la entrada abierta para que le siguiera, mientras respondía.
—Hay un laboratorio invening como tú querías, que trabaja todos los días en una pequeña clínica camino a mi departamento, así que te puedo llevar allí, y cuando estén los resultados podemos ir juntos a buscarlos… ¿te parece?
Le asentí, comenzando a percibir aquel escalofrío de saber que me extraerían sangre… era realmente estúpido, ya que había  permitido que un vampiro bebiera de mí, pero ese temor era algo que no podía controlar, le tenía pánico a las hipodérmicas, después de tantas inyecciones recibidas en aquel sanatorio.
—¡Pues si no queda de otra! —respondí saliendo de la casa, observando la enorme moto que se encontraba estacionada al lado del Ferrari, el cual permaneció cubierto por una gruesa lona negra.
—¡Por todos los cielos!… ¿Eso es tuyo o la pediste prestada para impresionarme? —Él sonrió, respondiéndome después de dejar mi maleta a un lado de la enorme maquina de dos ruedas.
—Es lo que me queda de mi padre… él la dejó al cuidado de mi madre. Era su pasión, mis abuelos detestaban que él la usara y siempre la guardaba en casa de mi madre… ahora es mía. —Me acerqué a la moto observándola detalladamente.
—¿Es una Kawasaki? —Terius asintió, alzando la maleta para colocarla en la parte trasera del vehículo, mientras acaricié el asiento de cuero.
—¿Sabes manejar motos? —preguntó el flaco, a lo que negué con la cabeza.
—No, pero me gustaría aprender… ¿me enseñarías? —El joven me asintió, después de acomodar bien la maleta en la parte trasera, colocándose del otro lado de la espectacular maquina.
—Te enseñaré, pero no con esta… le pediré a “Cut Face” que me consiga una motocicleta de segunda, no quiero que me destroces la mía —Fruncí el ceño ante su poca fe hacia mi persona, preguntándole quién demonios era “Cut Face”—. Es uno de los lobos del grupo… ya los conocerás.
—¡Vaya!... y yo que me sentí Bella Swan al ver los diversos moretones en mi cuerpo después de una noche de loca pasión con “el vampiro” —solté aquello en forma despectiva—. Ahora resulta que me he enredado con el lobo alfa de la manada de Chattanooga, solo me falta que Aldron sea mi padre y tú te imprimas de Emma.
Terius soltó una carcajada, negando con la cabeza, alegando que el macho alfa era el tal Andrew, del que había escuchando mencionar en el juicio de los Lombrich, pero que entre los licántropos, no funcionaba igual que en aquella saga.
—Andrew no es un Sam que puede comandarlos a todos… no es que posea un vínculo con los demás licántropos, eso se lo ha ganado él a pulso, o mejor dicho, a mordidas, rasguños y fuertes contiendas entre las manadas, son varias… no es una sola, solo que digamos que la de mi madre y Andrew es la más antigua, y por consiguiente, son los que tienen más jerarquía sobre las demás. —Le asentí, completamente fascinado, tanto con lo que me contaba como con la moto.
—Comprendo… —respondí, volviendo a enfocarme en el vehículo, preguntándole qué modelo de Kawasaki era.
—Es una Kawasaki Ninja GPZ 400R año 1985… —A pesar de ser uno de los modelos viejos, Terius la mantenía en perfecto estado.
—¿Por qué nunca la usas?
—Pues como te dije, solo la uso los fines de semana, cuando voy a ver a mi madre o a las carreras, en el trabajo me traslado por medio de los nexus, es mucho más rápido. —Alcé el rostro para verlo, asombrado de saber que Terius no era el niño bueno de los Townsend y que este poseía un lado rebelde que, al parecer, muchos desconocían.
—¿Las carreras? —Él sonrió al ver mi cara de asombro, montándose sobre el vehículo, siendo Albsev quien respondiera, saliendo de la casa junto a Emma, la cual corrió hacia mí, tomándola entre mis brazos.
—T. es la oveja negra de los Townsend, todas las familias tenemos una… —Terius rió, alzando el pulgar mientras Albsev prosiguió— Bueno, Lyra está a punto de quitarle el trono, pero sin duda T. le ha sacado canas verdes tanto a mi padre como a los abuelos —Se aclaró la garganta y argumentó—. Hay carreras de autos y de motos, a las afueras del condado de Marion… ¿No? —Preguntó Albsev a su hermano, el cual le asintió sacando de su bolsillo unos diminutos cascos, invocando su báculo para volverlos a su tamaño real, tratando de acomodarles el visor.
—Sí, así es… una vez llevé a Albsev y a Jonás… la abuela Morgana casi me mata por eso. —Ambos rieron ante aquel recuerdo, el cual era algo que al parecer ambos habían disfrutado. Sin duda los Townsend eran una familia unida, se amaban y compartían momentos gratos, algo que jamás tuve en la mía por culpa de Daemon, e incluso, por mi odiosa y por demás pomposa forma de ser, en conjunto con el odio que Drake y Artemisa me tenían.
Emma intentaba acomodarme el mechón de cabello hacia atrás, volteando mi rostro hacia la puerta, donde se encontraba la única persona que había deseado sacarme de toda aquella vida de orgullo y prepotencia, de la que solo había obtenido nada más que desilusión y una completa soledad.
Orión me miró fijamente y yo a él, como si los dos estuviésemos pensado lo mismo al ver como Terius y Albsev se reían al recordar aquellos momentos de travesura, de la que ambos habían sido partícipes, sintiendo una cierta mescolanza de lo que pudo haber sido nuestra adolescencia juntos.
—Bien joven… —Interrumpió Terius aquel momento de conexión visual entre Orión y yo, haciéndome voltear a verle mientras mi primo se recostaba del marco de la puerta, cruzándose de brazos—... despídase que nos vamos. —Terius encendió la moto, haciendo que Emma se cubriera los oídos, observando como el flaco remangó su chaqueta, golpeando su brazalete en contra del mío, haciendo que ambos brillaran en un tono púrpura fuerte, volviendo a su estado normal, imaginando que había activado la alarma de lejanía, haciéndome sentir molesto, tratando de no prestar atención a aquello.
Me acerqué a Albsev, comenzando a besar una y otra vez a Emma por todo el rostro, la cual rió encantada ante mis gestos de cariño, preguntando cuándo volvería de nuevo a casa para ir en busca de su báculo.
—Estaré de vuelta el próximo domingo, ¿está bien?... Prometo ir a buscar tu báculo el martes de la semana entrante que papito Albsev está libre y Astaroth no tiene nada que hacer —Ella asintió, saltando al regazo de Albsev, quien la tomó entre sus brazos, deseándome una feliz semana junto a Terius—. Gracias. —Fue lo único que respondí, dándole un beso en la mejilla después de acariciarle el cabello, acercándome a la moto.
—Te faltó despedirte de alguien más —soltó Terius, volteándome para ver a Albsev, pidiéndole afablemente.
—Despídeme de Astaroth y Stephano, sabes que al parecer les gusta levantarse tarde los domingos. —Albsev frunció el ceño, volteando a ver a Orión, enfocando mis ojos en Terius, quien observó a mi primo por el espejo retrovisor.
—Hablo de tu primo, Thomas —Rodé los ojos quitándole uno de los cascos de mala gana, ignorado aquella petición, montándome en la parte de atrás de la moto, escuchando como el flaco apagaba el motor del vehículo—. No nos vamos a ir hasta que te despidas de Orión. —Aquello no lo podía creer, estaba siendo tratado como un niño malcriado que no deseaba dar su maldito brazo a torcer.
—¿Por qué?... ¿Por qué debo ser yo quien me despida?
—Porque eres tú quien se va… no me hagas arrastrarte, Thomas Ibrahim, que sabes muy bien que lo haré. —Suspiré tratando de aguantarme las palabrotas que deseaba espetarle al malnacido Townsend, teniendo que tragármelas al estar la niña presente, bajándome de la moto, devolviéndole el casco en un gesto brusco, pegándoselo en el estómago al flaco, el cual alegó ya no poseer sistema digestivo por mis interminables golpes hacia su persona, siempre en la misma zona de su cuerpo.
Me acerqué a Orión, caminando hacia la puerta, observando como el muchacho se incorporó de aquella postura que curvó su cuerpo, moviéndose algo incómodo en la entrada de la casa ante mi pronta cercanía, abrazándole raudamente, soltándolo del mismo modo en el que le había aferrado.
—Adiós… —Él se quedó inerte frente a mí, sin decir nada— Cuida de mi nena y de… —Lo pensé por unos segundos, argumentando a mi petición—… de Al como yo no pude hacerlo. —Comencé a caminar de vuelta hacia el vehículo, escuchando un leve “adiós” de los labios de Orión, observando no solo la amplia sonrisa de Albsev, sino también la pícara sonrisa de Terius, la cual se dejó ver por uno de los espejos retrovisores, antes de ponerse el casco, arrancándole nuevamente el mío, colocándomelo después de montarme de nuevo sobre la moto.
—¿Ves que no fue tan difícil? —Se le escuchó decir a Terius, tan claro que creí que estaba dentro del casco, imaginando que estos, o estaban encantados, o tenía un extraordinario sistema de comunicación.
—Púdrete —le contesté aferrándome a su cintura, después de meterle un pellizco en las costillas, haciéndole gritar y al mismo tiempo morirse de las risas.
—Agárrate fuerte, rey —pidió en un tono dulce, aquel tono que, aunque me parecía tan cursi, era como un bálsamo a mi mal genio, despidiéndome nuevamente de Albsev y Emma con un ademán de la mano, aferrándome con fuerza nuevamente de su cintura, sintiendo el suave desplazamiento del vehículo en movimiento, saliendo del 1649 de Minnekahda rd. rumbo al 1401 de Market st.

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Terius iba hablándome mientras yo admiraba el paisaje, tratando de olvidar el mal rato que había pasado en aquel laboratorio donde la estúpida e incompetente enfermera me tuvo que pinchar el brazo dos veces, alegando que mi temor no la dejaba trabajar como se debía.
—…Los muchachos son algo territoriales, aunque suelen llevarse bien con otros grupos… el rollo está con los nuevos licántropos, son demasiado inconstantes y pocas manadas se quieren hacer cargo de un cachorro, o sea, un recién creado —comentó Terius, virando rápidamente la moto, abandonando la carretera asfáltica, adentrándose en un camino borrascoso, comenzando a descender por este, tratando de esquivar los árboles.
—En la “hermandad” de Andrew, como ustedes le llaman a las manadas, ¿hay algún licántropo nuevo?
—Sí, la chica de Andrew es una loba que solo tiene seis años de creada, no sé cómo se llama, jamás he logrado coincidir con ella en casa de mi madre, pero sé que se refieren a ella como “la gata”, dicen que es una fiera —respondió Terius a mi pregunta, mientras seguí enfocado en el camino que el chico había tomado, llegando a un claro donde se dejó ver el amplio río Tennessee.
Detuvo la moto a unos cuantos metros del río, apagando rápidamente el motor, quitándose el casco, imitándole en aquella acción.
—¿Qué hacemos acá? —pregunté, sintiendo la cálida brisa que golpeó mi rostro, tratando de que mis pupilas se adaptaran a la claridad de la luz del sol que se colaba entre los árboles, ya que el visor del casco era opaco.
Terius no respondió a mi pregunta, observando hacia el río como si buscara algo en él, mientras descendí del vehículo, dejando el casco sobre mi maleta, colocándome a su lado.
—¿Sucede algo? —pregunté algo asustado al ver como el chico se encontraba completamente serio.
—¿Thomas?... —soltó al fin, recostando sus brazos sobre el casco, el cual reposaba sobre el tanque de combustible del vehículo— Yo sé que has pasado por cosas muy duras y te admiro por querer seguir adelante y vivir tu vida como si nada hubiese sucedido —Le asentí sin comprender el porqué de su alocución y mucho menos su abrupto cambio, tanto de actitud como de dirección—. Pero también tengo entendido que le dijiste a Albsev que si no volvía contigo, tú te cerrarías al amor… ¿eso es cierto o simplemente fue una de tus tretas para que volvieran? —Suspiré al escuchar aquello, comenzando a alejarme de él, el cual bajó del vehículo siguiéndome muy de cerca, respondiendo a su pregunta.
—Digamos que las dos cosas… es que me sentía desesperado, pero ya no pretendo manipular más a Albsev, me ha quedado claro que no volverá a mi lado y debo admitir… —Me giré, encontrándome a Terius a mis espaldas, quitándose los guantes de cuero—... Orión ha logrado que vuelva a ser el mismo Albsev que Astaroth alega haber conocido toda su vida y el cual yo había matado, y eso es algo que no volveré a arrebatarle por segunda vez. —Terius sonrió guardándose los guantes en el bolsillo de la chaqueta, acercándose lentamente a mí.
—Pues no sabes la alegría que me da escucharte decir eso… ¿sabes lo que eso dice sobre ti? —Negué con la cabeza, comenzando a echarme un poco hacia atrás— Que no eres tan malo como aparentas ser.
—No aparento ser malo, T., lo soy… —Volví a retomar mi caminar, después de girarme, llegando hasta un enorme árbol de gran tronco y extenso ramaje—… Termino dañando a las personas que según alego amar, sigo sin ser un buen padre y soy el peor de los amigos, en vez de alegrarme por lo que le está sucediendo a Astaroth, el cual ha sufrido tanto, le envidio… ¿puedes creerlo?… envidio a un chico que toda su vida le han hecho daño, mientras que a mí me alcahueteaban todos mis berrinches. —Terius sonrió, negando con la cabeza, mientras me recostaba del enorme árbol.
—No te has dado cuenta de algo —respondió calmadamente, acercándose nuevamente a mí, después de trastabillar a causa del terreno rocoso—. Que ahora te das cuenta “tú” mismo de tus errores, eso es un gran avance, Thomas, y sé que aunque sientas envidia de que Astaroth vaya a obtener el poder que tú jamás lograste tener, sientes en el fondo que el chico se merece eso y más —Bajé el rostro, sintiendo como Terius me tomó del mentón, alzándome el rostro—. Además… tú le salvaste la vida, ¿te has dado cuenta del impacto de eso en todo esto?... Has sido tú quien ha impedido lo que tu padre intentó junto a Normonth y le has dado a los elfos la posibilidad de tener un excelente príncipe, y a lo mejor, un extraordinario rey, y eso ha sido gracias a tu decisión de salvarle la vida.
Le observé fijamente al rostro, paseando la vista de hito en hito, percatándome de la asombrosa mirada y los espectaculares ojos de Terius, los cuales estaban cargados no solo de una seguridad innata, sino que además trasmitían una sinceridad única que me dejaba pasmado, leyendo en aquella mirada lo que pretendía.
—No soy bueno para ti, Terius… es en serio, estoy roto por dentro, vengo con defecto de fábrica y traigo una etiqueta de contraindicaciones. —Terius sonrió, soltándome el mentón para acariciar mi mejilla.
—Yo ya leí hasta los efectos secundarios, y aunque traigas una etiqueta con una calavera, quiero beber del delicioso veneno que es Thomas Lestinger. —Aquello me dio una punzada en el estómago, observando como el desgarbado muchacho posaba su mano izquierda sobre el árbol, mientras que con la derecha aferró mi cuello, acariciándome la mejilla con el pulgar.
—Terius… no creo…
—Yo entiendo tu dolor, también entiendo que puedas llegar a sentir temor ante una nueva relación, y hasta puedo comprender que el sexo te aterre un poco ante lo que te sucedió en Francia, pero te he demostrado que puedo con tus rabietas, con tu dolor y tus frustraciones, sé escucharte y darte mi apoyo al mismo tiempo que coloco límites, sin prohibirte ser tú mismo. —Cada alegato hacía que mi corazón se agitara.
—Yo no puedo amarte.
—Yo sí… —respondió tan rápido que no me dio tiempo ni a replicar— Yo sí puedo amarte… no te pido que me ames de la noche a la mañana, tampoco te pido que dejes de llorar por Albert como lo haces casi todas las noches —Abrí grande los ojos ante aquella revelación… ¿Acaso lloraba dormido y yo no lo sabía?—. Yo quiero que llores, no me importa el motivo, sino en brazos de quien lo haces —Mi labio inferior tembló—. Tampoco me interesa que aún ames a Albert a pesar de todo lo ocurrido, sino que me dejes demostrarte que no solo él puede llegar a hacer latir tu corazón tan fuerte que te haga sentir vivo.
Sacudí su mano, aquella con la que me aferró por el cuello acariciándome el rostro, intentando alejarme de él, pero Terius deslizó su brazo por mi cintura, empujando nuevamente mi espalda en contra del árbol, volviendo a tomarme por el cuello, pero esta vez a la altura de la nuca, pegando su cuerpo al mío.
—Terius no, por favor —rogué bajando el rostro al creer que me besaría a la fuerza.
—Mírame, Thomas, mírame y dime que justo en este momento tu corazón no está agitado, demuéstrame que ya no logras sentir deseo, que tu cuerpo no está temblando como siento que lo hace ante mi cercanía, y que a pesar de que ocultas tu rostro al rehusar un beso de mi parte, tu boca está seca, deseando que mis labios logren humedecer los tuyos al punto de saciar la sed de tu lengua ante el anhelo de sentir nuevamente unos labios que le atrapen, devolviéndole no solo la saciedad, sino también la dicha de sentirse deseados.
Me quedé inerte al escuchar todo aquel argumento, levantando lentamente el rostro, encontrándome con aquellos asombrosos ojos verdes que resplandecieron tan intensamente con aquel brillo púrpura, los cuales no solo me deslumbraron, sino que también me hacían sentir incómodo.
—Tienes una lengua tan afilada como la mía para lograr lo que te propones —solté en respuesta a aquel conjunto poético de palabras almibaradas que, aunque bien sabía que las podría estar usando para lograr que me doblegara, estaban causando en mí cierta incomodidad, junto a la cercanía de su cuerpo, percatándome al tener que verle hacia arriba, que Terius era mucho más alto que yo.
—Pues solo imagínate lo que ese par de lenguas pueden hacer juntas —Eso era lo que atraía de él, aquel descaro que no poseía límites, no como el mío, que sabía muy bien donde detenerme, él simplemente decía lo que sentía, lo que pasaba por su mente sin tan siquiera pensar en las consecuencias—. Sé que te besé una vez sin tu consentimiento, pero tú no lo deseabas tanto...
—No lo deseo tampoco ahora…
—Mientes… —respondió antes de que terminara de hablar—… Todo te delata, Thomas, tiemblas, parpadeas demasiado, y no conforme con eso, tu manzana de Adán sube y baja constantemente ante el deseo de sentir mi boca justo ahora. —Negué con la cabeza, volviendo a bajar el rostro, pero Terius no me dejó tan siquiera parpadear, cuando ya había apresado mis labios con los suyos, cálidos, húmedos y por demás deseables, cobijando a los míos, que parecían haber conseguido el cáliz que los habían vuelto a la vida.
Era cierto que ya había probado sus labios en una ocasión donde detestaba tanto al muchacho, que mi prepotencia solo dio paso al rechazo de aquella boca impúdica y por demás desconocida, e incluso había jugado con él en diversos intentos fallidos por pretender recuperar a Albsev, tratando de darle celos, pero ahora era distinto, y mientras Terius jugueteaba con mi lengua, atrayéndola con la suya en una danza incesante dentro de nuestras bocas, yo me seguía preguntando… ¿Por qué era distinto ahora?
“Te sientes solo, eso es lo que te sucede, y Terius te presta la atención que anhelas tener de todos a tu alrededor”.
Me dije a mí mismo, tratando de autoconvencerme del porqué dejaba que Terius aún siguiera mordisqueando deliciosamente mis labios, relamiéndolos una y otra vez, donde permanecimos largo tiempo con los labios separados, sin dejar de entrelazar nuestras lenguas una en contra de la otra, fuera de nuestras bocas, dejándose entremezclar el sabor de nuestras salivas, sintiendo como su hinchada hombría apretó fuertemente la mía, la cual estaba tan o más dura que la suya.
—T. basta… no… más, por favor. —Logré balbucear entre sus labios, los cuales al parecer, no deseaban apartarse de los míos.
—¿Me pides a mí que me detenga cuando es tu boca la que no le quiere dar tregua a la mía? —Ambas respiraciones se encontraban agitadas, entrecortadas, intentando controlar no solo nuestros jadeos, sino también aquel deseo que comenzó a despertar entre el joven fiscal y yo.
—Bien… lo admito, hay deseo… lo hay y no voy a negarlo aunque no puedo dejar de sentir temor —le expliqué, aferrándome a su chaqueta, tratando de controlar mis temblores—. Pero…
—…No puedes amarme… ya dije que lo entiendo y lo acepto —No podía ni siquiera verle a la cara, siendo él quien apresara mi mentón entre sus dedos, alzando bruscamente mi rostro—. No entiendo porqué eso te causa malestar, si viviste cinco años en una relación donde al parecer jamás amaste a Albsev. Dices que eres un chico malo, cruel, pero te incomoda basar nuestra relación en un simple deseo sexual, cuando durante tantos años lo único que has sabido es dejarte llevar por una lujuria incontrolable, acostándote hasta con un vampiro. ¡Vamos, Thomas!… deja que yo me líe con los sentimientos mientras tú simplemente sigues disfrutando de lo que por tantos años te has jactado, ser una persona que disfruta a plenitud del sexo sin enredarse en cursilerías sentimentales. —Bajé el rostro ante sus palabras.
“¿Por qué te duele que te diga la verdad?... siempre has sido así”.
Me dije a mí mismo, comenzando a recordar el día en que “Terje”, mi compañero de habitación en el colegio “Gullhaug” de Noruega, había pretendido declararme su amor después de largos meses de entregarnos tan solo buen sexo, dándole la paliza de su vida.
No, por supuesto que no quería eso… ya no…. no después de haber probado lo que se sentía estar enamorado; mi corazón latía nuevamente, y aunque en cada latido no susurrase un “te amo” de mi parte, si había más que solo un capricho de una noche o un compañero de solo “buen sexo” como le había etiquetado a Terje un día.
—¿Te conformarías con eso?... —pregunté mirándole a los ojos.
—¿Tú lo harías? —respondió él con una pregunta, negando con la cabeza ante aquel interrogante—. Entonces dime que “sí”, Thomas, y deja que te enseñe que el amor es mucho más de lo que un inmortal pudo haberte entregado, no te diré que soy mejor por tener calor humano o porque en mi sangre corre los genes lobeznos de mi madre y eso me hace ser más cálido que el sol.
Sonreí al ver el ejemplo que usaba para demostrarme que no pretendía ser una mala copia de algún otro personaje de algún film, aunque bien sabía por medio de Albsev y de mi propia perspectiva, que Terius era un adicto a las películas y que, al parecer, basaba su vida en ello, pero aquello más que hacerlo ver como alguien sin personalidad propia, para mí era el ser más autentico del mundo.
—¿Qué me podrías ofrecer tú que Albert no me haya dado? —pregunté, mientras el jugueteaba con los dedos de mi mano izquierda, los cuales mantuvo entrelazados entre su mano derecha, aferrándome aún por la cintura con la izquierda.
—Un novio que nadie pretenderá quitarte por no ser tan agraciado, una pareja que te hace reír más que llorar… —Apreté mis labios para no reír ante lo primero, asintiendo a lo segundo— Un amigo con el que puedes salir a cualquier hora del día, sin esperar a que llegue la noche, y un amante con un “pipe” de aproximadamente veintidós centímetros de largo por cuatro pulgadas de grosor.
Solté una carcajada ante la publicidad que el mismo se hacía, pensando que tan solo era una forma suya de pretender llamar mi atención o simplemente hacerme reír.
—Tú solo dime que sí, Thomas, y no solo trataré de hacerte el hombre más feliz del mundo, sino que también me harás a mí el ser más dichoso sobre la faz de la tierra… ¿Qué tienes que perder?
“Nada… ya lo he perdido todo, el amor de Albsev, la ilusión de aquel amor prohibido entre Albert y yo, el aprecio de mi primo y el orgullo de mis tíos hacia mi persona junto a mi libertad, así que… ¿Qué más da?”.
Me abracé con fuerzas a su torso, sin ánimos de darle el sí que tanto anhelaba escuchar de mis labios. No era deseos de hacerle sufrir o de que me rogara, era simplemente que no creía que Terius se mereciera a alguien tan hijo de puta como yo.
Contemplé el río, recostado de su pecho, mientras él simplemente me mantuvo cobijado entre sus brazos, haciéndome sentir con un niño tonto y desamparado que estaba pidiendo a gritos un poco de cariño.
—¡Acepto!… —solté al fin, percibiendo la fuerte presión que ejercieron sus brazos sobre mi cuerpo, haciéndome sonreír ante aquella reacción suya, sintiéndome vencido por su constante insistencia.
“No es su insistencia, admiras lo constante que puede llegar a ser un ser humano cuando se lo propone, algo que sin duda yo carezco… constancia”
Correspondí a su abrazo, sintiendo como lentamente se aparto de mí, levantando el rostro para verle.
—No te muevas de aquí, quédate justo donde estás… ¿vale? —Alcé una ceja ante su abrupto cambio de actitud, asintiendo a su petición, observando cómo se acercó raudo a la moto, volviendo nuevamente hacia donde me encontraba, entregándome una pequeña caja de terciopelo azul marino, junto a una enorme sonrisa.
—Temo preguntar. —Terius sonrió tan ampliamente, que temí que se le engarrotara la mandíbula de la dicha.
—Ábrelo… ¡Por favor! —me pidió, volviendo a posar una de sus manos sobre el árbol, cruzando sus piernas entre sí, en aquella pose de macho dominante.
Abrí lentamente la caja de terciopelo, encontrándome con lo que parecía ser un dije doble de un sol y una luna unidas entre sí, observando que había un par de cadenas adheridas a ambas extremidades.
—Por lo menos no es un anillo de compromiso —alegué sacando ambos dijes, extrayendo las cadenas que se escondían detrás del pequeño almohadón de seda negra.
—Lo pensé, pero me pareció cliché.
—Esto es cliché, Terius —respondí, sacudiendo las cadenas en frente de su rostro.
—Pues sí, y también es más cursi y romántico… quería reventarte el páncreas con mis idioteces… ya sabes que amo ver esa cara de perro con mal de rabia que pones cuando te molestas. —Fruncí el ceño observando su amplia sonrisa, dándome cuenta que había caído en su trampa, entregándole lo que adoraba de mí, hacerme rabiar, escuchando sus risas mientras me quitaba ambos dijes, abriendo el broche del que estaba unido a la medialuna, colocándomelo en el cuello.
—Tú tendrás la luna que es el símbolo de mi hermandad… y yo… —explicó tomando el broche de la otra cadena, colocándosela en el cuello—... tendré tu planeta regente, el sol… como símbolo de que ahora nos pertenecemos el uno al otro. —Le miré de soslayo con ganas de darle un puntapié o un puñetazo en el estómago como siempre lo hacía cuando su cursilería sobrepasaba el límite de lo humanamente tolerante para mí.
—Pensé que no podrías ser más cursi, pero me equivoqué. —Tomé ambos dijes, los cuales aún permanecían unidos entre sí, desuniéndolos para poder apartarme de él, quien rió a mares ante mis duras palabras, algo que sin duda hubiese hecho llorar a cualquier otro, pero a Terius era como la droga que necesitaba su por demás masoquista forma de ser.
—¡Oh, vamos!... aún no te muestro lo mejor de mí… —Tomé el casco, comenzando a colocármelo, extendiéndole el de él, como señal de que era hora de irnos—… Te llevaré al Karaoke y te cantaré a todo pulmón alguna de “Linkin Park” o de “Korn”… ¿Qué te parece la idea? —Abrí el visor del casco que ya me había puesto, mirándolo con mi peor cara de molestia, observando como él seguía sonriendo con aquella picardía, esperando su dosis de cocaína en forma de sarcasmo.
—Muévete, maldito infeliz, que quiero ir a ver a mis tíos antes de que me encierres en tu departamento —Terius se montó en el vehículo después de colocarse nuevamente los guantes, imitándole rápidamente, abrazándome de nuevo a su cintura, bajando el visor del casco, amenazándole, justo al momento de escuchar el encendido el motor—. Tan solo atrévete a llevarme a un karaoke y juro que no habrá brazalete en el mundo que me prohíba alejarme de ti. —Por supuesto las carcajadas no se hicieron esperar, arrancando velozmente la moto, saliendo de aquel lugar, rumbo a la casa de mis tíos.

************

Llegamos por fin al 1401 Market st., después de una fugaz visita a mis tíos, lo cual había sido uno de los momentos más embarazosos de mi vida hasta ahora.
Terius abrió la puerta de su departamento en el tercer piso, dejando mi maleta a un lado, sin decir absolutamente nada, tal cual había sucedido desde que habíamos dejado Woodhill dr, donde me había encargado de interrumpirle cada vez que él trataba de llevar la conversación a un punto donde imaginé que deseaba comentar lo de nuestra nueva relación, impidiéndoselo a toda costa.
Comenzó a quitarse la chaqueta, mientras yo observaba el pequeño pero cómodo departamento tipo estudio, donde lo primero que vi, fue el amplio sofá en medio de este, junto a lo que parecía ser un equipo audiovisual bastante completo, en el cual se pudo apreciar no solo la enorme pantalla plasma de aproximadamente ochenta pulgadas, sino también un par de cornetas a cada lado de esta; debajo había todo un sistema de video juegos, reproductor de música, Karaoke, DVD y Blu-ray que me dejó con la boca abierta.
—¡Vaya!... en serio lo tuyo es fanatismo —exclamé acercándome al sofá, tomando asiento después de quitarme la chaqueta de jean que traía.
—Eso es culpa de mi abuelo Merlín —respondió acercándose a mí, sintiéndome un poco más aliviado al ver que por fin me hablaba—. No siempre fui tranquilo, Thomas… —prosiguió, tomando el comando a distancia, encendiendo el televisor después de sentarse— Sufría de una hiperactividad que volvía locos a mis abuelos y por supuesto a mis padres, aunque Henrik siempre fue quien me tuvo más paciencia, ya lo conoces. —Asentí observando cómo comenzó a cambiar de canales.
—¿Y qué tiene que ver el señor Merlín en tu afición? —pregunté, mientras él posaba el comando sobre la pequeña mesa de madera frente a nosotros, dejándolo en el canal MTV.
—Nada me tranquilizaba, yo era insoportable, corría, destrozaba las cosas, era peleón, hacía llorar a Dominique y a los demás con mis juegos pesados. Mi padre Henrik me ayudó mucho a controlar esa hiperactividad con una pequeña afición que tengo a parte de esta, pero fue el abuelo Merlín quien me indujo a ser adicto a estos aparatos.
No observaba lo que pasaban en el televisor, contemplando el departamento, percatándome que en la parte alta del televisor y junto a este había una enorme biblioteca repleta de video juegos, películas, CDs de música y karaoke lo bastante extensa, mientras él prosiguió levantándose del sofá.
—Cuando me dejaban al cuidado de los abuelos, mi abuela era la que siempre tiraba la toalla conmigo, y era el abuelo quien trataba de controlarme… me regaló mi primera consola de video juegos y me compraba solo juegos de autos y peleas, alegando que si quería caerme a los puños, que lo hiciera virtualmente.
Me levanté con ánimos de seguirle hacia donde se había perdido de vista, imaginándome, por la cortina de bambú que guindaba en la entrada, que se trataba de la cocina; pero algo llamó mi atención al pretender buscar en aquel recinto, algo que me mostrara más de su personalidad, la cual al parecer, era completamente distinta a lo que me había imaginado.
Me acerqué a una pecera de aproximadamente un metro de largo por cuarenta y cinco de alto, donde se podía apreciar una pequeña réplica de la ciudad perdida de la Atlántida sobre un fondo de piedras blancas y grisáceas con gran variedad de plantas acuáticas, con su respectivo sistema de oxígeno en forma de ostra, que al abrirse, dejaba ver una pequeña sirena de porcelana que dormía alrededor de una perla negra, recordando aquella habitación en casa de Alexander, la cual estaba repleta de perlas que ocultaban profecías.
—¿Te gusta? —preguntó, posándose a mis espaldas después de colocar frente a mí un plato con un enorme sándwich de salami, lechuga, tomates y alfalfa en pan blanco.
—Lindo… pero creo que se te murieron los peces y no te has dado cuenta —respondí tomando el plato, observando como él sonrió a medias, señalándome una pequeña pecera redonda al lado de la otra, percatándome que esta tenía diversos tipos de peces multicolores que nadaban en el estrecho bol, explicándome, después de entregarme un vaso de jugo que traía en la otra mano, alejándose de mí.
—Luego te mostraré que hay en la pecera grande… ¿vale?... ahora come para que vayamos a dormir, estoy exhausto y quiero descansar. —Caminé hacia él, quien se sentó frente al televisor, comenzando a comer uno de los dos sándwich que se había preparado, sentándome a su lado, con temor de preguntar lo que me había estado incomodando desde que llegamos, al ver su cambio de ánimo.
—¿Estás molesto? —Terius siguió engullendo el emparedado como si aquello fuera el causante de su rabia, colocando mi vaso y mi plato sobre la mesa, dándole el primer mordisco, dejándolo nuevamente sobre el plato.
Él no dijo nada, simplemente se limitó a comer, terminándose el emparedado en tan solo tres mordidas, comenzando con el segundo mientras bebí un poco de mi jugo, sin dejar de verlo fijamente, hasta que se decidió a mirarme después de beber la mitad de su vaso.
—¿Puedo pedirte algo? —Le asentí mirándole con cierta incomodidad—Hazme una lista de las personas a las que no les puedo comentar que somos novios, y así te ahorras tú la estúpida escena de hace rato en casa de tus tíos, y me ahorras a mí la pena de ver cómo te avergüenzas de mí. —Negué con la cabeza.
—No, no me avergüenzo de ti, Terius, solo… solo deja que sea yo quien se los diga.
—A tu modo… ¿no?… les dirás que solo me has dicho que sí por lástima, mientras que a mí me haces creer que en verdad intentarás que esta relación funcione. —Volví a negar con la cabeza, tomándole del brazo.
—No… no es así, te lo juro, solo deja que yo hable con ellos… prometo que no es como tú lo estás planteando. —Terius se levantó, tomando su plato y su vaso de jugo, encaminándose nuevamente a la cocina, saliendo rápidamente de aquel lugar, abriendo la puerta que se encontraba entre la entrada de la cocina y el equipo audiovisual, soltándome en un tono, que aunque pretendía ser calmo, denotaba lo molesto que se encontraba.
—Escoge donde prefieras dormir, dejaré la puerta sin seguro, pero si deseas dormir en el sofá, hay unos cobertores y unas almohadas en aquel closet —explicó señalando a mis espaldas, imaginando que se refería al mueble de cedro que había visto al lado de la pecera—. Buenas noches, Thomas, que descanses. —Cerró la puerta sin decir nada más, mientras observé fijamente el emparedado a medio comer, levantándome como un autómata en busca de los cobertores y la almohada, pensando que sin duda no era buena idea dormir a su lado con aquella rabia que lo carcomía.
Me acomodé en el sofá, recostándome del posa brazos, envuelto entre sábanas, tratando de terminar mi sándwich mientras esperaba que la programación televisiva me ayudara a conciliar el sueño, aunque me sentía tan miserable, tan odiosamente culpable de su rabia, que se me estaba haciendo imposible quedarme dormido.
*~*~*~*~*~*~*
Desperté de golpe ante el deslizar de mi brazo derecho, el cual cayó fuera del sofá, golpeando mi mano contra el suelo.
—¡Maldición! —balbuceé entre dientes, aún con cierta somnolencia, entreabriendo los ojos, percatándome de un tenue resplandor verdusco que iluminaba el techo, lo cual cambió poco a poco a un tono azulado, como si el techo fuese el fondo del océano.
“Debo estar soñando”, pensé al ver aquel resplandor proyectarse en el blanco techo, el cual ahora era de un tono purpúreo, escuchando un incesante golpeteo sobre una superficie de algún cristal.
Me senté en el sofá, tratando de desenredar mis piernas del cobertor, posando mis pies en el suelo, volteando a ver hacia donde provenía aquel resplandor que alumbró casi toda la estancia.
La enorme pecera cuadrada iluminó todo el lugar, con una luz irreal que se trasladaba dentro de aquel estanque, cambiando ahora a un tono rojizo, lo que hacía que toda la estancia pareciera una habitación de revelado fotográfico, acercándome lentamente, volviendo a percibir aquel golpeteo, volteando a ver a todos lados.
Me encogí de hombros al no encontrar el motivo de aquel sonido, volviendo a retomar mi andar entre los muebles, tratando de no resbalarme con las medias, acercándome al fin al extraordinario estanque de agua, el cual brilló en un tono anaranjado, observando que dentro de este, habían dos criaturas que brillaban tan intensamente, que podían iluminar toda la estancia.
Parecían un par de mariposas acuáticas, sus cuerpos eran traslucidos como las medusas al igual que sus alas, las cuales parecían las de una mantarraya, ondeando dentro del agua, volviendo a cambiar de color, donde esta vez, predominó nuevamente el verde, observando como la pequeña réplica de la ciudad de la Atlántida parecía tan idéntica como la verdadera.
—Es hermoso —alegué en un tono bajo, mientras escuchaba decir dentro de mi cabeza, como un susurro lejano que se perdió con el viento.
“Thomas”.
Volteé a ver a todos lados, sintiéndome algo asustado, mientras la habitación volvió a tornarse azul, comenzando a cambiar lentamente al púrpura, escuchando nuevamente aquel golpeteo, que al parecer, provenía de una de las ventanas que daban al lateral izquierdo del complejo residencial.
Por momentos se detenía aquel sonido, dejándose escuchar nuevamente, golpeteando una y otra vez el cristal de la ventana, la cual estaba cubierta por unas largas persianas verticales, tomando el cordón que las apartaba, halándole con fuerzas, observando lo que golpeaba una y otra vez el cristal, cubriéndome la boca ante el terror que había apresado todo mi cuerpo, al ver como la cadena con el dije del escudo de los “Fuerst” se mecía al compás del inclemente viento, que la hacía bambolearse de atrás hacia delante, golpeando incesantemente la ventana.
Negué una y otra vez con la cabeza, apretando aún mi boca con ambas manos, tratando de ahogar el llanto que comenzó a humedecer mis ojos, caminando lentamente hacia atrás, sin poder dejar de ver aquel dije que seguía meciéndose, colgado de la cornisa de la ventana, volteándome rápidamente para salir corriendo, tropezando bruscamente con un cuerpo masculino, que me aferró con fuerzas, comenzando a gritar golpeándole incansablemente, tratando de zafarme de él.
—NO… SUÉLTAME… ALÉJATE DE MÍ… ALÉJATE DE MÍ… AUXILIO… AYÚDENME… TERIUS…. —Seguí forcejeando, escuchando la voz de mi captor.
—Cálmate, Thomas, soy yo… despierta, rey… debes estar soñando… despierta. Me asomé al escuchar ruido y no te vi en el sofá, y cuando salí de la habitación, estabas observando fijamente la ventana.
Al ver que se trataba de Terius, le abracé tan fuerte que creí que le destrozaría todas las costillas, sin poder dejar de temblar.
—Allí está, en la ventana… el dije del escudo Fuerst de Rainell… allí está, allí está… míralo. —Señalé a la ventana, sin dejar de abrazarle, observando que no había nada.
—¿Quién es Rainell?... allí no hay nada, Thomas —respondió Terius tratando de calmar mis temblores, abrazándome con fuerza en contra de su cuerpo, llevándome de vuelta al sofá, donde tomó uno de los cobertores, colocándomelo sobre los hombros.
—Juro que allí estaba, lo juro… no estoy loco, Terius, juro que estaba allí… el dije que era de Rainell y que Albert me había obsequiado… uno de los vampiros que abusó de mí me lo quitó… el mismo que se quedó con mi anillo. —Terius trató de sentarme en el sofá, pero yo me aferré con fuerza a su torso, implorándole que me dejara dormir a su lado.
—Por supuesto… —respondió, comenzando a caminar hacia la puerta de la habitación—… Y nadie ha dicho que estés loco, Thomas… a lo mejor, como dije, te levantaste sonámbulo y estabas teniendo una pesadilla. —Sabía que no era así, sabía muy bien que lo que había visto y escuchado era real, pero no tenía fuerzas para tratar de convencerlo y simplemente me dejé llevar a la alcoba, entre caricias y besos de parte de Terius, tratando de calmar aquel estado de terror en el que me encontraba.
Al entrar en la alcoba, lo primero que vi fue una cama matrimonial a la altura del suelo, era tan solo una gran tabla de madera con cuatro patas que sostenían un enorme colchón ortopédico, donde me incitó a que me agachara para tomar asiento sobre la cama, recostándome rápidamente sobre las sábanas, colocándose a mi lado, limpiándome los ojos, los cuales aún permanecían humedecidos ante el llanto, observando su rostro tan cerca del mío, que por un momento pensé que me besaría.
—Lo siento… juro que no me avergüenzo de ti, solo que sé lo que diría mi tío Lucian y no quería que te insultara… —Él negó con la cabeza, alegando que ya aquello no importaba y que lo hablaríamos mañana, acomodándome mejor sobre la cama, abrazándome con fuerzas entre las sabanas, mientras yo escondía mi rostro en su pecho, tratando de no pensar en lo que había visto, deseando que en efecto, aquello hubiese sido tan solo un mal sueño.
—Mañana será otro día, descansa y no tengas miedo… prometo que nadie volverá a lastimarte nunca más mientras yo cuide de ti… ¿Está claro?
Asentí, sintiéndome un poco más tranquilo, aunque el recuerdo de haber visto aquel dije, solo me hacía pensar en una cosa… los secuaces de Dion debían de estarme buscando para terminar lo que habían dejado inconcluso.
“Thomas”, volví a escuchar mi nombre, en la lejanía de mi subconsciente, abrazándome fuertemente a Terius, negando una y otra vez con la cabeza.
“Es solo mi imaginación, solo mi imaginación, eso es… solo soñaba, todo está en mi cabeza, solo eso… solo eso”.
Me decía una y otra vez mentalmente, sintiendo como Terius me aferró aún más en contra de él, respondiéndome que, en efecto, aquello era solo producto de mi imaginación, percatándome que mi ecolalia me había vuelto a jugar una mala pasada, al creer que aquello tan solo lo había dicho en mi mente, haciéndolo público inconscientemente.

No dije nada y simplemente me limité a tratar de dormir, deseando que amaneciera lo antes posible, manteniendo los ojos cerrados, sin ánimos de abrirlos hasta que la luz de sol se dejara colar por las persianas de la alcoba, indicándome que la noche llegaba a su fin, dándole paso a la seguridad de la mañana, donde intentaría dormir más tranquilo de lo que podría llegar a descansar ahora. 

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