Capítulo
III
Traslado de cárcel
Ante los ojos de Thomas
Acaricié el brazalete que me había entregado Terius
después de la acalorada discusión que tuvimos esa noche, al momento de su
arribo del trabajo, pretendiendo dormir a
mi lado como si nada hubiese sucedido, creyendo que la visita de Alexia
me había hecho olvidar lo del maldito grillete mágico.
—No creas que vas a
dormir en mi habitación esta noche después de lo que piensan hacerme tú y
Alexander… FUERA, FUERA DE MI CUARTO, AHORA MISMO, TERIUS… FUERA —le espeté al
entretenido joven, el cual rió tratando sin éxito de acceder a mi alcoba, arrojándole
la puerta tan fuerte, que terminé pisándole los dedos con esta, para no dejarle
entrar.
“Siempre armas tus berrinches
y luego terminas cediendo ante el idiota ese… ¿Por qué?... ¿Por qué Terius
posee la capacidad de hacerme sentir vulnerable?”.
Aquello era como si yo disfrutara el que estuviese tan
pendiente de mí a pesar de tanto desprecio y humillación de mi parte; poseer la certeza de que él estaría allí para
mí, y saber que él estaba consciente de ello, llenó todo ese vacío que había en
mi pecho, aunque no del todo.
“Vengo por ti el
domingo, pasarás toda la semana en mi departamento. Sé que piensas que es una
encerrona tras otra, pero prometo hacerla mucho más llevadera”.
Me había prometido el flaco, aunque muy en el fondo
sabía que aquello, más que un cambio de ambiente, sería un traslado de cárcel,
imaginando que mi carcelero se valdría de la situación para pretenderme.
—Pinta, papito, ¿por qué te quedas así?... —preguntó
Emma colocando cara de tonta, haciendo alusión a que mi semblante había
cambiado a uno donde, al parecer, mantuve una mirada extraviada, perdiéndome en
mis neblinas mentales.
—Lo siento, estaba pensando… —respondí volviendo a
retomar el coloreado del dibujo que Emma había hecho, alegando que era Bell.
Estábamos en la sala, yo a la espera del arribo de
Terius, y Emma dibujando aún en piyamas, esperando a que Albsev se levantara,
imaginando que ahora el chico vivía en una constante luna de miel junto a
Orión, haciendo que el solo imaginarme aquello me diera un ataque de úlcera.
Se escuchó acercarse lo que parecía ser una moto o
algo por el estilo, lo cual se aparcó en frente de la casa, mientras percibí a
mis espaldas un par de risas, girando la cabeza hacia atrás, encontrándome con
Albsev y Orión, los cuales bajaron jugueteándose entre sí, clavándole la mirada
a mi ex pareja, quien trató de controlar el jugueteo que Orión mantenía con él,
ante mi cara de pocos amigos.
No dije nada, pero no pude evitar sentir rabia y cierto
odio hacia mí mismo al ver como Albsev, al parecer, era feliz junto a la
persona que un día había jurado hacer cualquier cosa por mí, con tal de
retribuirle el amor que según él me tenía, haciéndome sentir aun más miserable
de lo que ya me sentía, al ver que había perdido el amor de ambos jóvenes.
—Aaamm… buenos días —saludó Albsev, a lo que
simplemente le ignoré, siendo Emma quien respondiera a los buenos días,
levantándose del suelo justo cuando Orión alegaba en aquel tono suyo, cargado
de sarcasmo.
—¡Vaya!... como se ha perdido la educación en esta
casa. —Respondiéndole después de levantarme del suelo, para encarar al cretino.
—La educación se perdió desde que cierto oportunista
tomó ventaja de mi debilidad…
—¿Tu debilidad o tu falta de amor?... porque si en
verdad hubieses amado a Albsev, no hubieses ni siquiera tomado esas vacaciones.
—Allí volvía de nuevo mi ira, y aunque sin duda Leónidas tenía razón y era más
conmigo mismo que con Orión, yo deseaba darme el gusto de callarle la boca de
una trompada, escuchando que alguien abría la puerta, justo cuando alcé mis
manos para tomar a mi primo del cuello, donde Albsev se interpuso entre el
chico y yo.
—Ya basta, demonios… ¿hasta cuándo va a seguir esta
disputa entre ustedes dos?... —Albsev empujó a Orión a un lado, aferrándome de
la chaqueta jean, tratando de mantenernos separados.
—Bueno, bueno… ¿acabo de llegar y ustedes dos ya andan
como perros y gatos? —preguntó Terius, tomándome del brazo para apartarme de
ambos chicos, los cuales me miraron con el ceño fruncido.
—¿Por qué siempre haces rabiar a mi papi, tío Orión? —preguntó
la niña mientras Terius me giró bruscamente para que le mirara.
—¿Yo?... pero si es él quien me tiene rabia —respondió
mi primo, mientras observé detenidamente el atuendo que traía Terius,
escudriñándole con la mirada de arriba hacia abajo.
Traía una chaqueta de cuero, con remaches y cadenas,
muy al estilo pandillero de los setenta, un jean desgastado y rasgado a la
altura de las rodillas, el cual hacía juego con una camiseta negra con el
estampado de una calavera que mostraba una bandana en la cabeza que decía “Heavy metal”, enfocándome en sus manos,
las cuales estaban cubiertas por unos guantes de cuero, que no solo hacían
juego con la chaqueta, sino también con las botas negras, que eran tan
pintorescas como todo su atuendo.
—¿Se puede saber de dónde vienes? —pregunté, tratando
de contener mi mal genio, escuchando como Albsev retaba a Orión, llevándoselo a
la cocina junto con Emma, la cual regañaba de igual modo a mi primo, perdiéndose
los tres de vista.
—Yo vengo de mi departamento, así me visto cuando no
tengo que ir a trabajar. —No traía gomina en el cabello como siempre, dejando
que sus cobrizos rulos cayeran sobre su cabeza como mejor les pareciera.
—Así que eres fiscal los días laborales y pandillero
los fines de semana. —Terius rió, alegando que no era pandillero, sino que
tenía la misma afición de su familia materna.
—¿Asaltar bancos, aterrorizar a la gente, vender
drogas? —Terius frunció el ceño, caminando hacia la maleta que había dejado en
uno de los muebles de la sala encantada, la cual se encontraba sin ánimos de
mostrarnos nada
—Luego te lo explico, andando, pequeño… que primero
vamos a hacerte los análisis.
—¿Hoy domingo?... —pregunté acercándome a él, quien
abrió la puerta llevando la maleta consigo, dejando la entrada abierta para que
le siguiera, mientras respondía.
—Hay un laboratorio invening como tú querías, que
trabaja todos los días en una pequeña clínica camino a mi departamento, así que
te puedo llevar allí, y cuando estén los resultados podemos ir juntos a
buscarlos… ¿te parece?
Le asentí, comenzando a percibir aquel escalofrío de
saber que me extraerían sangre… era realmente estúpido, ya que había permitido que un vampiro bebiera de mí, pero
ese temor era algo que no podía controlar, le tenía pánico a las hipodérmicas,
después de tantas inyecciones recibidas en aquel sanatorio.
—¡Pues si no queda de otra! —respondí saliendo de la
casa, observando la enorme moto que se encontraba estacionada al lado del
Ferrari, el cual permaneció cubierto por una gruesa lona negra.
—¡Por todos los cielos!… ¿Eso es tuyo o la pediste
prestada para impresionarme? —Él sonrió, respondiéndome después de dejar mi
maleta a un lado de la enorme maquina de dos ruedas.
—Es lo que me queda de mi padre… él la dejó al cuidado
de mi madre. Era su pasión, mis abuelos detestaban que él la usara y siempre la
guardaba en casa de mi madre… ahora es mía. —Me acerqué a la moto observándola
detalladamente.
—¿Es una Kawasaki? —Terius asintió, alzando la maleta
para colocarla en la parte trasera del vehículo, mientras acaricié el asiento
de cuero.
—¿Sabes manejar motos? —preguntó el flaco, a lo que
negué con la cabeza.
—No, pero me gustaría aprender… ¿me enseñarías? —El
joven me asintió, después de acomodar bien la maleta en la parte trasera,
colocándose del otro lado de la espectacular maquina.
—Te enseñaré, pero no con esta… le pediré a “Cut Face” que me consiga una
motocicleta de segunda, no quiero que me destroces la mía —Fruncí el ceño ante
su poca fe hacia mi persona, preguntándole quién demonios era “Cut Face”—. Es uno de los lobos del
grupo… ya los conocerás.
—¡Vaya!... y yo que me sentí Bella Swan al ver los
diversos moretones en mi cuerpo después de una noche de loca pasión con “el vampiro” —solté aquello en forma
despectiva—. Ahora resulta que me he enredado con el lobo alfa de la manada de
Chattanooga, solo me falta que Aldron sea mi padre y tú te imprimas de Emma.
Terius soltó una carcajada, negando con la cabeza, alegando
que el macho alfa era el tal Andrew, del que había escuchando mencionar en el
juicio de los Lombrich, pero que entre los licántropos, no funcionaba igual que
en aquella saga.
—Andrew no es un Sam que puede comandarlos a todos… no
es que posea un vínculo con los demás licántropos, eso se lo ha ganado él a
pulso, o mejor dicho, a mordidas, rasguños y fuertes contiendas entre las
manadas, son varias… no es una sola, solo que digamos que la de mi madre y
Andrew es la más antigua, y por consiguiente, son los que tienen más jerarquía
sobre las demás. —Le asentí, completamente fascinado, tanto con lo que me
contaba como con la moto.
—Comprendo… —respondí, volviendo a enfocarme en el
vehículo, preguntándole qué modelo de Kawasaki era.
—Es una Kawasaki Ninja GPZ 400R año 1985… —A pesar de
ser uno de los modelos viejos, Terius la mantenía en perfecto estado.
—¿Por qué nunca la usas?
—Pues como te dije, solo la uso los fines de semana,
cuando voy a ver a mi madre o a las carreras, en el trabajo me traslado por medio
de los nexus, es mucho más rápido. —Alcé el rostro para verlo, asombrado de
saber que Terius no era el niño bueno de los Townsend y que este poseía un lado
rebelde que, al parecer, muchos desconocían.
—¿Las carreras? —Él sonrió al ver mi cara de asombro,
montándose sobre el vehículo, siendo Albsev quien respondiera, saliendo de la
casa junto a Emma, la cual corrió hacia mí, tomándola entre mis brazos.
—T. es la oveja negra de los Townsend, todas las
familias tenemos una… —Terius rió, alzando el pulgar mientras Albsev prosiguió—
Bueno, Lyra está a punto de quitarle el trono, pero sin duda T. le ha sacado
canas verdes tanto a mi padre como a los abuelos —Se aclaró la garganta y
argumentó—. Hay carreras de autos y de motos, a las afueras del condado de Marion…
¿No? —Preguntó Albsev a su hermano, el cual le asintió sacando de su bolsillo
unos diminutos cascos, invocando su báculo para volverlos a su tamaño real,
tratando de acomodarles el visor.
—Sí, así es… una vez llevé a Albsev y a Jonás… la
abuela Morgana casi me mata por eso. —Ambos rieron ante aquel recuerdo, el cual
era algo que al parecer ambos habían disfrutado. Sin duda los Townsend eran una
familia unida, se amaban y compartían momentos gratos, algo que jamás tuve en
la mía por culpa de Daemon, e incluso, por mi odiosa y por demás pomposa forma
de ser, en conjunto con el odio que Drake y Artemisa me tenían.
Emma intentaba acomodarme el mechón de cabello hacia
atrás, volteando mi rostro hacia la puerta, donde se encontraba la única
persona que había deseado sacarme de toda aquella vida de orgullo y
prepotencia, de la que solo había obtenido nada más que desilusión y una completa
soledad.
Orión me miró fijamente y yo a él, como si los dos
estuviésemos pensado lo mismo al ver como Terius y Albsev se reían al recordar
aquellos momentos de travesura, de la que ambos habían sido partícipes,
sintiendo una cierta mescolanza de lo que pudo haber sido nuestra adolescencia
juntos.
—Bien joven… —Interrumpió Terius aquel momento de
conexión visual entre Orión y yo, haciéndome voltear a verle mientras mi primo
se recostaba del marco de la puerta, cruzándose de brazos—... despídase que nos
vamos. —Terius encendió la moto, haciendo que Emma se cubriera los oídos,
observando como el flaco remangó su chaqueta, golpeando su brazalete en contra
del mío, haciendo que ambos brillaran en un tono púrpura fuerte, volviendo a su
estado normal, imaginando que había activado la alarma de lejanía, haciéndome
sentir molesto, tratando de no prestar atención a aquello.
Me acerqué a Albsev, comenzando a besar una y otra vez
a Emma por todo el rostro, la cual rió encantada ante mis gestos de cariño,
preguntando cuándo volvería de nuevo a casa para ir en busca de su báculo.
—Estaré de vuelta el próximo domingo, ¿está bien?...
Prometo ir a buscar tu báculo el martes de la semana entrante que papito Albsev
está libre y Astaroth no tiene nada que hacer —Ella asintió, saltando al regazo
de Albsev, quien la tomó entre sus brazos, deseándome una feliz semana junto a
Terius—. Gracias. —Fue lo único que respondí, dándole un beso en la mejilla
después de acariciarle el cabello, acercándome a la moto.
—Te faltó despedirte de alguien más —soltó Terius,
volteándome para ver a Albsev, pidiéndole afablemente.
—Despídeme de Astaroth y Stephano, sabes que al
parecer les gusta levantarse tarde los domingos. —Albsev frunció el ceño,
volteando a ver a Orión, enfocando mis ojos en Terius, quien observó a mi primo
por el espejo retrovisor.
—Hablo de tu primo, Thomas —Rodé los ojos quitándole
uno de los cascos de mala gana, ignorado aquella petición, montándome en la
parte de atrás de la moto, escuchando como el flaco apagaba el motor del
vehículo—. No nos vamos a ir hasta que te despidas de Orión. —Aquello no lo
podía creer, estaba siendo tratado como un niño malcriado que no deseaba dar su
maldito brazo a torcer.
—¿Por qué?... ¿Por qué debo ser yo quien me despida?
—Porque eres tú quien se va… no me hagas arrastrarte,
Thomas Ibrahim, que sabes muy bien que lo haré. —Suspiré tratando de aguantarme
las palabrotas que deseaba espetarle al malnacido Townsend, teniendo que
tragármelas al estar la niña presente, bajándome de la moto, devolviéndole el
casco en un gesto brusco, pegándoselo en el estómago al flaco, el cual alegó ya
no poseer sistema digestivo por mis interminables golpes hacia su persona,
siempre en la misma zona de su cuerpo.
Me acerqué a Orión, caminando hacia la puerta,
observando como el muchacho se incorporó de aquella postura que curvó su
cuerpo, moviéndose algo incómodo en la entrada de la casa ante mi pronta
cercanía, abrazándole raudamente, soltándolo del mismo modo en el que le había
aferrado.
—Adiós… —Él se quedó inerte frente a mí, sin decir
nada— Cuida de mi nena y de… —Lo pensé por unos segundos, argumentando a mi
petición—… de Al como yo no pude hacerlo. —Comencé a caminar de vuelta hacia el
vehículo, escuchando un leve “adiós”
de los labios de Orión, observando no solo la amplia sonrisa de Albsev, sino también
la pícara sonrisa de Terius, la cual se dejó ver por uno de los espejos retrovisores,
antes de ponerse el casco, arrancándole nuevamente el mío, colocándomelo
después de montarme de nuevo sobre la moto.
—¿Ves que no fue tan difícil? —Se le escuchó decir a
Terius, tan claro que creí que estaba dentro del casco, imaginando que estos, o
estaban encantados, o tenía un extraordinario sistema de comunicación.
—Púdrete —le contesté aferrándome a su cintura,
después de meterle un pellizco en las costillas, haciéndole gritar y al mismo
tiempo morirse de las risas.
—Agárrate fuerte, rey —pidió en un tono dulce, aquel
tono que, aunque me parecía tan cursi, era como un bálsamo a mi mal genio,
despidiéndome nuevamente de Albsev y Emma con un ademán de la mano, aferrándome
con fuerza nuevamente de su cintura, sintiendo el suave desplazamiento del
vehículo en movimiento, saliendo del 1649 de Minnekahda rd. rumbo al 1401 de
Market st.
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Terius iba hablándome mientras yo admiraba el paisaje,
tratando de olvidar el mal rato que había pasado en aquel laboratorio donde la
estúpida e incompetente enfermera me tuvo que pinchar el brazo dos veces,
alegando que mi temor no la dejaba trabajar como se debía.
—…Los muchachos son algo territoriales, aunque suelen
llevarse bien con otros grupos… el rollo está con los nuevos licántropos, son
demasiado inconstantes y pocas manadas se quieren hacer cargo de un cachorro, o
sea, un recién creado —comentó Terius, virando rápidamente la moto, abandonando
la carretera asfáltica, adentrándose en un camino borrascoso, comenzando a
descender por este, tratando de esquivar los árboles.
—En la “hermandad”
de Andrew, como ustedes le llaman a las manadas, ¿hay algún licántropo nuevo?
—Sí, la chica de Andrew es una loba que solo tiene
seis años de creada, no sé cómo se llama, jamás he logrado coincidir con ella
en casa de mi madre, pero sé que se refieren a ella como “la gata”, dicen que es una fiera —respondió Terius a mi pregunta,
mientras seguí enfocado en el camino que el chico había tomado, llegando a un
claro donde se dejó ver el amplio río Tennessee.
Detuvo la moto a unos cuantos metros del río, apagando
rápidamente el motor, quitándose el casco, imitándole en aquella acción.
—¿Qué hacemos acá? —pregunté, sintiendo la cálida
brisa que golpeó mi rostro, tratando de que mis pupilas se adaptaran a la
claridad de la luz del sol que se colaba entre los árboles, ya que el visor del
casco era opaco.
Terius no respondió a mi pregunta, observando hacia el
río como si buscara algo en él, mientras descendí del vehículo, dejando el
casco sobre mi maleta, colocándome a su lado.
—¿Sucede algo? —pregunté algo asustado al ver como el
chico se encontraba completamente serio.
—¿Thomas?... —soltó al fin, recostando sus brazos sobre
el casco, el cual reposaba sobre el tanque de combustible del vehículo— Yo sé
que has pasado por cosas muy duras y te admiro por querer seguir adelante y
vivir tu vida como si nada hubiese sucedido —Le asentí sin comprender el porqué
de su alocución y mucho menos su abrupto
cambio, tanto de actitud como de dirección—. Pero también tengo entendido que
le dijiste a Albsev que si no volvía contigo, tú te cerrarías al amor… ¿eso es
cierto o simplemente fue una de tus tretas para que volvieran? —Suspiré al
escuchar aquello, comenzando a alejarme de él, el cual bajó del vehículo
siguiéndome muy de cerca, respondiendo a su pregunta.
—Digamos que las dos cosas… es que me sentía
desesperado, pero ya no pretendo manipular más a Albsev, me ha quedado claro
que no volverá a mi lado y debo admitir… —Me giré, encontrándome a Terius a mis
espaldas, quitándose los guantes de cuero—... Orión ha logrado que vuelva a ser
el mismo Albsev que Astaroth alega haber conocido toda su vida y el cual yo
había matado, y eso es algo que no volveré a arrebatarle por segunda vez. —Terius
sonrió guardándose los guantes en el bolsillo de la chaqueta, acercándose
lentamente a mí.
—Pues no sabes la alegría que me da escucharte decir
eso… ¿sabes lo que eso dice sobre ti? —Negué con la cabeza, comenzando a
echarme un poco hacia atrás— Que no eres tan malo como aparentas ser.
—No aparento ser malo, T., lo soy… —Volví a retomar mi
caminar, después de girarme, llegando hasta un enorme árbol de gran tronco y
extenso ramaje—… Termino dañando a las personas que según alego amar, sigo sin
ser un buen padre y soy el peor de los amigos, en vez de alegrarme por lo que
le está sucediendo a Astaroth, el cual ha sufrido tanto, le envidio… ¿puedes
creerlo?… envidio a un chico que toda su vida le han hecho daño, mientras que a
mí me alcahueteaban todos mis berrinches. —Terius sonrió, negando con la
cabeza, mientras me recostaba del enorme árbol.
—No te has dado cuenta de algo —respondió
calmadamente, acercándose nuevamente a mí, después de trastabillar a causa del
terreno rocoso—. Que ahora te das cuenta “tú”
mismo de tus errores, eso es un gran avance, Thomas, y sé que aunque sientas
envidia de que Astaroth vaya a obtener el poder que tú jamás lograste tener,
sientes en el fondo que el chico se merece eso y más —Bajé el rostro, sintiendo
como Terius me tomó del mentón, alzándome el rostro—. Además… tú le salvaste la
vida, ¿te has dado cuenta del impacto de eso en todo esto?... Has sido tú quien
ha impedido lo que tu padre intentó junto a Normonth y le has dado a los elfos
la posibilidad de tener un excelente príncipe, y a lo mejor, un extraordinario
rey, y eso ha sido gracias a tu decisión de salvarle la vida.
Le observé fijamente al rostro, paseando la vista de
hito en hito, percatándome de la asombrosa mirada y los espectaculares ojos de
Terius, los cuales estaban cargados no solo de una seguridad innata, sino que además
trasmitían una sinceridad única que me dejaba pasmado, leyendo en aquella
mirada lo que pretendía.
—No soy bueno para ti, Terius… es en serio, estoy roto
por dentro, vengo con defecto de fábrica y traigo una etiqueta de
contraindicaciones. —Terius sonrió, soltándome el mentón para acariciar mi
mejilla.
—Yo ya leí hasta los efectos secundarios, y aunque
traigas una etiqueta con una calavera, quiero beber del delicioso veneno que es
Thomas Lestinger. —Aquello me dio una punzada en el estómago, observando como
el desgarbado muchacho posaba su mano izquierda sobre el árbol, mientras que
con la derecha aferró mi cuello, acariciándome la mejilla con el pulgar.
—Terius… no creo…
—Yo entiendo tu dolor, también entiendo que puedas
llegar a sentir temor ante una nueva relación, y hasta puedo comprender que el
sexo te aterre un poco ante lo que te sucedió en Francia, pero te he demostrado
que puedo con tus rabietas, con tu dolor y tus frustraciones, sé escucharte y
darte mi apoyo al mismo tiempo que coloco límites, sin prohibirte ser tú mismo.
—Cada alegato hacía que mi corazón se agitara.
—Yo no puedo amarte.
—Yo sí… —respondió tan rápido que no me dio tiempo ni
a replicar— Yo sí puedo amarte… no te pido que me ames de la noche a la mañana,
tampoco te pido que dejes de llorar por Albert como lo haces casi todas las
noches —Abrí grande los ojos ante aquella revelación… ¿Acaso lloraba dormido y
yo no lo sabía?—. Yo quiero que llores, no me importa el motivo, sino en brazos
de quien lo haces —Mi labio inferior tembló—. Tampoco me interesa que aún ames
a Albert a pesar de todo lo ocurrido, sino que me dejes demostrarte que no solo
él puede llegar a hacer latir tu corazón tan fuerte que te haga sentir vivo.
Sacudí su mano, aquella con la que me aferró por el
cuello acariciándome el rostro, intentando alejarme de él, pero Terius deslizó
su brazo por mi cintura, empujando nuevamente mi espalda en contra del árbol,
volviendo a tomarme por el cuello, pero esta vez a la altura de la nuca,
pegando su cuerpo al mío.
—Terius no, por favor —rogué bajando el rostro al
creer que me besaría a la fuerza.
—Mírame, Thomas, mírame y dime que justo en este
momento tu corazón no está agitado, demuéstrame que ya no logras sentir deseo, que
tu cuerpo no está temblando como siento que lo hace ante mi cercanía, y que a
pesar de que ocultas tu rostro al rehusar un beso de mi parte, tu boca está
seca, deseando que mis labios logren humedecer los tuyos al punto de saciar la
sed de tu lengua ante el anhelo de sentir nuevamente unos labios que le
atrapen, devolviéndole no solo la saciedad, sino también la dicha de sentirse
deseados.
Me quedé inerte al escuchar todo aquel argumento,
levantando lentamente el rostro, encontrándome con aquellos asombrosos ojos
verdes que resplandecieron tan intensamente con aquel brillo púrpura, los
cuales no solo me deslumbraron, sino que también me hacían sentir incómodo.
—Tienes una lengua tan afilada como la mía para lograr
lo que te propones —solté en respuesta a aquel conjunto poético de palabras
almibaradas que, aunque bien sabía que las podría estar usando para lograr que
me doblegara, estaban causando en mí cierta incomodidad, junto a la cercanía de
su cuerpo, percatándome al tener que verle hacia arriba, que Terius era mucho
más alto que yo.
—Pues solo imagínate lo que ese par de lenguas pueden
hacer juntas —Eso era lo que atraía de él, aquel descaro que no poseía límites,
no como el mío, que sabía muy bien donde detenerme, él simplemente decía lo que
sentía, lo que pasaba por su mente sin tan siquiera pensar en las consecuencias—.
Sé que te besé una vez sin tu consentimiento, pero tú no lo deseabas tanto...
—No lo deseo tampoco ahora…
—Mientes… —respondió antes de que terminara de hablar—…
Todo te delata, Thomas, tiemblas, parpadeas demasiado, y no conforme con eso,
tu manzana de Adán sube y baja constantemente ante el deseo de sentir mi boca
justo ahora. —Negué con la cabeza, volviendo a bajar el rostro, pero Terius no
me dejó tan siquiera parpadear, cuando ya había apresado mis labios con los
suyos, cálidos, húmedos y por demás deseables, cobijando a los míos, que
parecían haber conseguido el cáliz que los habían vuelto a la vida.
Era cierto que ya había probado sus labios en una
ocasión donde detestaba tanto al muchacho, que mi prepotencia solo dio paso al
rechazo de aquella boca impúdica y por demás desconocida, e incluso había
jugado con él en diversos intentos fallidos por pretender recuperar a Albsev,
tratando de darle celos, pero ahora era distinto, y mientras Terius jugueteaba
con mi lengua, atrayéndola con la suya en una danza incesante dentro de
nuestras bocas, yo me seguía preguntando… ¿Por qué era distinto ahora?
“Te sientes solo, eso es lo
que te sucede, y Terius te presta la atención que anhelas tener de todos a tu
alrededor”.
Me dije a mí mismo, tratando de autoconvencerme del
porqué dejaba que Terius aún siguiera mordisqueando deliciosamente mis labios,
relamiéndolos una y otra vez, donde permanecimos largo tiempo con los labios
separados, sin dejar de entrelazar nuestras lenguas una en contra de la otra,
fuera de nuestras bocas, dejándose entremezclar el sabor de nuestras salivas,
sintiendo como su hinchada hombría apretó fuertemente la mía, la cual estaba
tan o más dura que la suya.
—T. basta… no… más, por favor. —Logré balbucear entre
sus labios, los cuales al parecer, no deseaban apartarse de los míos.
—¿Me pides a mí que me detenga cuando es tu boca la
que no le quiere dar tregua a la mía? —Ambas respiraciones se encontraban agitadas,
entrecortadas, intentando controlar no solo nuestros jadeos, sino también aquel
deseo que comenzó a despertar entre el joven fiscal y yo.
—Bien… lo admito, hay deseo… lo hay y no voy a negarlo
aunque no puedo dejar de sentir temor —le expliqué, aferrándome a su chaqueta,
tratando de controlar mis temblores—. Pero…
—…No puedes amarme… ya dije que lo entiendo y lo
acepto —No podía ni siquiera verle a la cara, siendo él quien apresara mi
mentón entre sus dedos, alzando bruscamente mi rostro—. No entiendo porqué eso
te causa malestar, si viviste cinco años en una relación donde al parecer jamás
amaste a Albsev. Dices que eres un chico malo, cruel, pero te incomoda basar
nuestra relación en un simple deseo sexual, cuando durante tantos años lo único
que has sabido es dejarte llevar por una lujuria incontrolable, acostándote
hasta con un vampiro. ¡Vamos, Thomas!… deja que yo me líe con los sentimientos
mientras tú simplemente sigues disfrutando de lo que por tantos años te has
jactado, ser una persona que disfruta a plenitud del sexo sin enredarse en
cursilerías sentimentales. —Bajé el rostro ante sus palabras.
“¿Por qué te duele que te
diga la verdad?... siempre has sido así”.
Me dije a mí mismo, comenzando a recordar el día en
que “Terje”, mi compañero de
habitación en el colegio “Gullhaug”
de Noruega, había pretendido declararme su amor después de largos meses de
entregarnos tan solo buen sexo, dándole la paliza de su vida.
No, por supuesto que no quería eso… ya no…. no después
de haber probado lo que se sentía estar enamorado; mi corazón latía nuevamente,
y aunque en cada latido no susurrase un “te amo” de mi parte, si había más que
solo un capricho de una noche o un compañero de solo “buen sexo” como le había etiquetado a Terje un día.
—¿Te conformarías con eso?... —pregunté mirándole a
los ojos.
—¿Tú lo harías? —respondió él con una pregunta,
negando con la cabeza ante aquel interrogante—. Entonces dime que “sí”, Thomas, y deja que te enseñe que
el amor es mucho más de lo que un inmortal pudo haberte entregado, no te diré
que soy mejor por tener calor humano o porque en mi sangre corre los genes
lobeznos de mi madre y eso me hace ser más cálido que el sol.
Sonreí al ver el ejemplo que usaba para demostrarme
que no pretendía ser una mala copia de algún otro personaje de algún film,
aunque bien sabía por medio de Albsev y de mi propia perspectiva, que Terius
era un adicto a las películas y que, al parecer, basaba su vida en ello, pero
aquello más que hacerlo ver como alguien sin personalidad propia, para mí era
el ser más autentico del mundo.
—¿Qué me podrías ofrecer tú que Albert no me haya
dado? —pregunté, mientras el jugueteaba con los dedos de mi mano izquierda, los
cuales mantuvo entrelazados entre su mano derecha, aferrándome aún por la
cintura con la izquierda.
—Un novio que nadie pretenderá quitarte por no ser tan
agraciado, una pareja que te hace reír más que llorar… —Apreté mis labios para
no reír ante lo primero, asintiendo a lo segundo— Un amigo con el que puedes
salir a cualquier hora del día, sin esperar a que llegue la noche, y un amante
con un “pipe” de aproximadamente veintidós
centímetros de largo por cuatro pulgadas de grosor.
Solté una carcajada ante la publicidad que el mismo se
hacía, pensando que tan solo era una forma suya de pretender llamar mi atención
o simplemente hacerme reír.
—Tú solo dime que sí, Thomas, y no solo trataré de
hacerte el hombre más feliz del mundo, sino que también me harás a mí el ser
más dichoso sobre la faz de la tierra… ¿Qué tienes que perder?
“Nada… ya lo he perdido todo,
el amor de Albsev, la ilusión de aquel amor prohibido entre Albert y yo, el
aprecio de mi primo y el orgullo de mis tíos hacia mi persona junto a mi
libertad, así que… ¿Qué más da?”.
Me abracé con fuerzas a su torso, sin ánimos de darle
el sí que tanto anhelaba escuchar de mis labios. No era deseos de hacerle
sufrir o de que me rogara, era simplemente que no creía que Terius se mereciera
a alguien tan hijo de puta como yo.
Contemplé el río, recostado de su pecho, mientras él
simplemente me mantuvo cobijado entre sus brazos, haciéndome sentir con un niño
tonto y desamparado que estaba pidiendo a gritos un poco de cariño.
—¡Acepto!… —solté al fin, percibiendo la fuerte
presión que ejercieron sus brazos sobre mi cuerpo, haciéndome sonreír ante
aquella reacción suya, sintiéndome vencido por su constante insistencia.
“No es su insistencia,
admiras lo constante que puede llegar a ser un ser humano cuando se lo propone,
algo que sin duda yo carezco… constancia”
Correspondí a su abrazo, sintiendo como lentamente se
aparto de mí, levantando el rostro para verle.
—No te muevas de aquí, quédate justo donde estás…
¿vale? —Alcé una ceja ante su abrupto cambio de actitud, asintiendo a su petición,
observando cómo se acercó raudo a la moto, volviendo nuevamente hacia donde me
encontraba, entregándome una pequeña caja de terciopelo azul marino, junto a
una enorme sonrisa.
—Temo preguntar. —Terius sonrió tan ampliamente, que
temí que se le engarrotara la mandíbula de la dicha.
—Ábrelo… ¡Por favor! —me pidió, volviendo a posar una
de sus manos sobre el árbol, cruzando sus piernas entre sí, en aquella pose de
macho dominante.
Abrí lentamente la caja de terciopelo, encontrándome
con lo que parecía ser un dije doble de un sol y una luna unidas entre sí,
observando que había un par de cadenas adheridas a ambas extremidades.
—Por lo menos no es un anillo de compromiso —alegué
sacando ambos dijes, extrayendo las cadenas que se escondían detrás del pequeño
almohadón de seda negra.
—Lo pensé, pero me pareció cliché.
—Esto es cliché, Terius —respondí, sacudiendo las
cadenas en frente de su rostro.
—Pues sí, y también es más cursi y romántico… quería
reventarte el páncreas con mis idioteces… ya sabes que amo ver esa cara de
perro con mal de rabia que pones cuando te molestas. —Fruncí el ceño observando
su amplia sonrisa, dándome cuenta que había caído en su trampa, entregándole lo
que adoraba de mí, hacerme rabiar, escuchando sus risas mientras me quitaba
ambos dijes, abriendo el broche del que estaba unido a la medialuna,
colocándomelo en el cuello.
—Tú tendrás la luna que es el símbolo de mi hermandad…
y yo… —explicó tomando el broche de la otra cadena, colocándosela en el cuello—...
tendré tu planeta regente, el sol… como símbolo de que ahora nos pertenecemos el
uno al otro. —Le miré de soslayo con ganas de darle un puntapié o un puñetazo
en el estómago como siempre lo hacía cuando su cursilería sobrepasaba el límite
de lo humanamente tolerante para mí.
—Pensé que no podrías ser más cursi, pero me
equivoqué. —Tomé ambos dijes, los cuales aún permanecían unidos entre sí,
desuniéndolos para poder apartarme de él, quien rió a mares ante mis duras
palabras, algo que sin duda hubiese hecho llorar a cualquier otro, pero a
Terius era como la droga que necesitaba su por demás masoquista forma de ser.
—¡Oh, vamos!... aún no te muestro lo mejor de mí… —Tomé
el casco, comenzando a colocármelo, extendiéndole el de él, como señal de que
era hora de irnos—… Te llevaré al Karaoke y te cantaré a todo pulmón alguna de “Linkin Park” o de “Korn”… ¿Qué te parece la idea? —Abrí el visor del casco que ya me
había puesto, mirándolo con mi peor cara de molestia, observando como él seguía
sonriendo con aquella picardía, esperando su dosis de cocaína en forma de
sarcasmo.
—Muévete, maldito infeliz, que quiero ir a ver a mis
tíos antes de que me encierres en tu departamento —Terius se montó en el
vehículo después de colocarse nuevamente los guantes, imitándole rápidamente,
abrazándome de nuevo a su cintura, bajando el visor del casco, amenazándole,
justo al momento de escuchar el encendido el motor—. Tan solo atrévete a
llevarme a un karaoke y juro que no habrá brazalete en el mundo que me prohíba
alejarme de ti. —Por supuesto las carcajadas no se hicieron esperar, arrancando
velozmente la moto, saliendo de aquel lugar, rumbo a la casa de mis tíos.
************
Llegamos por fin al 1401 Market st., después de una
fugaz visita a mis tíos, lo cual había sido uno de los momentos más embarazosos
de mi vida hasta ahora.
Terius abrió la puerta de su departamento en el tercer
piso, dejando mi maleta a un lado, sin decir absolutamente nada, tal cual había
sucedido desde que habíamos dejado Woodhill dr, donde me había encargado de
interrumpirle cada vez que él trataba de llevar la conversación a un punto
donde imaginé que deseaba comentar lo de nuestra nueva relación, impidiéndoselo
a toda costa.
Comenzó a quitarse la chaqueta, mientras yo observaba
el pequeño pero cómodo departamento tipo estudio, donde lo primero que vi, fue
el amplio sofá en medio de este, junto a lo que parecía ser un equipo
audiovisual bastante completo, en el cual se pudo apreciar no solo la enorme
pantalla plasma de aproximadamente ochenta pulgadas, sino también un par de
cornetas a cada lado de esta; debajo había todo un sistema de video juegos,
reproductor de música, Karaoke, DVD y Blu-ray que me dejó con la boca abierta.
—¡Vaya!... en serio lo tuyo es fanatismo —exclamé
acercándome al sofá, tomando asiento después de quitarme la chaqueta de jean
que traía.
—Eso es culpa de mi abuelo Merlín —respondió
acercándose a mí, sintiéndome un poco más aliviado al ver que por fin me
hablaba—. No siempre fui tranquilo, Thomas… —prosiguió, tomando el comando a
distancia, encendiendo el televisor después de sentarse— Sufría de una
hiperactividad que volvía locos a mis abuelos y por supuesto a mis padres,
aunque Henrik siempre fue quien me tuvo más paciencia, ya lo conoces. —Asentí
observando cómo comenzó a cambiar de canales.
—¿Y qué tiene que ver el señor Merlín en tu afición? —pregunté,
mientras él posaba el comando sobre la pequeña mesa de madera frente a
nosotros, dejándolo en el canal MTV.
—Nada me tranquilizaba, yo era insoportable, corría,
destrozaba las cosas, era peleón, hacía llorar a Dominique y a los demás con
mis juegos pesados. Mi padre Henrik me ayudó mucho a controlar esa
hiperactividad con una pequeña afición que tengo a parte de esta, pero fue el
abuelo Merlín quien me indujo a ser adicto a estos aparatos.
No observaba lo que pasaban en el televisor,
contemplando el departamento, percatándome que en la parte alta del televisor y
junto a este había una enorme biblioteca repleta de video juegos, películas,
CDs de música y karaoke lo bastante extensa, mientras él prosiguió levantándose
del sofá.
—Cuando me dejaban al cuidado de los abuelos, mi
abuela era la que siempre tiraba la toalla conmigo, y era el abuelo quien
trataba de controlarme… me regaló mi primera consola de video juegos y me
compraba solo juegos de autos y peleas, alegando que si quería caerme a los
puños, que lo hiciera virtualmente.
Me levanté con ánimos de seguirle hacia donde se había
perdido de vista, imaginándome, por la cortina de bambú que guindaba en la
entrada, que se trataba de la cocina; pero algo llamó mi atención al pretender buscar
en aquel recinto, algo que me mostrara más de su personalidad, la cual al
parecer, era completamente distinta a lo que me había imaginado.
Me acerqué a una pecera de aproximadamente un metro de
largo por cuarenta y cinco de alto, donde se podía apreciar una pequeña réplica
de la ciudad perdida de la Atlántida sobre un fondo de piedras blancas y
grisáceas con gran variedad de plantas acuáticas, con su respectivo sistema de
oxígeno en forma de ostra, que al abrirse, dejaba ver una pequeña sirena de
porcelana que dormía alrededor de una perla negra, recordando aquella
habitación en casa de Alexander, la cual estaba repleta de perlas que ocultaban
profecías.
—¿Te gusta? —preguntó, posándose a mis espaldas
después de colocar frente a mí un plato con un enorme sándwich de salami,
lechuga, tomates y alfalfa en pan blanco.
—Lindo… pero creo que se te murieron los peces y no te
has dado cuenta —respondí tomando el plato, observando como él sonrió a medias,
señalándome una pequeña pecera redonda al lado de la otra, percatándome que
esta tenía diversos tipos de peces multicolores que nadaban en el estrecho bol,
explicándome, después de entregarme un vaso de jugo que traía en la otra mano,
alejándose de mí.
—Luego te mostraré que hay en la pecera grande…
¿vale?... ahora come para que vayamos a dormir, estoy exhausto y quiero
descansar. —Caminé hacia él, quien se sentó frente al televisor, comenzando a
comer uno de los dos sándwich que se había preparado, sentándome a su lado, con
temor de preguntar lo que me había estado incomodando desde que llegamos, al
ver su cambio de ánimo.
—¿Estás molesto? —Terius siguió engullendo el
emparedado como si aquello fuera el causante de su rabia, colocando mi vaso y
mi plato sobre la mesa, dándole el primer mordisco, dejándolo nuevamente sobre
el plato.
Él no dijo nada, simplemente se limitó a comer,
terminándose el emparedado en tan solo tres mordidas, comenzando con el segundo
mientras bebí un poco de mi jugo, sin dejar de verlo fijamente, hasta que se
decidió a mirarme después de beber la mitad de su vaso.
—¿Puedo pedirte algo? —Le asentí mirándole con cierta
incomodidad—Hazme una lista de las personas a las que no les puedo comentar que
somos novios, y así te ahorras tú la estúpida escena de hace rato en casa de
tus tíos, y me ahorras a mí la pena de ver cómo te avergüenzas de mí. —Negué
con la cabeza.
—No, no me avergüenzo de ti, Terius, solo… solo deja
que sea yo quien se los diga.
—A tu modo… ¿no?… les dirás que solo me has dicho que
sí por lástima, mientras que a mí me haces creer que en verdad intentarás que
esta relación funcione. —Volví a negar con la cabeza, tomándole del brazo.
—No… no es así, te lo juro, solo deja que yo hable con
ellos… prometo que no es como tú lo estás planteando. —Terius se levantó,
tomando su plato y su vaso de jugo, encaminándose nuevamente a la cocina,
saliendo rápidamente de aquel lugar, abriendo la puerta que se encontraba entre
la entrada de la cocina y el equipo audiovisual, soltándome en un tono, que aunque
pretendía ser calmo, denotaba lo molesto que se encontraba.
—Escoge donde prefieras dormir, dejaré la puerta sin
seguro, pero si deseas dormir en el sofá, hay unos cobertores y unas almohadas
en aquel closet —explicó señalando a mis espaldas, imaginando que se refería al
mueble de cedro que había visto al lado de la pecera—. Buenas noches, Thomas,
que descanses. —Cerró la puerta sin decir nada más, mientras observé fijamente
el emparedado a medio comer, levantándome como un autómata en busca de los cobertores
y la almohada, pensando que sin duda no era buena idea dormir a su lado con
aquella rabia que lo carcomía.
Me acomodé en el sofá, recostándome del posa brazos,
envuelto entre sábanas, tratando de terminar mi sándwich mientras esperaba que
la programación televisiva me ayudara a conciliar el sueño, aunque me sentía
tan miserable, tan odiosamente culpable de su rabia, que se me estaba haciendo
imposible quedarme dormido.
*~*~*~*~*~*~*
Desperté de golpe ante el deslizar de mi brazo
derecho, el cual cayó fuera del sofá, golpeando mi mano contra el suelo.
—¡Maldición! —balbuceé entre dientes, aún con cierta
somnolencia, entreabriendo los ojos, percatándome de un tenue resplandor
verdusco que iluminaba el techo, lo cual cambió poco a poco a un tono azulado,
como si el techo fuese el fondo del océano.
“Debo estar soñando”, pensé al ver aquel resplandor proyectarse
en el blanco techo, el cual ahora era de un tono purpúreo, escuchando un
incesante golpeteo sobre una superficie de algún cristal.
Me senté en el sofá, tratando de desenredar mis
piernas del cobertor, posando mis pies en el suelo, volteando a ver hacia donde
provenía aquel resplandor que alumbró casi toda la estancia.
La enorme pecera cuadrada iluminó todo el lugar, con
una luz irreal que se trasladaba dentro de aquel estanque, cambiando ahora a un
tono rojizo, lo que hacía que toda la estancia pareciera una habitación de
revelado fotográfico, acercándome lentamente, volviendo a percibir aquel
golpeteo, volteando a ver a todos lados.
Me encogí de hombros al no encontrar el motivo de
aquel sonido, volviendo a retomar mi andar entre los muebles, tratando de no
resbalarme con las medias, acercándome al fin al extraordinario estanque de
agua, el cual brilló en un tono anaranjado, observando que dentro de este,
habían dos criaturas que brillaban tan intensamente, que podían iluminar toda
la estancia.
Parecían un par de mariposas acuáticas, sus cuerpos
eran traslucidos como las medusas al igual que sus alas, las cuales parecían
las de una mantarraya, ondeando dentro del agua, volviendo a cambiar de color,
donde esta vez, predominó nuevamente el verde, observando como la pequeña
réplica de la ciudad de la Atlántida parecía tan idéntica como la verdadera.
—Es hermoso —alegué en un tono bajo, mientras escuchaba
decir dentro de mi cabeza, como un susurro lejano que se perdió con el viento.
“Thomas”.
Volteé a ver a todos lados, sintiéndome algo asustado,
mientras la habitación volvió a tornarse azul, comenzando a cambiar lentamente
al púrpura, escuchando nuevamente aquel golpeteo, que al parecer, provenía de
una de las ventanas que daban al lateral izquierdo del complejo residencial.
Por momentos se detenía aquel sonido, dejándose
escuchar nuevamente, golpeteando una y otra vez el cristal de la ventana, la
cual estaba cubierta por unas largas persianas verticales, tomando el cordón
que las apartaba, halándole con fuerzas, observando lo que golpeaba una y otra
vez el cristal, cubriéndome la boca ante el terror que había apresado todo mi
cuerpo, al ver como la cadena con el dije del escudo de los “Fuerst” se mecía al compás del
inclemente viento, que la hacía bambolearse de atrás hacia delante, golpeando
incesantemente la ventana.
Negué una y otra vez con la cabeza, apretando aún mi
boca con ambas manos, tratando de ahogar el llanto que comenzó a humedecer mis
ojos, caminando lentamente hacia atrás, sin poder dejar de ver aquel dije que
seguía meciéndose, colgado de la cornisa de la ventana, volteándome rápidamente
para salir corriendo, tropezando bruscamente con un cuerpo masculino, que me
aferró con fuerzas, comenzando a gritar golpeándole incansablemente, tratando
de zafarme de él.
—NO… SUÉLTAME… ALÉJATE DE MÍ… ALÉJATE DE MÍ… AUXILIO…
AYÚDENME… TERIUS…. —Seguí forcejeando, escuchando la voz de mi captor.
—Cálmate, Thomas, soy yo… despierta, rey… debes estar
soñando… despierta. Me asomé al escuchar ruido y no te vi en el sofá, y cuando
salí de la habitación, estabas observando fijamente la ventana.
Al ver que se trataba de Terius, le abracé tan fuerte
que creí que le destrozaría todas las costillas, sin poder dejar de temblar.
—Allí está, en la ventana… el dije del escudo Fuerst
de Rainell… allí está, allí está… míralo. —Señalé a la ventana, sin dejar de
abrazarle, observando que no había nada.
—¿Quién es Rainell?... allí no hay nada, Thomas —respondió
Terius tratando de calmar mis temblores, abrazándome con fuerza en contra de su
cuerpo, llevándome de vuelta al sofá, donde tomó uno de los cobertores,
colocándomelo sobre los hombros.
—Juro que allí estaba, lo juro… no estoy loco, Terius,
juro que estaba allí… el dije que era de Rainell y que Albert me había
obsequiado… uno de los vampiros que abusó de mí me lo quitó… el mismo que se
quedó con mi anillo. —Terius trató de sentarme en el sofá, pero yo me aferré
con fuerza a su torso, implorándole que me dejara dormir a su lado.
—Por supuesto… —respondió, comenzando a caminar hacia
la puerta de la habitación—… Y nadie ha dicho que estés loco, Thomas… a lo
mejor, como dije, te levantaste sonámbulo y estabas teniendo una pesadilla. —Sabía
que no era así, sabía muy bien que lo que había visto y escuchado era real,
pero no tenía fuerzas para tratar de convencerlo y simplemente me dejé llevar a
la alcoba, entre caricias y besos de parte de Terius, tratando de calmar aquel
estado de terror en el que me encontraba.
Al entrar en la alcoba, lo primero que vi fue una cama
matrimonial a la altura del suelo, era tan solo una gran tabla de madera con
cuatro patas que sostenían un enorme colchón ortopédico, donde me incitó a que
me agachara para tomar asiento sobre la cama, recostándome rápidamente sobre
las sábanas, colocándose a mi lado, limpiándome los ojos, los cuales aún permanecían
humedecidos ante el llanto, observando su rostro tan cerca del mío, que por un
momento pensé que me besaría.
—Lo siento… juro que no me avergüenzo de ti, solo que
sé lo que diría mi tío Lucian y no quería que te insultara… —Él negó con la
cabeza, alegando que ya aquello no importaba y que lo hablaríamos mañana,
acomodándome mejor sobre la cama, abrazándome con fuerzas entre las sabanas,
mientras yo escondía mi rostro en su pecho, tratando de no pensar en lo que
había visto, deseando que en efecto, aquello hubiese sido tan solo un mal
sueño.
—Mañana será otro día, descansa y no tengas miedo…
prometo que nadie volverá a lastimarte nunca más mientras yo cuide de ti… ¿Está
claro?
Asentí, sintiéndome un poco más tranquilo, aunque el
recuerdo de haber visto aquel dije, solo me hacía pensar en una cosa… los
secuaces de Dion debían de estarme buscando para terminar lo que habían dejado
inconcluso.
“Thomas”, volví a escuchar mi nombre, en la lejanía
de mi subconsciente, abrazándome fuertemente a Terius, negando una y otra vez
con la cabeza.
“Es solo mi imaginación, solo
mi imaginación, eso es… solo soñaba, todo está en mi cabeza, solo eso… solo
eso”.
Me decía una y otra vez mentalmente, sintiendo como
Terius me aferró aún más en contra de él, respondiéndome que, en efecto,
aquello era solo producto de mi imaginación, percatándome que mi ecolalia me
había vuelto a jugar una mala pasada, al creer que aquello tan solo lo había
dicho en mi mente, haciéndolo público inconscientemente.
No dije nada y simplemente me limité a tratar de
dormir, deseando que amaneciera lo antes posible, manteniendo los ojos
cerrados, sin ánimos de abrirlos hasta que la luz de sol se dejara colar por
las persianas de la alcoba, indicándome que la noche llegaba a su fin, dándole
paso a la seguridad de la mañana, donde intentaría dormir más tranquilo de lo
que podría llegar a descansar ahora.
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