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sábado, 1 de agosto de 2015

Entre dos fuegos (Saga "El reflejo púrpura) - Capítulo 2





Capítulo
II
Colocando los punto sobre las íes
Ante los ojos de Thomas

Pasé insistentemente el dedo índice por el borde de la caja que resguardaba un enorme castillo “Lego”, uno que había comprado para Emma, imaginándome que aquello podría resarcir el daño ocasionado.
“Tú como siempre creyendo que las personas se compran, que todo en esta vida es adquirible con dinero, obsequios y costosas joyas, pero te equivocas, Thomas, puedes llegar a comprar su perdón, ¿pero el amor?... eso no tiene precio”.
Aquello me lo había recriminado Albsev al ver lo que le había comprado a la niña por Internet con pretensiones de ganarme su perdón.
“Claro que no quiero comprar a mi hija, es solo que no sé cómo hacer para que me perdone”, pensé, recordando las palabras de Terius ante aquel malestar que permanecía en mi pecho, apresándolo, ya que Emma no hacía más que ignorarme.
“Tenle paciencia, vuelve a entrar en su mundo siendo simplemente tú. Albsev tiene razón… un obsequio no va a reparar el daño, ella se debe estar preguntado el porqué de tu abandono, dale respuestas que ella pueda entender, pero solo si te las pide, ve por debajo y entiende algo… aunque es una niña madura, no deja de ser una niña, así que no le hables como a un adulto… ¿vale?”
“¿Ponerme a su altura?... ¿Es a eso a lo que se refieren?”

Sé que alguna vez había sido niño, pero hacía bastante tiempo de aquello, y no conforme con eso, jamás tuve una infancia que se pudiese llamar “normal”, pero sin duda Thomas Lestinger no huiría ante un reto y yo deseaba el perdón de mi nena a cualquier precio.
Dejé el castillo sobre mi cama, saliendo hacia el pasillo central de la segunda planta rumbo a la habitación de Emma, posando la mano en el pomo de la cerradura, temiendo por primera vez en mi vida, la posible reacción de una niña de tan solo cinco años de edad.
—Vamos… es solo una niña —Me lo pensé por unos segundos, alegando a aquella acotación con una sonrisa nerviosa—. Es tu hija… ¿Qué puedes esperar de ella?... una cucharada de tu propia medicina, solo eso. —Aquello me hizo reír, si bien no era algo que me gustara aceptar, era algo de lo que me estaba acostumbrando a recibir últimamente.
Giré el pomo muy lentamente, y tratando de no hacer ruido, me asomé poco a poco, intentando que no se diera cuenta de mi intromisión.
La niña se encontraba frente a su mesita de té, donde no solo se podía apreciar la vajilla de juguete, sino que gran variedad de postres, donas y panecillos de plástico adornaban la superficie, ¿y a su alrededor?... cuatro sillas donde se encontraban sentados el panda que Orión le había obsequiado con un enorme sombrero de copas de colores, junto a la muñeca victoriana que yo le había entregado en Navidad, y a Stephano que a duras penas cabía en la diminuta silla al lado de la pequeña, quien presidía aquel falso festín.
—Hoy estamos celebrando nuestro no cumpleaños, señor conejo —le comentó Emma a Stephano, el cual traía puesto sobre la cabeza un cintillo que sostenía un par de orejas de conejo en un tono blanco y rosa, con el rostro pintado, simulando ser el conejo blanco de “Alicia en el país de las maravillas”.
—Pues feliz no cumpleaños, señorita Alicia —Stephano observó su reloj de pulso, alegando en un tono alterado—. Es tarde, es muy tarde, señorita Alicia, la reina me va a cortar la cabeza… —Traté de no reír al ver lo buen actor que era Misaki, y sobre todo, esa facilidad que tenía el chico para desenvolverse con la pequeña, sin importarle el caer en lo cursi o ridículo que se pudiera verse.
Ella rió fascinada ante la actuación de Stephano, hasta que se percató de mi presencia, y lo que antes era una esplendida sonrisa, se había transformado en un rictus serio y por demás severo.
—Hola —saludé como si con aquello fuese a obtener de nuevo una amplia sonrisa de sus labios. Stephano se giró para verme mientras Emma me volteaba los ojos de mala gana, pidiéndole al asiático.
—Dile que se vaya. —Suspiré, en verdad me habían dolido muchos rechazos en mi vida, pero lo que Emma estaba haciendo conmigo, era sencillamente matarme lenta y dolorosamente.
—Emma… es tu padre, no creo que debas tratarlo así. —Ella se giró para ignorarme, mientras yo le pedía a Stephano que no dijera nada y me dejara hablar.
—¿Emma?... Yo estoy consciente que mereces muchas explicaciones y estoy aquí para dártelas —La niña siguió de espaldas, introduciendo los muebles de una pequeña casa de muñecas dentro de esta—. Me duele mucho que me ignores, pero eso no hará que deje de amarte. —Ella se volteó a verme con los ojos llenos de lágrimas.
—Tú me dejaste sola en ese lugar, eres malo, MALO… todas esas niñas me hacían maldades, me humillaban, rompían mis cosas, ¿y qué hiciste tú para defenderme?... NADA… tú estabas aquí en tu mansión sin que te importara lo que yo sufría. —La niña comenzó a arrojarme sus juguetes, pidiéndome que me fuera.
—Emma… ¡por favor! —Imploré tratando de acceder a ella, cubriéndome con los brazos para que no me fuese a romper la cabeza con alguno de sus juguetes, siendo Stephano quien la tomara entre sus brazos tratando de calmarla— Yo tenía solo diecisiete años, estaba asustado y no sabía qué hacer con una hija. —No supe en qué momento las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, mientras ella se abrazó fuertemente a Stephano, quien la meció de un lado a otro, acariciándole la espalda.
—Quererme, eso quería… un papá que me quisiera, uno que fuese por mí a ese feo lugar y me defendiera. —Bajé la cabeza, observando cómo mis lágrimas caían desde la punta de mi nariz y mi mentón hasta el suelo, escuchando aquel sollozo de la pequeña, quien ocultaba su rostro en el cuello de Misaki.
—Vamos Emma… por eso ahora estas aquí, él estaba asustado porque era aún muy joven, pero ya es un adulto y está arrepentido de lo que hizo… ¿no es así? —preguntó Stephano, haciéndome levantar el rostro para verle a la cara.
—Muy, muy arrepentido… he sido malo muchas veces, en muchas ocasiones, y con muchas personas, pero contigo quiero resarcir el daño y darte lo que te negué todos estos años, por favor Emma… si no quieres llamarme papá, está bien… seguiré siendo tu tío Thomas si eso te hace feliz, pero no me alejes de tu vida ahora que estás conmigo.
Mientras le hablaba, iba acercándome a ambos, posando mi mano sobre la espalda de la niña, la cual se estremeció ante el tacto de esta, sacudiéndose un poco con cierto desgano.
—Mi princesita no es así… ¿verdad que no? —Preguntó Stephano— Ella sabe perdonar y ser una niña dulce, además… ¿qué me dijiste aquel día que jugábamos al salón de belleza?... que el día que conociste al hombre bonito que curó a Bubu le rogaste a Gea antes de dormir que tu papi fuera como ese señor, ¿y mira?... Gea cumplió tu deseo.
Aquello hizo que se me terminara de romper el corazón en mil pedazos. Sin duda merecía todo el sufrimiento que estaba padeciendo ante la traición de Albert y el desamor de Albsev, ella anhelaba un padre como yo y fui un completo hijo de su recontra madre al dejarla en aquel lugar, por mi puto egoísmo, por supuesto no merecía una hija como ella, no merecía que nadie me amara en este asqueroso mundo, había herido a tanta gente tan solo por pensar en mí y en mis temores, sin detenerme a pensar lo mal que le había hecho a mi pobre Emma Ezireth.
No pude parar de llorar delante de Misaki, quien de seguro no daba crédito a lo que sus ojos veían, un Thomas arrepentido, un Thomas que a pesar de no llegar a ser visto nunca como un hombre de bien y siempre la oveja negra y el indeseable hijo de Rómulo, estaba aprendiendo a sobrellevar mis sentimientos, que buenos o malos, eran al fin y al cabo los que me definían como alguien auténtico y con identidad propia como lo había manifestado Leónidas, y no la sombra del mago más odiado del mundo.
Volví a acariciar la espalda de Emma, y esta vez su reacción era completamente distinta. Separó el rostro del cuello de Stephano, girándose para verme aún gimoteando, arrojándose sobre mí, atrapándola en un fuerte abrazo paternal, donde ambos lloramos incontrolablemente, arrojándome al suelo con la niña en brazos, mientras el joven asiático se apartó un poco de nosotros, dándonos espacio.
—Te amo, Emma… te amo y no prometeré ser un padre ejemplar o que de ahora en adelante estaré siempre a tu lado, pero jamás… jamás volveré a lastimarte, lo prometo. —Ella me apretó tan fuerte, que pude sentir como la herida que Albert había causado en mi cuello al morderme, comenzó a doler, aunque no hice gesto alguno de pretender apartarla de mi lado.
“Normalmente los seres humanos tratamos de mitigar el dolor sentimental con el físico, a muchos les resulta... sino pregúntale a tu tío Randall ¿qué demonios busca con cada visita que le da a la vampiresa del feudo de la ciudad de Chattanooga?”.
El doctor Scheffer tenía razón, y aunque no era lo más ortodoxo, el ardor que sentí en el cuello ayudó bastante a mermar el dolor interno que el desprecio de Emma habían causado en mí, pero el escozor de aquella mordida abría otra brecha, una que ya estaba acostumbrándome a llevar a cuestas.
—Te amo, papi. —Aquello dibujó en mi rostro una gran sonrisa, apartándome un poco de ella para limpiar sus lágrimas y tratar de enjugar las mías.
—No sabes lo feliz que me haces… estoy tan feliz que puedes pedirme lo que quieras y juro complacerte. —Respondiéndome tan rápido que no me dejó tiempo ni a pensar.
—Quiero que hagas del Sombrerero Loco. —Abrí mis ojos, alzando una ceja algo asombrado ante su pronta petición, mientras Stephano se acercó al panda, quitándole el colorido sombrero de copa hecho de foami, colocándomelo en la cabeza, alegando a favor de la niña.
—Usted dijo lo que fuera, ¿no?... andando, papito Thomas, a complacer a su pequeña. —Ella se apartó de mí, quitando a la muñeca de la silla para que me sentara, permaneciendo aún de rodillas en el suelo, mirado de malas a Stephano, quien retomó su puesto en la mesa, palmeando la silla que Emma me había desocupado.
Me levanté resignado, sin duda no sabía cómo hacer esto y odiaba hacer el ridículo, pero si eso hacía que Emma volviera a confiar en mí y amarme como lo había hecho todo este tiempo y aún mas, no iba a detenerme a pensar de lo tonto que me pudiese ver con aquel sombrero en la cabeza, tomando asiento, soltándole entre dientes a Stephano.
—Si le dices a alguien sobre esto, juro que… —Pero el muchacho me interrumpió con una amplia sonrisa.
—No seré yo quien se los diga. —Él señaló a Emma con un ademán de su cabeza, observando como la hermosa nena de rubia cabellera sonrió ampliamente al tenerme allí en su mesa de juegos, y eso era algo que sin duda, no se podía comprar ni con todo el dinero del mundo.

Ante los ojos de Albsev

No solo el sonido del agua al caer de la regadera me había despertado, el estruendoso canturreo de Orión en el cuarto de baño era demasiado fuerte como para pretender seguir durmiendo.
Sonreí al pensar en la dicha del chico en la ducha ante lo ocurrido anoche, a tal grado de estar cantando “I´m your baby tonight” de “Whitney Houston”, imaginando que aquella canción provenía de los gustos de su madre, ya que no podía visualizar al señor Drake escuchando semejante canción, la cual era también la favorita de mi tía Jermaine.
Todo pasó tan rápido y justo cuando menos nos lo propusimos como tantas veces lo había intentado Orión. Él estaba aún dolido por lo que su madre le había hecho, y yo solo deseaba que volviera a ser el mismo chico risueño y encantador de siempre.
“Sin duda las cosas que menos se planean son las que mejor salen”, pensé mientras me volví a hacer un mohín entre las sábanas de la habitación de Orión, la cual ahora compartíamos, recordando lo sucedido anoche.
—Vamos Ori… quiero que comas algo, desde lo sucedido con tu madre no has querido ni salir de esta habitación, please… no quiero verte así —le pedí dulcemente a Orión, quien siguió sin ánimos de nada después de tan horrible momento, donde su madre nos hizo sentir miserables a todos, en especial a él.
—No tengo hambre, solo quiero quedarme aquí y maldecir —soltó él entre gimoteos, abrazado mis piernas, mientras permanecí recostado del espaldar de la cama con un plato de macarrones con queso y mucha salsa napolitana en las manos, una de sus comidas favoritas.
—¿Y si te lo doy de comer yo? —Por unos segundos no dijo nada y simplemente se limitó a limpiarse el rostro con las sábanas, aspirando sonoramente por la nariz para calmar la moqueadera que aquel llanto le causaba, respondiéndome casi entre dientes.
—A lo mejor si me lo das de tu boca, podría comer un poco. —Sonreí, asintiéndole al muchacho, quien se incorporó, observando cómo me llevaba un macarrón a la boca, dejándolo entre mis labios a la espera de que viniera por él.
Lentamente se acercó a mí rostro y mordisqueó el trozo de macarrón dejando tan solo el pedazo que quedó atrapado entre mis labios, lo cual tragué justo cuando él comenzó a besar mi boca, tratando de maniobrar el plato que amenazó con caer de mis manos.
—Orión… please… la comida… —Traté de explicarle entre beso y beso.
—¿La comida?... ¿Cuál comida?... Yo solo tengo hambre de ti. —Coloqué como pude el plato sobre la cama, mientras Orión, posado frente a mí con ambas manos sobre el espaldar de la cama y sus rodillas a cada lado de mis piernas, mantuvo mi cuerpo preso entre la cama y él.
—Debes comer. —Volví a insistir, aunque no hacía mucho esfuerzo por quitármelo de encima, colocando ambas manos sobre su cintura, apretándolo más a mi cuerpo.
—Estoy comiendo, Al. Solo carne de primera… —Tomó mis piernas, halándome para recostarme por completo en la cama, comenzando a subirme la chamarra hasta lo alto del pecho, dejando mis tetillas a su completa disposición— Aquí hay solomo. —Beso mis pezones, refiriéndose a ellos como el corte de carne de res con la cubierta grasa alrededor de esta, lo que me hizo sonreír y al mismo tiempo estremecer, al sentir como mordisqueó y jugueteó con ellas humedeciéndolas con su lengua, la cual sabía usar a la perfección.
—Mmm… ¿Y aquí?... —preguntó justo cuando abrí mis ojos, contemplando cómo se dirigió a mi ombligo— Lomito. —Sacó su lengua, después de hacer referencia al corte de carne blanda y jugosa de la res, sin dejar de verme a los ojos, lengüeteando alrededor de aquel orificio, haciendo que mi hombría comenzara a golpetear dentro de mi ropa interior, cerrando nuevamente los ojos, estremeciéndome de gusto ante lo que su experta boca sabía hacer.
—¿Y esto?... —Sentí como sus dedos dibujaron el contorno de mi marcada hombría entre los pliegues de mi pantalón, volviendo a levantar el rostro en el momento en que Orión pasó la punta de su nariz por mi glande sobre la tela, haciendo círculos en la punta de mi eje, comenzando a perder todo raciocinio posible— Esto es salchicha polaca. —Mordí el dorso de mi mano, aguantándome las risas mientras él abrió la boca, comenzando a mordisquear mi pene por sobre la ropa como si se tratase de una mazorca de maíz azada.
—Ay madre mía, ten piedad de mi, Orión, por favor… —rogué separando mis piernas, aferrando al muchacho por los cabellos, levantando mi pelvis con deseos de introducir mi hombría en aquella boca de la que tanto había escuchado como una de las mejores del mundo.
—¡Oh, no!... no me pidas piedad después de lo que me has hecho sufrir tú a mí. —La cremallera fue deslizada hasta lo más bajo del pantalón, sintiendo como el simple sonido que esta produjo, causó que mi erección fuese aun mayor.
Haló con fuerza mi pantalón junto con mi ropa interior hasta mis muslos, comenzando a sentir aquel calor en mi rostro ante la vergüenza de estar semidesnudo delante de él, no sabía si solo era yo o si todas las personas sentían igual, pero el sentirme expuesto delante de alguien que me deseaba tanto como Orión, acrecentaba aún más mi apetito sexual.
—Como voy a disfrutar esto. —No quise abrir mis ojos ante sus palabras, solo deseaba su boca en mi sexo, deseaba decirle que sí, que lo necesitaba y que lo ansiaba desde hacía días, pero mi temor y vergüenza siempre eran más grandes que mi deseo, y simplemente callé, esperando lo que él deseaba entregarme.
Acarició mi pene, desde la raíz hasta la punta, jugueteando con las gotas de pre-semen que escurrían por mi glande, humedeciendo con estas todo el frenillo, rozándolo una y otra vez con el pulgar, mientras sus labios juguetearon con mis testículos, succionando la delicada piel del escroto que los cubría, soltándola y repitiendo aquella acción que estaba comenzando a volverme loco.
—Mámalo. —Aquello salió de mis labios como un susurro lejano que se ahogó entre mis jadeos.
—¿Perdón?... ¿Escuché bien?... el señor “correcto” ha pedido, ¿qué?... —Mi vergüenza se había ido junto con el plato de macarrones, el cual estrellé contra la pared lateral, tomando al muchacho por el cuello de la camisa, atrayéndole a mi rostro después de incorporarme.
—Quiero que lo metas en tu puta y jodida boca y me des la mamada de mi vida, maldita sea… ¿lo entendiste bien o te lo dejo más claro? —Una amplia sonrisa lasciva se dejó ver en aquel rostro cargado de lujuria, el cual me besó, mordisqueándome los labios, succionando mi lengua, mientras la suya se abría paso entre mis labios, exigiendo lo que ahora le pertenecía, mi deseo hacia él.
Soltó al fin mis labios, los cuales quedaron deseosos de más, pero mi sexo reclamaba atención de aquella boca que prontamente comenzó a darle lo que deseaba.
Lamió la punta y besó todo mi pene desde el glande hasta mis testículos, recorriendo nuevamente el mismo camino hasta arriba, engullendo sin ningún tipo de pudor, asco o inhibición de su parte, todo el largo de mi hombría, cubriéndolo con su cálida y húmeda boca, la cual comenzó a succionar y a lamer, subiendo y bajando su cabeza rítmicamente, haciéndome perder los estribos al punto de comenzar a despotricar todo lo que me pasaba por la cabeza y más.
—Por todos los infiernos… esa boca fue creada por el mismísimo “Apollyon” —blasfemé sin dar crédito a mis propias palabras—. Ni “Lilith” puede tener una boca tan prodigiosamente pecadora como la tuya —argumenté sin sentir el más mínimo remordimiento ante la comparación de la boca de Orión con la de la concubina de “Apollyon”, o Satán como era conocido entre los invenings.
—Y aún no pruebas lo mejor de mí, Albsev —respondió Orión a mis pecaminosas palabras, comenzando a desvestirse delante de mí, sin perderme ni uno solo de sus movimientos, hasta verlo completamente desnudo— Voy a darte algo que jamás te han dado.
Comencé a quitarme por completo la ropa, mientras el hermoso muchacho llevó sus dedos a mi boca, humedeciéndolos con mi saliva, introduciéndolos y sacándolos de mi boca, tratando de impregnar lo más que se pudo el par de dedos, imaginando que aquello iría directo a mi trasero.
Cerré mis ojos y abrí mis piernas, esperando a que el muchacho introdujera sus dedos dentro de mí, pero nada sucedió, tan solo sentí los movimientos de Orión sobre la cama junto al sonido de los jadeos que entrecortaron su respiración, abriendo lentamente mis ojos, donde no pude dar crédito a lo que veía.
Se había colocado de espaldas a mí, donde ambas piernas se posicionaron una a cada lado de mis muslos, penetrándose a sí mismo con ambos dedos, humedeciendo y dilatando la entrada de su espectacular trasero, comenzando a masturbar mi endurecido miembro, el cual no paró de humedecerse con cada acción que Orión ejecutaba.
Escupió en su mano y humedeció aún más mi erguido pene, para luego posicionar la entrada de su cavidad anal sobre mi eje, comenzando a aprisionar su agujero en contra de mi deseoso, duro y por demás hinchado falo, el cual estuvo a punto de eyacular tan solo al ver aquella imagen, que a mi punto de vista, era lo más depravado, impúdico y deliciosamente pervertido que había visto en mi vida.
“¡Por Gea!... tengo un lado vicioso y no lo sabía”.
Pensé sin poder apartar mis ojos justo donde nuestras pieles comenzaron a fundirse en un solo deseo, percibiendo el calor avasallante de aquella carne que apresaba mi hombría, logrando sentir por primera vez, lo que era penetrar a alguien.
Se sentó por completo sobre mi regazo, tratando de mantener su cuerpo en aquella postura, que aunque parecía incómoda, él lo manejaba con histriónico equilibrio, comenzando a subir y bajar, dejando ver nuevamente mi sexo y volviendo a engullirlo entre los pliegues de su carne, que cada vez se humedecían y dilataban con cada cabalgada que el chico me daba.
Aquello no lo soporté por mucho tiempo, era algo que jamás había probado y el macho alfa que había estado dormido dentro de mí por tanto tiempo, emergió como una fiera, como un león en cautiverio al que le mostraban por primera vez que era cazar y no ser simplemente alimentado.
Me senté sobre la cama, y aferrándole el cuerpo al pasar mi brazo por debajo de su axila, le giré sobre la cama, tratando de que mi sexo no se escapara de aquella prisión en la que Orión muy voluntariamente le mantenía preso.
Le arrojé sobre la cama, colocándome sobre el sudoroso cuerpo del muchacho, sin dejar de aferrarle por debajo de sus brazos, soltándole al oído, después de comenzar a mover mi pelvis, entrando y saliendo de él.
—Hay algo que aprendí de Thomas y que tú deberías saber bien… —Sin duda nadie más que yo odiaba nombrar a Thomas, y mucho menos en nuestra primera vez, pero aquel momento ameritaron las palabras que citaría a continuación— No es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar. —Pasé mi brazo izquierdo por el cuello del muchacho, agarrándome con fuerza de su cuerpo, mientras que el otro brazo seguía estando por debajo del suyo, sosteniéndome de su hombro por debajo de este, embistiendo al chico una y otra vez, a punto de descargar toda mis ganas en él, quien sonrió con un brillo púrpura en sus ojos que denotaban lo excitado que se encontraba.
Gimió y golpeó la almohada varias veces con el puño cerrado, sin parar de empujar mis carnes en contra de las suyas en un ir y venir de mis deseos hacia aquel joven del que ahora no podía volver a ver nunca más como mi enemigo, sino como el hombre al que ahora deseaba y amaba.
—Te amo… te amo tanto —susurré muy cerca de su oído, sintiendo como se estremeció y sonrió ampliamente.
—Dilo… dilo de nuevo, Albsev, ¡por favor!
—Te amo, Orión Malswen. —No me había percatado que una de sus manos se encontraba debajo de su cuerpo, acariciando su pene, hasta el momento en el que el muchacho comenzó a estremecerse entre mis brazos, a tal grado, que creí que convulsionaba ante el orgasmo del que su cuerpo estaba siendo partícipe, sin dejar de embestirle, percibiendo como sus carnes aprisionaron mi sexo, ante los espasmos de placer que recorrieron por toda su pelvis, contagiando la mía en un estallido completamente involuntario de mis ansias de hacerlo mío.
Irrigué con fuertes expulsiones de semen su cavidad anal, dejando caer mi cuerpo sobre el suyo, donde pude sentir como ambas pieles se adherían ante el sudor de aquella entrega, percatándome como unas tímidas lágrimas escaparon de sus entrecerrados ojos, surcando su hermoso rostro sudoroso.
Él no había respondido a mis palabras de amor, imaginando que la entrega de aquel  momento donde dejó escapar todo su deseo acumulado lo dejó sin palabras, pero aquellas lágrimas, ese pequeño detalle, que para cualquiera hubiese sido insignificante, ¿para mí?... era mejor que mil te amos dichos verbalmente. Él lloraba por lo que le había hecho sentir, por mi entrega y mis palabras, aquellas que él tanto había anhelado escuchar y que ahora habían sido dichas en el momento justo, logrando no solo aquel orgasmo del que ambos habíamos sido participes, sino además la dicha de cada uno al estar en brazos de quien ahora era nuestro verdadero complemento.
—Te amo, Al. —soltó al fin en un hilo de voz que se perdió con la somnolencia de un cuerpo cansado enteramente satisfecho, quedándonos dormidos uno en brazos del otro.
No me percaté que Orión había vuelto al dormitorio hasta que varias gotas de agua comenzaron a caer sobre mi mejilla, abriendo los ojos contemplando al muchacho, quien me observaba de pie frente a la cama, dejando caer sus rubios cabellos frente a su resplandeciente rostro de felicidad, mientras yo observaba su humedecido cuerpo desnudo frente a mí.
—El que se ríe solo, de su picardía se acuerda. —Aquello ya lo había oído una vez en boca de Astaroth, aunque el modo en que Orión lo había dicho, denotaba que él sabía perfectamente bien cuál era el motivo de mi sonrisa.
—Justo el motivo de mi sonrisa está mojándome el rostro. —Se sentó a mi lado, acomodándose el cabello hacia atrás, tratando de peinarlo con los dedos, el cual volvió a caer rebeldemente sobre su frente.
—¿Usted no piensa levantarse de esa cama, joven beisbolista? —Negué con la cabeza, lo que hizo que una amplia sonrisa volviese a estirar sus seductores labios— ¿No tienes hambre? —Asentí aferrándolo del cuello para acercarlo aún más a mí.
—Tengo hambre de ti —Besé sus labios, los cuales estaban frescos y sus dientes recién cepillados, temiendo que yo pudiese tener mal aliento mañanero, besándole sin separar mucho mis labios—. Quiero solomo —Besé sus pezones inclinándome un poco—. Deseo lomito —Dibujé un círculo alrededor de su ombligo sin dejar de verlo con ojos de deseo—. Y sin duda quiero salchicha polaca. —Orión soltó una carcajada, abrazándome fuertemente en contra de su cuerpo, susurrándome al oído.
—¿Sabes que es lo mejor de ser el payaso o el cursi en una relación? —Negué con la cabeza, mientras él se apartó un poco de mí para verme a la cara—Conseguirse a la persona que ría de tus idioteces y comparta tu cursilería. —Sin duda él tenía razón, lo que comenzó a nacer entre Orión y yo era algo que no se podía comprar ni con toda la fortuna del mundo, y eso era lo que más amaba de él, que era mi complemento y yo el suyo.

Ante los ojos de Astaroth

Después de dar un paseo por los alrededores del castillo con mi tía Pandora, escuchar un largo relato de anécdotas familiares por parte de mi tía Dora, a la que había ido a conocer justo este día, y compartir unas horas de entrenamiento militar impartidas por mi tío Astaroth a sus oficiales a cargo, era ya hora de ir a enfrentar a mi hermano Arcongth.
Me hallaba desde las seis de la mañana en la isla de Groenlandia, donde se encontraba el reino elfico, escondido ante los ojos incrédulos de los invenings de la zona. Observé mi reloj de pulso, mientras terminaba una pequeña merienda en la cocina real, imaginando que en Chattanooga estaban a punto de comenzar el almuerzo, sacando mis cuentas mentales ante la diferencia de horarios, que eran aproximadamente de cinco horas más temprano que en Groenlandia, donde eran las cuatro de la tarde.
“Tan solo un día aquí y ya te extraño horrores”.
Pensé elucubrando qué podría estar haciendo Stephano sin mí en la casa Lestinger, imaginándolo viendo sus animes yaoi de los que tanto me había pedido que viéramos juntos para probar si podría llegar a sentir algún tipo de deseo, o jugando con Emma, escuchándole decir a mi hermana Erline, después de beber su vaso de leche.
—Bueno Asty, ya hemos hecho esperar bastante a Arcongth, así que vamos a su despacho por lo menos a que te despidas de él, antes de que te retires. —Le asentí, levantándome de la mesa de caoba tallada, después de beber todo mi vaso de leche achocolatada, tomando otra de las galletas que Gardenia nos había preparado, las cuales no permanecían en el plato, sino que flotaban sobre este.
—Mmm… muy ricas las galletas, Gardenia, espero poder llevarles unas cuantas a Stephano. —Ella tomó una canasta, y colocando todas las galletas que flotaban aún frente al plato sobre una servilleta de tela, las envolvió colocándolas dentro de la cesta, cerrándola para que no se escaparan.
—Ten, mi precioso, dile a Stephano que ya muero por conocerlo —Yo le sonreí agradeciéndole, tanto el obsequio como sus palabras, despidiéndome de ella con un beso—. Y si encuentra extraño que floten, cuéntale que es por culpa de esas condenadas hadas que viven revoloteándome en la cocina. —Le asentí nuevamente despidiéndome de ella, saliendo de la cocina junto con Erline, quien me soltó a continuación, después de quitarme la canasta de las manos.
—Arcongth está justo ahora en una reunión con el consejo, me parece muy buen momento para que se vuelvan a ver, y así tú te empapas con todo lo que acontece en el reino… ¿Está bien? —Respondí con un simple “Ok” sin muchos ánimos de ir a interrumpir lo que de seguro era una contienda campal en la que solo habría un ganador, y ese sin duda sería Arcongth.
Erline tocó a la puerta, colocándose en frente de mí, observando mi traje de montar, el cual había usado para ir hasta los entrenamientos militares del tío Astaroth.
—Te ves muy lindo con ese traje elfico de montar. —Le agradecí el piropo, escuchando que abrían la puerta, encontrándome con el lambiscón de Ulises, el cual me observó fijamente, para luego hacerme una reverencia al ver como Erline le retaba con la mirada.
—Buenas noches, príncipe Astaroth. —Aquel título aún me daba cierto escozor, y dicho de los labios de Ulises sonaba como si aquello lo dijera tan solo porque se lo imponían. Simplemente hice un ademán con la cabeza, observando como el rostro pálido de mi hermano Arcongth se dejó ver a las espaldas del lame botas del rey.
—¿Astaroth?... ¡Vaya!... sabía que estabas en el castillo, pero no pensé que vendrías a verme —Erline se despidió de mí, alegando que las mujeres no podían poner sus pies dentro del despacho cuando hubiese una reunión del consejo, pensando que aquello era lo más sexista que podría haber escuchado en mi vida—. Pasa, por favor… pasa, ven y acompáñanos como espectador, si así lo deseas.
Entré después de despedirme de mi hermana, la cual me prometió devolverme las galletas antes de irme, asintiéndole, justo cuando Ulises cerró la puerta y Arcongth colocó su brazo izquierdo sobre mis hombros, girándome para encarar al grupo que conformaba el consejo real, haciéndome sentir incómodo ante el contacto de su cuerpo junto al mío.
—¿Señores?... les presento a mi hermano Astaroth, ya oyeron hablar de mi hermano el mestizo, ¿no? —Allí comenzó de nuevo, aquel empeño suyo por hacerme sentir menos que los demás, observando como uno de los del consejo se levantó rápidamente, haciéndome una reverencia.
—Príncipe Astaroth, es un gusto tenerlo entre nosotros —Al levantar el rostro contemplé asombrado que aquel hombre era un breklig ante el negro intenso de sus ojos, los cuales carecían de brillo—. Tome asiento, por favor. —El hombre extendió su mano, señalando el asiento que se encontraba vacío en frente de la ovalada mesa de cristal, la cual era sostenida por aquella enorme copa de árbol, incrustada en el suelo de granito.
Me aparté de mi hermano, tomando asiento, sin dejar de ver al hombre mientras Arcongth volvió a su asiento, soltado en un tono despectivo, aún de pie.
—Imagino que debes estar sorprendido de ver a un breklig en el consejo… eso es para que te des cuenta que no soy la basura que todos alegan… ¡ya ves!... mi consejo está presidido por dos elfos, Fausto y Tarek… —Señaló a ambos elfos que se encontraban uno a cada lado de él— Tala o "lobo acechante", como le quieras llamar, quien como ves, es un centauro —Señaló Arcongth a la criatura, quien no hizo ningún gesto, tan solo observándome con aquellos pequeños ojos negros, acomodando su larga caballera azabache, siendo el único que estuviese echado en sus cuatro extremidades inferiores sobre el suelo, para culminar señalando al breklig—. Y qué mejor que Duncan, que está en ambos mundos, el de los invenings y por supuesto el de los magos, aunque no posea un ápice de magia en todo su cuerpo. —El aludido sonrió de un modo irónico, negando con la cabeza.
“¿Así que ese empeño de hacer menos a los demás no es solo conmigo?”, pensé escuchando la respuesta de Duncan.
—Pues con todo respeto, Su Majestad, estoy muy orgulloso de ser un breklig, ya que mi condición ha servido para obtener un puesto en su consejo, siendo un miembro imparcial de este, a diferencia de los demás, con varios títulos en ciencias políticas… —Sin duda Duncan me caía bien, a pesar de sus limitaciones en nuestro mundo, él no se dejaba pisotear ni siquiera por un rey que, al parecer, jugaba a envolvernos en una dictadura disfrazada de monarquía democrática.
—Bueno, bueno… a lo que nos compete… tenía la palabra nuestro ministro Tarek, que nos estaba entregando los últimos reportes de los cultivos de hortalizas por parte de los duendes —El elfo asintió, comenzando a explicar que los cultivos eran cada vez menos productivos, a lo que Arcongth alegó frunciendo el ceño, después de sentarse—. Pues si es así, deben ser esos malditos duendes que se están robando las cosechas, o peor aún, deben estar vendiéndolas por su cuenta.
—Pues si le están robando es porque usted les ha reducido, por no decir negado, el pago de su trabajo —espetó Duncan, haciéndome alzar una ceja.
—Ellos tienen lo que se merecen, Duncan… no creo que se les deba dar más de lo necesario… ellos…
—Ellos poseen familia, señor… necesidades que no se cubren tan solo con unas migas de pan y unos cuantos sacos de hortalizas podridas, junto a las reces que mueren en algún lago, entregándoles las sobras a las criaturas que se encargan de mantener el reino junto con los enanos, las ninfas y los sátiros. —El breklig abrió una de las carpetas, mientras el centauro soltó en un tono seco.
—Unos súbditos inconformes ser más peligrosos que el mismo enemigo de reino. —Duncan señaló a Tala, asintiendo a sus palabras, mientras Arcongth observó la carpeta que el hombre de cabello castaño le extendía.
—Aquí tenemos el censo de cuantos duendes hay y la cantidad de habitantes por familias, no se puede entregar la misma porción de alimentos a todos por igual, Su Majestad… debe entender… —Pero mi hermano en vez de tomar la carpeta para leerla, este la arrojó de nuevo al escritorio, la cual rodó hasta mí, siendo yo quien la tomara.
—No me interesa que hayan duendes que parecen conejos y tengan una familia numerosa, eso no es culpa mía, Duncan. Creo que en vez de entregarles más comida deberíamos castrarlos o esterilizarlos. —Fausto rió, y Tarek simplemente apretó los labios tratando de permanecer serio, siendo Tala y Duncan los únicos con cara de indignación, observando como Arcongth se levantó de su asiento, comenzando a rodear la mesa por detrás de las espaldas de Tarek y Duncan, mientras yo leía la carpeta, donde se indicaba que habían familias de hasta diez duendes que tan solo recibían alimentos mensuales que solo cubrían dos semanas.
—Su Majestad, no creo que el problema sea la alta población de duendes, mientras más sean, mejor para usted, tendrá más trabadores y…
—…Y más bocas que alimentar, Duncan… —espetó Arcongth deteniéndose a mi lado, mientras seguí leyendo el reporte, alegando a continuación.
—Pues con todo respeto, Arcongth, yo creo que el problema radica en la falta de provisiones. Como bien dijo Tala, un pueblo insatisfecho es peor que el enemigo, y si no quieres una rebelión por parte de los duendes, te aconsejaría que pensaras mejor las consecuencias que podría traer eso al reino. —Arcongth me arrancó bruscamente la carpeta, arrojándola sobre el escritorio donde Duncan volvió a tomarla entre sus manos.
—¡Vamos Astaroth!... ¿Qué puede saber un profesor de literatura como tú de economía, demografía y sociología? —Sonreí, levantándome de mi asiento para encararlo frente a frente.
—Te podrías sorprender, Arcongth… no solo he estudiado literatura, el año pasado terminé mi maestría en Educación y este año comencé a estudiar la misma carrera de Duncan, no conforme con eso, no solo leo poesía… —Me aparté de él, comenzando a caminar por el otro lado de la mesa a las espaldas del centauro, llegando hasta donde se encontraba Fausto—… Leo todo tipo de libro que llame mi atención, y aunque creas que no sé de sociología o demografía, déjame decirte que no necesito un título para darme cuenta de que lo que estás haciendo con los duendes es inhumano.
—Bueno Astaroth, ellos son inhumanos, son solo duendes. —Fausto rió, girándome a su lado para verle.
—Imagino que esto te causa mucha gracia, pero me gustaría haber estado en la época en la que ustedes eran tratados como simples criaturas míticas, a las que se les mantenía en secreto, teniendo que mendigar las sobras de los magos. —No solo a Fausto se le había borrado la sonrisa, tanto a Tarek como a Arcongth se les había ido la sonrisa al demonio, siendo Duncan el único que sonriera, mientras Tala no hizo más que observarnos.
—Te recuerdo que no tienes ni voz ni voto en esta reunión de consejo, Astaroth… aún no eres nombrado príncipe —espetó Arcongth en un todo déspota.
—No falta mucho, Arcongth, tú tranquilo, ya nos daremos nuestras disputas políticas sobre lo que es correcto o no… ¿Duncan? —llamé al breklig comenzando a caminar hacia la salida, girándome para ver al hombre, quien se levantó rápidamente de su asiento— Espero que para la primera reunión de consejo donde yo posea “voz y voto” tengas una mejor propuesta, un nuevo censo, junto a los últimos reportes agrónomos que imagino me podrá entregar el señor ministro de economía, agricultura y ganadería… ¿No es así, Tarek? —El aludido se levantó de su asiento, dándole una mirada furtiva a Arcongth, el cual estaba a punto de soltar fuego por la boca, mientras Duncan me asintió con una amplia sonrisa, esperando la respuesta del elfo.
—Por… por supuesto, joven… señor… príncipe Astaroth —balbuceó el elfo, volviendo a tomar asiento, mientras yo abría la puerta, preguntándole al centauro.
—Por cierto, Tala… ¿Tennessee sigue siendo el monarca de los centauros? —El centauro asintió volteando a verme— Pues dile que el futuro príncipe elfico irá a verle muy pronto… —Y dándole una mirada furtiva a mi hermano, solté raudamente—… Que tengas buen día, “hermano”. —Sin esperar respuesta, me giré dándole una mirada furtiva a Ulises, el cual simplemente había estado escuchando sin tan siquiera moverse de su puesto, saliendo rápidamente del despacho, en busca de mi hermana para volver a la casa Lestinger, donde podía al fin dejar atrás toda esta aristocracia que me asfixiaba.

Ante los ojos de Terius

Ya me había atacado el hambre y como siempre iba a la casa Lestinger a hacerme de un buen almuerzo a costillas de Thomas, que si bien no era lo que en realidad buscaba de él, era una buena forma de cobrar mis honorarios de guardia custodio y bien que me lo merecía con semejante carácter que debía soportar, aunque debía de admitir algo… me fascinaba ese temperamento suyo.
Tomé el nexus a la casa Lestinger, observando a Astaroth a punto de entrar en la casa con un traje de equitación bastante elegante y una canasta de mimbre entre sus mano.
—¡Hola Ast.!... ¿Estabas jugando polo con los elfos o vienes del hipódromo? —Astaroth se detuvo en el umbral de la casa, esperando a que me acercara.
—Fui a dar un paseo militar con mi tío Astaroth —respondió el joven príncipe, adentrándose a la casa, siguiéndole muy de cerca, encaminándonos a la cocina, imaginando que ambos veníamos con las mismas intenciones, acabar con la reserva alimentaria de Thomas.
—Así que estás empapándote en todo ese mundo elfico, ¿no? —Él me asintió entrando a la cocina, dejando la puerta de vaivén abierta para dejarme pasar.
—No queda de otra, T.—respondió con desgano, observando a Albsev y a Orión en la barra de la cocina, donde mi hermano le daba de comer en la boca a Malswen con la suya, como si el chico fuese un polluelo y Al. la mamá gallina, quedando ambos chicos inertes al vernos.
—¡Aaaww!... pero que monada —solté en un tono divertido, donde mi hermano comenzó a cambiar de colores ante la vergüenza y Orión me enseñaba su dedo medio a modo de grosería, mientras Astaroth moría de risa, encaminándose hacia las ollas que reposaban en la cocina, empezando a revisar su contenido, dejando la canasta que traía sobre la barra.
—¿Dónde está Stephano? —preguntó Astaroth, tomando un plato, acercándome a ver que había de almuerzo.
—Cuando bajamos las escaleras, lo escuchamos en la habitación de Emma —respondió Orión.
—¿Y Thomas? —pregunté, escuchando el chasquido ante la aparición de Whinish, la cual le quitó el plato a Astaroth, instando al chico a que se sentara en la barra, alegando que ella le serviría de comer, pidiéndole a la erkling que por favor sirviera uno para mí, buscando donde sentarme.
—Pues creo que Thomas aún duerme, porque no le he visto en todo el día y ya sabes… —Albsev se limpió la boca, mientras prosiguió —… Vive deambulando en la casa de noche y luego pasa todo el día durmiendo. —A lo que Whinish respondió, apareciendo junto a nosotros, dejando ambos platos de espagueti con salsa boloñesa y albóndigas sobre la barra.
—El amo Thomas está desde temprano jugando con la amita Emma y el joven Stephano. —Todos nos observamos las caras, sin poder creer en las palabras de la erkling.
—¿Thomas está “jugando” con Emma? —preguntó Albsev, a lo que la pequeña criatura asintió desapareciendo de nuestro lado, reapareciendo en frente del refrigerador, comenzando a servir el jugo.
—La niña está encantada con el amo y el joven Misaki que la han hecho reír toda la mañana. —Ninguno de los presentes pudo creer en las palabras de Whinish, siendo yo el primero en levantarme del banquillo de la cocina, seguido por Albsev, escuchando como los otros dos muchachos alegaron no querer perderse aquello, persiguiéndonos hacia las escaleras, donde les chistaba para que no hicieran tanta bulla, justo al llegar a la parte alta de la casa, invocando mi báculo para destrabar la puerta y que esta se abriera muy lentamente, tratando de no hacer ruido.
Frente a nosotros estaba Emma, sentada detrás de una pequeña mesa de té, quien traía un hermoso vestido azul y blanco muy parecido al de “Alicia en el país de las maravillas”, pero no había rastros de Thomas o Stephano por ninguna parte, observando a Emma cubrirse la boca con la mano, señalándonos hacia la parte izquierda de su alcoba, comenzando a acercarnos a la puerta, escuchándole decir a Stephano.
—Lo mejor será que bailemos. —A lo que Thomas respondió con un tono de voz fingido.
—¿Y qué nos juzguen de locos, señor conejo? —Todos nos quedamos de piedra observando la escena, donde Stephano se encontraba maquillado de conejo y Thomas traía un sombrero de copa, por demás colorido.
—¿Acaso usted conoce cuerdos felices? —respondió Stephano, cruzándome de brazos aún sorprendido, observando a Emma morir de risas, mientras Albsev y Astaroth estaban a punto de un desprendimiento de mandíbula, y Orión se recostó de la pared, tratando de ahogar una carcajada, escuchando la respuesta de Thomas, quien tomó a Misaki entre sus brazos.
—Tiene razón, bailemos. —Ambos comenzaron a bailar un tango imaginario, donde Thomas inclinó a Stephano hacia atrás, justo cuando Orión no pudo soportarlo más, soltado una estruendosa carcajada, mientras yo aplaudía, pasando entre Albsev y Astaroth, los cuales aún se encontraban en shock, observando cómo Thomas soltó rápidamente a Stephano, el cual cayó al suelo, logrando que la niña riera aún más.
—¡Bravo… bravísimo!... ¡Pero qué actuación más buena, hombre!… No sabía que las tablas eran lo tuyo, mi hermoso Sombrerero Loco. —Me acerqué a Thomas, quien se quitó rápidamente el sombrero, atestándome dos buenos sombrerazos en la cabeza, aunque por supuesto aquello no dolió, ya que el material con el que estaba hecho era liviano.
—Búrlate, maldito infeliz. —Ahí volvía aquel mal genio suyo, ofreciéndole mi mano a Stephano para ayudarle a ponerse de pie, el cual se levantó sobándose el coxis, mientras Thomas estaba tan rojo, que parecía afiebrado, aunque no sabía si era de vergüenza o de rabia.
—¡Oh, vamos!... no te molestes —Coloqué mi brazo sobre su hombro, mientras Stephano salió corriendo a saludar a Astaroth, el cual aún le observaba incrédulo y Emma se levantaba de su silla, apresurándose a saludar a Albsev, quien aún mantenía la boca abierta—. Te ves simplemente adorable, tanto que ya quiero que tengamos nuestros propios hijos. —Sabía que aquello lo cabrearía, y en efecto, me dio un codazo en el estómago que me sacó el aire, comenzando a toser ante el golpe, apartándose de mí, acercándose a Albsev, después de darle una mirada odiosa a Orión, el cual aún seguía muerto de las risas.
—No… no puedo creer lo que vi, los sueños sí se hacen realidad… en serio te veías adorable —soltó Albsev al sentir como Thomas intentó cerrarle la boca tomándole del mentón, respondiéndole a mi hermano, acorralándolo en el marco de la puerta, donde Astaroth mantuvo abrazado a Stephano, dándome una mirada de alerta.
—Puedo ser aún más adorable si tú quieres, Al. —Orión había dejado de reír, aproximándose a Albsev, quien trató de alejarse de Thomas antes de que Orión se acercara a él, tomando a Malswen por la sudadera, halándolo para apartarlo de Thomas, quien comenzó a caminar hacia ellos con el ceño fruncido.
—¿Terius? —Llamó Astaroth mi atención, pero ya me había abalanzado sobre Thomas, abrazándole por los hombros, llevándomelo casi a rastras a la habitación, donde se sacudió de mala gana, comenzando a maldecir entre dientes.
—¡Ya… ya pasó… bájale dos a tu ira!… mira lo que te tengo —Thomas volteó a verme justo cuando sacaba un sobre del bolsillo de mi saco—. Es el permiso que te otorga Alexander para que puedas salir de la casa bajo mi custodia —Él sonrió, acercándose a mí, arrancándome el sobre mientras lo abría, tomando asiento en la cama—. Eemm… hay cláusulas que no te van a gustar,  pero ni modo —solté imaginando que lo del brazalete de lejanía no le caería en gracia ni un poquito.
—¿Qué se supone que es esto? —Espetó de mala gana al llegar justo a esa cláusula— Estuve toda mi vida atado a un maldito brazalete, ¿y ahora Alexander me quiere poner otro? —Sacudió de mala gana el permiso, saliendo de la habitación, siguiéndole mientras le explicaba.
—Es solo una prueba Thomas, tú solo debes seguir las reglas y ganarte nuevamente la confianza de Alexander. —Bajó las escaleras, donde al llegar a la parte baja, se giró para soltarme casi a gritos.
—Al diablo Alexander y al diablo tú… voy a llamar a ese bastardo y le voy a gritar hasta del mal que se va a morir. —Albsev se encontraba en el salón encantado con visitas.
—¿Thomas? —Llamó Albsev al enajenado muchacho, quien se giró bruscamente, preguntándole qué demonios quería—Tienes visitas. —La joven, que se encontraba de espaldas sentada en el sofá, se levantó volteando a ver al chico, el cual se sorprendió tanto como yo al ver de quien se trataba.
—Señor Lestinger, como me alegra ver que ya está mejor, supe lo que le pasó y me moría por verlo. —Alexia, la ex secretaria de Thomas, se acercó a él, abrazándole con fuerzas al por demás asombrado joven.
Albsev se retiró, adentrándose a la cocina, después de hacerme un ademán con la mano para que le siguiera y los dejara a solas, comenzando a caminar mientras la chica alegó, apartándose de él sin soltarle las manos.
—No sabe cuántas veces le rogué a Gea por usted, me alegra tanto que ya esté mejor de salud, se le extraña mucho por el Heliea. —Ella volvió a abrazarle, observando el rubor y el desconcierto de Thomas ante el aprecio, la preocupación y el apego que le tenía la joven a pesar de todo lo mal que él le había tratado, recibiendo una nueva lección.
“Quienes verdaderamente nos aprecian, no son precisamente los que están contigo tan solo en las buenas, sino los que te recuerdan en las malas a pesar de todo el mal que le hayas podido causar”.
Entré en la cocina con una amplia sonrisa de satisfacción, el destino volvía a darle lecciones de vida a quien no había aprendido aún que se ganaba más con paciencia que con rabietas, y que de quien menos lo esperas, llega un momento de cariño sincero que jamás pensaste tener y del cual estabas disfrutando gratuitamente y sin pedir nada a cambio.

Espero con ansias su comentario ^__^

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