Capítulo
II
Colocando
los punto sobre las íes
Ante los ojos de Thomas
Pasé insistentemente el dedo índice por el borde de la
caja que resguardaba un enorme castillo “Lego”,
uno que había comprado para Emma, imaginándome que aquello podría resarcir el
daño ocasionado.
“Tú como siempre
creyendo que las personas se compran, que todo en esta vida es adquirible con
dinero, obsequios y costosas joyas, pero te equivocas, Thomas, puedes llegar a
comprar su perdón, ¿pero el amor?... eso no tiene precio”.
Aquello me lo había recriminado Albsev al ver lo que
le había comprado a la niña por Internet con pretensiones de ganarme su perdón.
“Claro que no quiero comprar
a mi hija, es solo que no sé cómo hacer para que me perdone”, pensé, recordando las palabras de Terius
ante aquel malestar que permanecía en mi pecho, apresándolo, ya que Emma no hacía
más que ignorarme.
“Tenle paciencia,
vuelve a entrar en su mundo siendo simplemente tú. Albsev tiene razón… un
obsequio no va a reparar el daño, ella se debe estar preguntado el porqué de tu
abandono, dale respuestas que ella pueda entender, pero solo si te las pide, ve
por debajo y entiende algo… aunque es una niña madura, no deja de ser una niña,
así que no le hables como a un adulto… ¿vale?”
“¿Ponerme a su altura?... ¿Es
a eso a lo que se refieren?”
Sé que alguna vez había sido niño, pero hacía bastante
tiempo de aquello, y no conforme con eso, jamás tuve una infancia que se
pudiese llamar “normal”, pero sin
duda Thomas Lestinger no huiría ante un reto y yo deseaba el perdón de mi nena
a cualquier precio.
Dejé el castillo sobre mi cama, saliendo hacia el
pasillo central de la segunda planta rumbo a la habitación de Emma, posando la
mano en el pomo de la cerradura, temiendo por primera vez en mi vida, la
posible reacción de una niña de tan solo cinco años de edad.
—Vamos… es solo una niña —Me lo pensé por unos
segundos, alegando a aquella acotación con una sonrisa nerviosa—. Es tu hija…
¿Qué puedes esperar de ella?... una cucharada de tu propia medicina, solo eso. —Aquello
me hizo reír, si bien no era algo que me gustara aceptar, era algo de lo que me
estaba acostumbrando a recibir últimamente.
Giré el pomo muy lentamente, y tratando de no hacer
ruido, me asomé poco a poco, intentando que no se diera cuenta de mi
intromisión.
La niña se encontraba frente a su mesita de té, donde
no solo se podía apreciar la vajilla de juguete, sino que gran variedad de
postres, donas y panecillos de plástico adornaban la superficie, ¿y a su
alrededor?... cuatro sillas donde se encontraban sentados el panda que Orión le
había obsequiado con un enorme sombrero de copas de colores, junto a la muñeca
victoriana que yo le había entregado en Navidad, y a Stephano que a duras penas
cabía en la diminuta silla al lado de la pequeña, quien presidía aquel falso
festín.
—Hoy estamos celebrando nuestro no cumpleaños, señor
conejo —le comentó Emma a Stephano, el cual traía puesto sobre la cabeza un
cintillo que sostenía un par de orejas de conejo en un tono blanco y rosa, con
el rostro pintado, simulando ser el conejo blanco de “Alicia en el país de las maravillas”.
—Pues feliz no cumpleaños, señorita Alicia —Stephano
observó su reloj de pulso, alegando en un tono alterado—. Es tarde, es muy
tarde, señorita Alicia, la reina me va a cortar la cabeza… —Traté de no reír al
ver lo buen actor que era Misaki, y sobre todo, esa facilidad que tenía el
chico para desenvolverse con la pequeña, sin importarle el caer en lo cursi o
ridículo que se pudiera verse.
Ella rió fascinada ante la actuación de Stephano,
hasta que se percató de mi presencia, y lo que antes era una esplendida
sonrisa, se había transformado en un rictus serio y por demás severo.
—Hola —saludé como si con aquello fuese a obtener de
nuevo una amplia sonrisa de sus labios. Stephano se giró para verme mientras
Emma me volteaba los ojos de mala gana, pidiéndole al asiático.
—Dile que se vaya. —Suspiré, en verdad me habían
dolido muchos rechazos en mi vida, pero lo que Emma estaba haciendo conmigo,
era sencillamente matarme lenta y dolorosamente.
—Emma… es tu padre, no creo que debas tratarlo así. —Ella
se giró para ignorarme, mientras yo le pedía a Stephano que no dijera nada y me
dejara hablar.
—¿Emma?... Yo estoy consciente que mereces muchas
explicaciones y estoy aquí para dártelas —La niña siguió de espaldas,
introduciendo los muebles de una pequeña casa de muñecas dentro de esta—. Me
duele mucho que me ignores, pero eso no hará que deje de amarte. —Ella se
volteó a verme con los ojos llenos de lágrimas.
—Tú me dejaste sola en ese lugar, eres malo, MALO…
todas esas niñas me hacían maldades, me humillaban, rompían mis cosas, ¿y qué
hiciste tú para defenderme?... NADA… tú estabas aquí en tu mansión sin que te
importara lo que yo sufría. —La niña comenzó a arrojarme sus juguetes,
pidiéndome que me fuera.
—Emma… ¡por favor! —Imploré tratando de acceder a
ella, cubriéndome con los brazos para que no me fuese a romper la cabeza con
alguno de sus juguetes, siendo Stephano quien la tomara entre sus brazos
tratando de calmarla— Yo tenía solo diecisiete años, estaba asustado y no sabía
qué hacer con una hija. —No supe en qué momento las lágrimas comenzaron a rodar
por mis mejillas, mientras ella se abrazó fuertemente a Stephano, quien la
meció de un lado a otro, acariciándole la espalda.
—Quererme, eso quería… un papá que me quisiera, uno
que fuese por mí a ese feo lugar y me defendiera. —Bajé la cabeza, observando
cómo mis lágrimas caían desde la punta de mi nariz y mi mentón hasta el suelo,
escuchando aquel sollozo de la pequeña, quien ocultaba su rostro en el cuello
de Misaki.
—Vamos Emma… por eso ahora estas aquí, él estaba
asustado porque era aún muy joven, pero ya es un adulto y está arrepentido de
lo que hizo… ¿no es así? —preguntó Stephano, haciéndome levantar el rostro para
verle a la cara.
—Muy, muy arrepentido… he sido malo muchas veces, en
muchas ocasiones, y con muchas personas, pero contigo quiero resarcir el daño y
darte lo que te negué todos estos años, por favor Emma… si no quieres llamarme
papá, está bien… seguiré siendo tu tío Thomas si eso te hace feliz, pero no me
alejes de tu vida ahora que estás conmigo.
Mientras le hablaba, iba acercándome a ambos, posando
mi mano sobre la espalda de la niña, la cual se estremeció ante el tacto de
esta, sacudiéndose un poco con cierto desgano.
—Mi princesita no es así… ¿verdad que no? —Preguntó
Stephano— Ella sabe perdonar y ser una niña dulce, además… ¿qué me dijiste
aquel día que jugábamos al salón de belleza?... que el día que conociste al
hombre bonito que curó a Bubu le rogaste a Gea antes de dormir que tu papi
fuera como ese señor, ¿y mira?... Gea cumplió tu deseo.
Aquello hizo que se me terminara de romper el corazón
en mil pedazos. Sin duda merecía todo el sufrimiento que estaba padeciendo ante
la traición de Albert y el desamor de Albsev, ella anhelaba un padre como yo y
fui un completo hijo de su recontra madre al dejarla en aquel lugar, por mi
puto egoísmo, por supuesto no merecía una hija como ella, no merecía que nadie
me amara en este asqueroso mundo, había herido a tanta gente tan solo por
pensar en mí y en mis temores, sin detenerme a pensar lo mal que le había hecho
a mi pobre Emma Ezireth.
No pude parar de llorar delante de Misaki, quien de
seguro no daba crédito a lo que sus ojos veían, un Thomas arrepentido, un
Thomas que a pesar de no llegar a ser visto nunca como un hombre de bien y
siempre la oveja negra y el indeseable hijo de Rómulo, estaba aprendiendo a
sobrellevar mis sentimientos, que buenos o malos, eran al fin y al cabo los que
me definían como alguien auténtico y con identidad propia como lo había
manifestado Leónidas, y no la sombra del mago más odiado del mundo.
Volví a acariciar la espalda de Emma, y esta vez su
reacción era completamente distinta. Separó el rostro del cuello de Stephano,
girándose para verme aún gimoteando, arrojándose sobre mí, atrapándola en un
fuerte abrazo paternal, donde ambos lloramos incontrolablemente, arrojándome al
suelo con la niña en brazos, mientras el joven asiático se apartó un poco de
nosotros, dándonos espacio.
—Te amo, Emma… te amo y no prometeré ser un padre
ejemplar o que de ahora en adelante estaré siempre a tu lado, pero jamás… jamás
volveré a lastimarte, lo prometo. —Ella me apretó tan fuerte, que pude sentir
como la herida que Albert había causado en mi cuello al morderme, comenzó a
doler, aunque no hice gesto alguno de pretender apartarla de mi lado.
“Normalmente los
seres humanos tratamos de mitigar el dolor sentimental con el físico, a muchos
les resulta... sino pregúntale a tu tío Randall ¿qué demonios busca con cada
visita que le da a la vampiresa del feudo de la ciudad de Chattanooga?”.
El doctor Scheffer tenía razón, y aunque no era lo más
ortodoxo, el ardor que sentí en el cuello ayudó bastante a mermar el dolor
interno que el desprecio de Emma habían causado en mí, pero el escozor de
aquella mordida abría otra brecha, una que ya estaba acostumbrándome a llevar a
cuestas.
—Te amo, papi. —Aquello dibujó en mi rostro una gran
sonrisa, apartándome un poco de ella para limpiar sus lágrimas y tratar de
enjugar las mías.
—No sabes lo feliz que me haces… estoy tan feliz que
puedes pedirme lo que quieras y juro complacerte. —Respondiéndome tan rápido
que no me dejó tiempo ni a pensar.
—Quiero que hagas del Sombrerero Loco. —Abrí mis ojos,
alzando una ceja algo asombrado ante su pronta petición, mientras Stephano se
acercó al panda, quitándole el colorido sombrero de copa hecho de foami,
colocándomelo en la cabeza, alegando a favor de la niña.
—Usted dijo lo que fuera, ¿no?... andando, papito
Thomas, a complacer a su pequeña. —Ella se apartó de mí, quitando a la muñeca
de la silla para que me sentara, permaneciendo aún de rodillas en el suelo,
mirado de malas a Stephano, quien retomó su puesto en la mesa, palmeando la
silla que Emma me había desocupado.
Me levanté resignado, sin duda no sabía cómo hacer
esto y odiaba hacer el ridículo, pero si eso hacía que Emma volviera a confiar
en mí y amarme como lo había hecho todo este tiempo y aún mas, no iba a
detenerme a pensar de lo tonto que me pudiese ver con aquel sombrero en la
cabeza, tomando asiento, soltándole entre dientes a Stephano.
—Si le dices a alguien sobre esto, juro que… —Pero el
muchacho me interrumpió con una amplia sonrisa.
—No seré yo quien se los diga. —Él señaló a Emma con
un ademán de su cabeza, observando como la hermosa nena de rubia cabellera
sonrió ampliamente al tenerme allí en su mesa de juegos, y eso era algo que sin
duda, no se podía comprar ni con todo el dinero del mundo.
Ante los ojos de Albsev
No solo el sonido del agua al caer de la regadera me
había despertado, el estruendoso canturreo de Orión en el cuarto de baño era
demasiado fuerte como para pretender seguir durmiendo.
Sonreí al pensar en la dicha del chico en la ducha
ante lo ocurrido anoche, a tal grado de estar cantando “I´m your baby tonight” de “Whitney
Houston”, imaginando que aquella canción provenía de los gustos de su
madre, ya que no podía visualizar al señor Drake escuchando semejante canción,
la cual era también la favorita de mi tía Jermaine.
Todo pasó tan rápido y justo cuando menos nos lo
propusimos como tantas veces lo había intentado Orión. Él estaba aún dolido por
lo que su madre le había hecho, y yo solo deseaba que volviera a ser el mismo
chico risueño y encantador de siempre.
“Sin duda las cosas que menos
se planean son las que mejor salen”, pensé mientras me volví a hacer un mohín entre las
sábanas de la habitación de Orión, la cual ahora compartíamos, recordando lo
sucedido anoche.
—Vamos Ori… quiero
que comas algo, desde lo sucedido con tu madre no has querido ni salir de esta
habitación, please… no quiero verte así —le pedí dulcemente a Orión, quien
siguió sin ánimos de nada después de tan horrible momento, donde su madre nos
hizo sentir miserables a todos, en especial a él.
—No tengo hambre,
solo quiero quedarme aquí y maldecir —soltó él entre gimoteos, abrazado mis
piernas, mientras permanecí recostado del espaldar de la cama con un plato de
macarrones con queso y mucha salsa napolitana en las manos, una de sus comidas
favoritas.
—¿Y si te lo doy de
comer yo? —Por unos segundos no dijo nada y simplemente se limitó a limpiarse
el rostro con las sábanas, aspirando sonoramente por la nariz para calmar la
moqueadera que aquel llanto le causaba, respondiéndome casi entre dientes.
—A lo mejor si me lo
das de tu boca, podría comer un poco. —Sonreí, asintiéndole al muchacho, quien
se incorporó, observando cómo me llevaba un macarrón a la boca, dejándolo entre
mis labios a la espera de que viniera por él.
Lentamente se acercó
a mí rostro y mordisqueó el trozo de macarrón dejando tan solo el pedazo que
quedó atrapado entre mis labios, lo cual tragué justo cuando él comenzó a besar
mi boca, tratando de maniobrar el plato que amenazó con caer de mis manos.
—Orión… please… la
comida… —Traté de explicarle entre beso y beso.
—¿La comida?... ¿Cuál
comida?... Yo solo tengo hambre de ti. —Coloqué como pude el plato sobre la
cama, mientras Orión, posado frente a mí con ambas manos sobre el espaldar de
la cama y sus rodillas a cada lado de mis piernas, mantuvo mi cuerpo preso
entre la cama y él.
—Debes comer. —Volví
a insistir, aunque no hacía mucho esfuerzo por quitármelo de encima, colocando
ambas manos sobre su cintura, apretándolo más a mi cuerpo.
—Estoy comiendo, Al.
Solo carne de primera… —Tomó mis piernas, halándome para recostarme por
completo en la cama, comenzando a subirme la chamarra hasta lo alto del pecho,
dejando mis tetillas a su completa disposición— Aquí hay solomo. —Beso mis pezones,
refiriéndose a ellos como el corte de carne de res con la cubierta grasa
alrededor de esta, lo que me hizo sonreír y al mismo tiempo estremecer, al
sentir como mordisqueó y jugueteó con ellas humedeciéndolas con su lengua, la
cual sabía usar a la perfección.
—Mmm… ¿Y aquí?...
—preguntó justo cuando abrí mis ojos, contemplando cómo se dirigió a mi
ombligo— Lomito. —Sacó su lengua, después de hacer referencia al corte de carne
blanda y jugosa de la res, sin dejar de verme a los ojos, lengüeteando
alrededor de aquel orificio, haciendo que mi hombría comenzara a golpetear
dentro de mi ropa interior, cerrando nuevamente los ojos, estremeciéndome de
gusto ante lo que su experta boca sabía hacer.
—¿Y esto?... —Sentí
como sus dedos dibujaron el contorno de mi marcada hombría entre los pliegues
de mi pantalón, volviendo a levantar el rostro en el momento en que Orión pasó
la punta de su nariz por mi glande sobre la tela, haciendo círculos en la punta
de mi eje, comenzando a perder todo raciocinio posible— Esto es salchicha
polaca. —Mordí el dorso de mi mano,
aguantándome las risas mientras él abrió la boca, comenzando a mordisquear mi
pene por sobre la ropa como si se tratase de una mazorca de maíz azada.
—Ay madre mía, ten
piedad de mi, Orión, por favor… —rogué separando mis piernas, aferrando al
muchacho por los cabellos, levantando mi pelvis con deseos de introducir mi
hombría en aquella boca de la que tanto había escuchado como una de las mejores
del mundo.
—¡Oh, no!... no me
pidas piedad después de lo que me has hecho sufrir tú a mí. —La cremallera fue
deslizada hasta lo más bajo del pantalón, sintiendo como el simple sonido que
esta produjo, causó que mi erección fuese aun mayor.
Haló con fuerza mi
pantalón junto con mi ropa interior hasta mis muslos, comenzando a sentir aquel
calor en mi rostro ante la vergüenza de estar semidesnudo delante de él, no
sabía si solo era yo o si todas las personas sentían igual, pero el sentirme
expuesto delante de alguien que me deseaba tanto como Orión, acrecentaba aún más
mi apetito sexual.
—Como voy a disfrutar
esto. —No quise abrir mis ojos ante sus palabras, solo deseaba su boca en mi
sexo, deseaba decirle que sí, que lo necesitaba y que lo ansiaba desde hacía
días, pero mi temor y vergüenza siempre eran más grandes que mi deseo, y
simplemente callé, esperando lo que él deseaba entregarme.
Acarició mi pene,
desde la raíz hasta la punta, jugueteando con las gotas de pre-semen que
escurrían por mi glande, humedeciendo con estas todo el frenillo, rozándolo una
y otra vez con el pulgar, mientras sus labios juguetearon con mis testículos,
succionando la delicada piel del escroto que los cubría, soltándola y
repitiendo aquella acción que estaba comenzando a volverme loco.
—Mámalo. —Aquello
salió de mis labios como un susurro lejano que se ahogó entre mis jadeos.
—¿Perdón?... ¿Escuché
bien?... el señor “correcto” ha
pedido, ¿qué?... —Mi vergüenza se había ido junto con el plato de macarrones,
el cual estrellé contra la pared lateral, tomando al muchacho por el cuello de
la camisa, atrayéndole a mi rostro después de incorporarme.
—Quiero que lo metas
en tu puta y jodida boca y me des la mamada de mi vida, maldita sea… ¿lo
entendiste bien o te lo dejo más claro? —Una amplia sonrisa lasciva se dejó ver
en aquel rostro cargado de lujuria, el cual me besó, mordisqueándome los
labios, succionando mi lengua, mientras la suya se abría paso entre mis labios,
exigiendo lo que ahora le pertenecía, mi deseo hacia él.
Soltó al fin mis
labios, los cuales quedaron deseosos de más, pero mi sexo reclamaba atención de
aquella boca que prontamente comenzó a darle lo que deseaba.
Lamió la punta y besó
todo mi pene desde el glande hasta mis testículos, recorriendo nuevamente el
mismo camino hasta arriba, engullendo sin ningún tipo de pudor, asco o
inhibición de su parte, todo el largo de mi hombría, cubriéndolo con su cálida
y húmeda boca, la cual comenzó a succionar y a lamer, subiendo y bajando su
cabeza rítmicamente, haciéndome perder los estribos al punto de comenzar a
despotricar todo lo que me pasaba por la cabeza y más.
—Por todos los
infiernos… esa boca fue creada por el mismísimo “Apollyon” —blasfemé sin dar crédito a mis propias palabras—. Ni “Lilith” puede tener una boca tan
prodigiosamente pecadora como la tuya —argumenté sin sentir el más mínimo
remordimiento ante la comparación de la boca de Orión con la de la concubina de
“Apollyon”, o Satán como era conocido entre los invenings.
—Y aún no pruebas lo
mejor de mí, Albsev —respondió Orión a mis pecaminosas palabras, comenzando a
desvestirse delante de mí, sin perderme ni uno solo de sus movimientos, hasta
verlo completamente desnudo— Voy a darte algo que jamás te han dado.
Comencé a quitarme
por completo la ropa, mientras el hermoso muchacho llevó sus dedos a mi boca,
humedeciéndolos con mi saliva, introduciéndolos y sacándolos de mi boca,
tratando de impregnar lo más que se pudo el par de dedos, imaginando que
aquello iría directo a mi trasero.
Cerré mis ojos y abrí
mis piernas, esperando a que el muchacho introdujera sus dedos dentro de mí,
pero nada sucedió, tan solo sentí los movimientos de Orión sobre la cama junto
al sonido de los jadeos que entrecortaron su respiración, abriendo lentamente
mis ojos, donde no pude dar crédito a lo que veía.
Se había colocado de
espaldas a mí, donde ambas piernas se posicionaron una a cada lado de mis
muslos, penetrándose a sí mismo con ambos dedos, humedeciendo y dilatando la
entrada de su espectacular trasero, comenzando a masturbar mi endurecido
miembro, el cual no paró de humedecerse con cada acción que Orión ejecutaba.
Escupió en su mano y
humedeció aún más mi erguido pene, para luego posicionar la entrada de su cavidad
anal sobre mi eje, comenzando a aprisionar su agujero en contra de mi deseoso,
duro y por demás hinchado falo, el cual estuvo a punto de eyacular tan solo al
ver aquella imagen, que a mi punto de vista, era lo más depravado, impúdico y
deliciosamente pervertido que había visto en mi vida.
“¡Por
Gea!... tengo un lado vicioso y no lo sabía”.
Pensé sin poder apartar
mis ojos justo donde nuestras pieles comenzaron a fundirse en un solo deseo,
percibiendo el calor avasallante de aquella carne que apresaba mi hombría, logrando
sentir por primera vez, lo que era penetrar a alguien.
Se sentó por completo
sobre mi regazo, tratando de mantener su cuerpo en aquella postura, que aunque
parecía incómoda, él lo manejaba con histriónico equilibrio, comenzando a subir
y bajar, dejando ver nuevamente mi sexo y volviendo a engullirlo entre los
pliegues de su carne, que cada vez se humedecían y dilataban con cada cabalgada
que el chico me daba.
Aquello no lo soporté
por mucho tiempo, era algo que jamás había probado y el macho alfa que había
estado dormido dentro de mí por tanto tiempo, emergió como una fiera, como un león
en cautiverio al que le mostraban por primera vez que era cazar y no ser
simplemente alimentado.
Me senté sobre la
cama, y aferrándole el cuerpo al pasar mi brazo por debajo de su axila, le giré
sobre la cama, tratando de que mi sexo no se escapara de aquella prisión en la
que Orión muy voluntariamente le mantenía preso.
Le arrojé sobre la
cama, colocándome sobre el sudoroso cuerpo del muchacho, sin dejar de aferrarle
por debajo de sus brazos, soltándole al oído, después de comenzar a mover mi
pelvis, entrando y saliendo de él.
—Hay algo que aprendí
de Thomas y que tú deberías saber bien… —Sin duda nadie más que yo odiaba
nombrar a Thomas, y mucho menos en nuestra primera vez, pero aquel momento ameritaron
las palabras que citaría a continuación— No es lo mismo llamar al demonio que
verlo llegar. —Pasé mi brazo izquierdo por el cuello del muchacho, agarrándome
con fuerza de su cuerpo, mientras que el otro brazo seguía estando por debajo
del suyo, sosteniéndome de su hombro por debajo de este, embistiendo al chico
una y otra vez, a punto de descargar toda mis ganas en él, quien sonrió con un
brillo púrpura en sus ojos que denotaban lo excitado que se encontraba.
Gimió y golpeó la
almohada varias veces con el puño cerrado, sin parar de empujar mis carnes en
contra de las suyas en un ir y venir de mis deseos hacia aquel joven del que
ahora no podía volver a ver nunca más como mi enemigo, sino como el hombre al
que ahora deseaba y amaba.
—Te amo… te amo tanto
—susurré muy cerca de su oído, sintiendo como se estremeció y sonrió
ampliamente.
—Dilo… dilo de nuevo,
Albsev, ¡por favor!
—Te amo, Orión
Malswen. —No me había percatado que una de sus manos se encontraba debajo de su
cuerpo, acariciando su pene, hasta el momento en el que el muchacho comenzó a
estremecerse entre mis brazos, a tal grado, que creí que convulsionaba ante el
orgasmo del que su cuerpo estaba siendo partícipe, sin dejar de embestirle,
percibiendo como sus carnes aprisionaron mi sexo, ante los espasmos de placer
que recorrieron por toda su pelvis, contagiando la mía en un estallido
completamente involuntario de mis ansias de hacerlo mío.
Irrigué con fuertes
expulsiones de semen su cavidad anal, dejando caer mi cuerpo sobre el suyo,
donde pude sentir como ambas pieles se adherían ante el sudor de aquella
entrega, percatándome como unas tímidas lágrimas escaparon de sus entrecerrados
ojos, surcando su hermoso rostro sudoroso.
Él no había
respondido a mis palabras de amor, imaginando que la entrega de aquel momento donde dejó escapar todo su deseo
acumulado lo dejó sin palabras, pero aquellas lágrimas, ese pequeño detalle,
que para cualquiera hubiese sido insignificante, ¿para mí?... era mejor que mil
te amos dichos verbalmente. Él lloraba por lo que le había hecho sentir, por mi
entrega y mis palabras, aquellas que él tanto había anhelado escuchar y que
ahora habían sido dichas en el momento justo, logrando no solo aquel orgasmo
del que ambos habíamos sido participes, sino además la dicha de cada uno al
estar en brazos de quien ahora era nuestro verdadero complemento.
—Te amo, Al. —soltó
al fin en un hilo de voz que se perdió con la somnolencia de un cuerpo cansado
enteramente satisfecho, quedándonos dormidos uno en brazos del otro.
No me percaté que Orión había vuelto al dormitorio
hasta que varias gotas de agua comenzaron a caer sobre mi mejilla, abriendo los
ojos contemplando al muchacho, quien me observaba de pie frente a la cama,
dejando caer sus rubios cabellos frente a su resplandeciente rostro de
felicidad, mientras yo observaba su humedecido cuerpo desnudo frente a mí.
—El que se ríe solo, de su picardía se acuerda. —Aquello
ya lo había oído una vez en boca de Astaroth, aunque el modo en que Orión lo
había dicho, denotaba que él sabía perfectamente bien cuál era el motivo de mi
sonrisa.
—Justo el motivo de mi sonrisa está mojándome el rostro.
—Se sentó a mi lado, acomodándose el cabello hacia atrás, tratando de peinarlo
con los dedos, el cual volvió a caer rebeldemente sobre su frente.
—¿Usted no piensa levantarse de esa cama, joven
beisbolista? —Negué con la cabeza, lo que hizo que una amplia sonrisa volviese
a estirar sus seductores labios— ¿No tienes hambre? —Asentí aferrándolo del
cuello para acercarlo aún más a mí.
—Tengo hambre de ti —Besé sus labios, los cuales
estaban frescos y sus dientes recién cepillados, temiendo que yo pudiese tener
mal aliento mañanero, besándole sin separar mucho mis labios—. Quiero solomo —Besé
sus pezones inclinándome un poco—. Deseo lomito —Dibujé un círculo alrededor de
su ombligo sin dejar de verlo con ojos de deseo—. Y sin duda quiero salchicha
polaca. —Orión soltó una carcajada, abrazándome fuertemente en contra de su
cuerpo, susurrándome al oído.
—¿Sabes que es lo mejor de ser el payaso o el cursi en
una relación? —Negué con la cabeza, mientras él se apartó un poco de mí para
verme a la cara—Conseguirse a la persona que ría de tus idioteces y comparta tu
cursilería. —Sin duda él tenía razón, lo que comenzó a nacer entre Orión y yo
era algo que no se podía comprar ni con toda la fortuna del mundo, y eso era lo
que más amaba de él, que era mi complemento y yo el suyo.
Ante
los ojos de Astaroth
Después de dar un paseo por los alrededores del
castillo con mi tía Pandora, escuchar un largo relato de anécdotas familiares
por parte de mi tía Dora, a la que había ido a conocer justo este día, y
compartir unas horas de entrenamiento militar impartidas por mi tío Astaroth a
sus oficiales a cargo, era ya hora de ir a enfrentar a mi hermano Arcongth.
Me hallaba desde las seis de la mañana en la isla de
Groenlandia, donde se encontraba el reino elfico, escondido ante los ojos
incrédulos de los invenings de la zona. Observé mi reloj de pulso, mientras
terminaba una pequeña merienda en la cocina real, imaginando que en Chattanooga
estaban a punto de comenzar el almuerzo, sacando mis cuentas mentales ante la
diferencia de horarios, que eran aproximadamente de cinco horas más temprano
que en Groenlandia, donde eran las cuatro de la tarde.
“Tan solo un día aquí y ya te
extraño horrores”.
Pensé elucubrando qué podría estar haciendo Stephano
sin mí en la casa Lestinger, imaginándolo viendo sus animes yaoi de los que
tanto me había pedido que viéramos juntos para probar si podría llegar a sentir
algún tipo de deseo, o jugando con Emma, escuchándole decir a mi hermana
Erline, después de beber su vaso de leche.
—Bueno Asty, ya hemos hecho esperar bastante a
Arcongth, así que vamos a su despacho por lo menos a que te despidas de él,
antes de que te retires. —Le asentí, levantándome de la mesa de caoba tallada,
después de beber todo mi vaso de leche achocolatada, tomando otra de las
galletas que Gardenia nos había preparado, las cuales no permanecían en el
plato, sino que flotaban sobre este.
—Mmm… muy ricas las galletas, Gardenia, espero poder
llevarles unas cuantas a Stephano. —Ella tomó una canasta, y colocando todas
las galletas que flotaban aún frente al plato sobre una servilleta de tela, las
envolvió colocándolas dentro de la cesta, cerrándola para que no se escaparan.
—Ten, mi precioso, dile a Stephano que ya muero por
conocerlo —Yo le sonreí agradeciéndole, tanto el obsequio como sus palabras,
despidiéndome de ella con un beso—. Y si encuentra extraño que floten, cuéntale
que es por culpa de esas condenadas hadas que viven revoloteándome en la
cocina. —Le asentí nuevamente despidiéndome de ella, saliendo de la cocina
junto con Erline, quien me soltó a continuación, después de quitarme la canasta
de las manos.
—Arcongth está justo ahora en una reunión con el
consejo, me parece muy buen momento para que se vuelvan a ver, y así tú te
empapas con todo lo que acontece en el reino… ¿Está bien? —Respondí con un
simple “Ok” sin muchos ánimos de ir a
interrumpir lo que de seguro era una contienda campal en la que solo habría un
ganador, y ese sin duda sería Arcongth.
Erline tocó a la puerta, colocándose en frente de mí,
observando mi traje de montar, el cual había usado para ir hasta los
entrenamientos militares del tío Astaroth.
—Te ves muy lindo con ese traje elfico de montar. —Le
agradecí el piropo, escuchando que abrían la puerta, encontrándome con el
lambiscón de Ulises, el cual me observó fijamente, para luego hacerme una
reverencia al ver como Erline le retaba con la mirada.
—Buenas noches, príncipe Astaroth. —Aquel título aún
me daba cierto escozor, y dicho de los labios de Ulises sonaba como si aquello
lo dijera tan solo porque se lo imponían. Simplemente hice un ademán con la
cabeza, observando como el rostro pálido de mi hermano Arcongth se dejó ver a
las espaldas del lame botas del rey.
—¿Astaroth?... ¡Vaya!... sabía que estabas en el
castillo, pero no pensé que vendrías a verme —Erline se despidió de mí,
alegando que las mujeres no podían poner sus pies dentro del despacho cuando
hubiese una reunión del consejo, pensando que aquello era lo más sexista que
podría haber escuchado en mi vida—. Pasa, por favor… pasa, ven y acompáñanos
como espectador, si así lo deseas.
Entré después de despedirme de mi hermana, la cual me
prometió devolverme las galletas antes de irme, asintiéndole, justo cuando
Ulises cerró la puerta y Arcongth colocó su brazo izquierdo sobre mis hombros,
girándome para encarar al grupo que conformaba el consejo real, haciéndome
sentir incómodo ante el contacto de su cuerpo junto al mío.
—¿Señores?... les presento a mi hermano Astaroth, ya
oyeron hablar de mi hermano el mestizo, ¿no? —Allí comenzó de nuevo, aquel
empeño suyo por hacerme sentir menos que los demás, observando como uno de los
del consejo se levantó rápidamente, haciéndome una reverencia.
—Príncipe Astaroth, es un gusto tenerlo entre nosotros
—Al levantar el rostro contemplé asombrado que aquel hombre era un breklig ante
el negro intenso de sus ojos, los cuales carecían de brillo—. Tome asiento, por
favor. —El hombre extendió su mano, señalando el asiento que se encontraba
vacío en frente de la ovalada mesa de cristal, la cual era sostenida por
aquella enorme copa de árbol, incrustada en el suelo de granito.
Me aparté de mi hermano, tomando asiento, sin dejar de
ver al hombre mientras Arcongth volvió a su asiento, soltado en un tono
despectivo, aún de pie.
—Imagino que debes estar sorprendido de ver a un
breklig en el consejo… eso es para que te des cuenta que no soy la basura que
todos alegan… ¡ya ves!... mi consejo está presidido por dos elfos, Fausto y
Tarek… —Señaló a ambos elfos que se encontraban uno a cada lado de él—
Tala o "lobo acechante", como le quieras llamar, quien como ves, es un centauro —Señaló Arcongth a la criatura, quien
no hizo ningún gesto, tan solo observándome con aquellos pequeños ojos negros, acomodando su larga caballera azabache, siendo el único que estuviese echado en sus cuatro
extremidades inferiores sobre el suelo, para culminar señalando al breklig—. Y
qué mejor que Duncan, que está en ambos mundos, el de los invenings y por
supuesto el de los magos, aunque no posea un ápice de magia en todo su cuerpo. —El
aludido sonrió de un modo irónico, negando con la cabeza.
“¿Así que ese empeño de hacer
menos a los demás no es solo conmigo?”, pensé escuchando la respuesta de Duncan.
—Pues con todo respeto, Su Majestad, estoy muy
orgulloso de ser un breklig, ya que mi condición ha servido para obtener un
puesto en su consejo, siendo un miembro imparcial de este, a diferencia de los
demás, con varios títulos en ciencias políticas… —Sin duda Duncan me caía bien,
a pesar de sus limitaciones en nuestro mundo, él no se dejaba pisotear ni
siquiera por un rey que, al parecer, jugaba a envolvernos en una dictadura
disfrazada de monarquía democrática.
—Bueno, bueno… a lo que nos compete… tenía la palabra
nuestro ministro Tarek, que nos estaba entregando los últimos reportes de los
cultivos de hortalizas por parte de los duendes —El elfo asintió, comenzando a
explicar que los cultivos eran cada vez menos productivos, a lo que Arcongth
alegó frunciendo el ceño, después de sentarse—. Pues si es así, deben ser esos
malditos duendes que se están robando las cosechas, o peor aún, deben estar
vendiéndolas por su cuenta.
—Pues si le están robando es porque usted les ha
reducido, por no decir negado, el pago de su trabajo —espetó Duncan, haciéndome
alzar una ceja.
—Ellos tienen lo que se merecen, Duncan… no creo que
se les deba dar más de lo necesario… ellos…
—Ellos poseen familia, señor… necesidades que no se
cubren tan solo con unas migas de pan y unos cuantos sacos de hortalizas
podridas, junto a las reces que mueren en algún lago, entregándoles las sobras
a las criaturas que se encargan de mantener el reino junto con los enanos, las
ninfas y los sátiros. —El breklig abrió una de las carpetas, mientras el
centauro soltó en un tono seco.
—Unos súbditos inconformes ser más peligrosos
que el mismo enemigo de reino. —Duncan señaló a Tala, asintiendo a sus
palabras, mientras Arcongth observó la carpeta que el hombre de cabello castaño
le extendía.
—Aquí tenemos el censo de cuantos duendes hay y la
cantidad de habitantes por familias, no se puede entregar la misma porción de
alimentos a todos por igual, Su Majestad… debe entender… —Pero mi hermano en
vez de tomar la carpeta para leerla, este la arrojó de nuevo al escritorio, la
cual rodó hasta mí, siendo yo quien la tomara.
—No me interesa que hayan duendes que parecen conejos
y tengan una familia numerosa, eso no es culpa mía, Duncan. Creo que en vez de
entregarles más comida deberíamos castrarlos o esterilizarlos. —Fausto rió, y
Tarek simplemente apretó los labios tratando de permanecer serio, siendo Tala y Duncan los únicos con cara de indignación, observando como Arcongth
se levantó de su asiento, comenzando a rodear la mesa por detrás de las
espaldas de Tarek y Duncan, mientras yo leía la carpeta, donde se indicaba que
habían familias de hasta diez duendes que tan solo recibían alimentos mensuales
que solo cubrían dos semanas.
—Su Majestad, no creo que el problema sea la alta
población de duendes, mientras más sean, mejor para usted, tendrá más
trabadores y…
—…Y más bocas que alimentar, Duncan… —espetó Arcongth
deteniéndose a mi lado, mientras seguí leyendo el reporte, alegando a
continuación.
—Pues con todo respeto, Arcongth, yo creo que el
problema radica en la falta de provisiones. Como bien dijo Tala, un pueblo
insatisfecho es peor que el enemigo, y si no quieres una rebelión por parte de
los duendes, te aconsejaría que pensaras mejor las consecuencias que podría
traer eso al reino. —Arcongth me arrancó bruscamente la carpeta, arrojándola
sobre el escritorio donde Duncan volvió a tomarla entre sus manos.
—¡Vamos Astaroth!... ¿Qué puede saber un profesor de
literatura como tú de economía, demografía y sociología? —Sonreí, levantándome
de mi asiento para encararlo frente a frente.
—Te podrías sorprender, Arcongth… no solo he estudiado
literatura, el año pasado terminé mi maestría en Educación y este año comencé a
estudiar la misma carrera de Duncan, no conforme con eso, no solo leo poesía… —Me
aparté de él, comenzando a caminar por el otro lado de la mesa a las espaldas
del centauro, llegando hasta donde se encontraba Fausto—… Leo todo tipo de
libro que llame mi atención, y aunque creas que no sé de sociología o
demografía, déjame decirte que no necesito un título para darme cuenta de que
lo que estás haciendo con los duendes es inhumano.
—Bueno Astaroth, ellos son inhumanos, son solo
duendes. —Fausto rió, girándome a su lado para verle.
—Imagino que esto te causa mucha gracia, pero me
gustaría haber estado en la época en la que ustedes eran tratados como simples
criaturas míticas, a las que se les mantenía en secreto, teniendo que mendigar
las sobras de los magos. —No solo a Fausto se le había borrado la sonrisa,
tanto a Tarek como a Arcongth se les había ido la sonrisa al demonio, siendo
Duncan el único que sonriera, mientras Tala no hizo más que observarnos.
—Te recuerdo que no tienes ni voz ni voto en esta
reunión de consejo, Astaroth… aún no eres nombrado príncipe —espetó Arcongth en
un todo déspota.
—No falta mucho, Arcongth, tú tranquilo, ya nos
daremos nuestras disputas políticas sobre lo que es correcto o no… ¿Duncan? —llamé
al breklig comenzando a caminar hacia la salida, girándome para ver al hombre,
quien se levantó rápidamente de su asiento— Espero que para la primera reunión
de consejo donde yo posea “voz y voto” tengas
una mejor propuesta, un nuevo censo, junto a los últimos reportes agrónomos que
imagino me podrá entregar el señor ministro de economía, agricultura y
ganadería… ¿No es así, Tarek? —El aludido se levantó de su asiento, dándole una
mirada furtiva a Arcongth, el cual estaba a punto de soltar fuego por la boca,
mientras Duncan me asintió con una amplia sonrisa, esperando la respuesta del
elfo.
—Por… por supuesto, joven… señor… príncipe Astaroth —balbuceó
el elfo, volviendo a tomar asiento, mientras yo abría la puerta, preguntándole
al centauro.
—Por cierto, Tala… ¿Tennessee sigue siendo el
monarca de los centauros? —El centauro asintió volteando a verme— Pues dile que
el futuro príncipe elfico irá a verle muy pronto… —Y dándole una mirada furtiva
a mi hermano, solté raudamente—… Que tengas buen día, “hermano”. —Sin esperar respuesta, me giré dándole una mirada
furtiva a Ulises, el cual simplemente había estado escuchando sin tan siquiera
moverse de su puesto, saliendo rápidamente del despacho, en busca de mi hermana
para volver a la casa Lestinger, donde podía al fin dejar atrás toda esta
aristocracia que me asfixiaba.
Ante los ojos de Terius
Ya me había atacado el hambre y como siempre iba a la
casa Lestinger a hacerme de un buen almuerzo a costillas de Thomas, que si bien
no era lo que en realidad buscaba de él, era una buena forma de cobrar mis
honorarios de guardia custodio y bien que me lo merecía con semejante carácter
que debía soportar, aunque debía de admitir algo… me fascinaba ese temperamento
suyo.
Tomé el nexus a la casa Lestinger, observando a
Astaroth a punto de entrar en la casa con un traje de equitación bastante
elegante y una canasta de mimbre entre sus mano.
—¡Hola Ast.!... ¿Estabas jugando polo con los elfos o
vienes del hipódromo? —Astaroth se detuvo en el umbral de la casa, esperando a
que me acercara.
—Fui a dar un paseo militar con mi tío Astaroth —respondió el joven príncipe, adentrándose a
la casa, siguiéndole muy de cerca, encaminándonos a la cocina, imaginando que
ambos veníamos con las mismas intenciones, acabar con la reserva alimentaria de
Thomas.
—Así que estás empapándote en todo ese mundo elfico,
¿no? —Él me asintió entrando a la cocina, dejando la puerta de vaivén abierta
para dejarme pasar.
—No queda de otra, T.—respondió con desgano,
observando a Albsev y a Orión en la barra de la cocina, donde mi hermano le
daba de comer en la boca a Malswen con la suya, como si el chico fuese un
polluelo y Al. la mamá gallina, quedando ambos chicos inertes al vernos.
—¡Aaaww!... pero que monada —solté en un tono
divertido, donde mi hermano comenzó a cambiar de colores ante la vergüenza y
Orión me enseñaba su dedo medio a modo de grosería, mientras Astaroth moría de
risa, encaminándose hacia las ollas que reposaban en la cocina, empezando a
revisar su contenido, dejando la canasta que traía sobre la barra.
—¿Dónde está Stephano? —preguntó Astaroth, tomando un plato, acercándome a
ver que había de almuerzo.
—Cuando bajamos las escaleras, lo escuchamos en la
habitación de Emma —respondió Orión.
—¿Y Thomas? —pregunté, escuchando el chasquido ante la aparición de
Whinish, la cual le quitó el plato a Astaroth, instando al chico a que se
sentara en la barra, alegando que ella le serviría de comer, pidiéndole a la
erkling que por favor sirviera uno para mí, buscando donde sentarme.
—Pues creo que Thomas aún duerme, porque no le he
visto en todo el día y ya sabes… —Albsev se limpió la boca, mientras prosiguió —…
Vive deambulando en la casa de noche y luego pasa todo el día durmiendo. —A lo que
Whinish respondió, apareciendo junto a nosotros, dejando ambos platos de
espagueti con salsa boloñesa y albóndigas sobre la barra.
—El amo Thomas está desde temprano jugando con la
amita Emma y el joven Stephano. —Todos nos observamos las caras, sin poder
creer en las palabras de la erkling.
—¿Thomas está “jugando”
con Emma? —preguntó Albsev, a lo que la pequeña criatura asintió desapareciendo
de nuestro lado, reapareciendo en frente del refrigerador, comenzando a servir
el jugo.
—La niña está encantada con el amo y el joven Misaki
que la han hecho reír toda la mañana. —Ninguno de los presentes pudo creer en
las palabras de Whinish, siendo yo el primero en levantarme del banquillo de la
cocina, seguido por Albsev, escuchando como los otros dos muchachos alegaron no
querer perderse aquello, persiguiéndonos hacia las escaleras, donde les
chistaba para que no hicieran tanta bulla, justo al llegar a la parte alta de
la casa, invocando mi báculo para destrabar la puerta y que esta se abriera muy
lentamente, tratando de no hacer ruido.
Frente a nosotros estaba Emma, sentada detrás de una
pequeña mesa de té, quien traía un hermoso vestido azul y blanco muy parecido
al de “Alicia en el país de las
maravillas”, pero no había rastros de Thomas o Stephano por ninguna parte,
observando a Emma cubrirse la boca con la mano, señalándonos hacia la parte
izquierda de su alcoba, comenzando a acercarnos a la puerta, escuchándole decir
a Stephano.
—Lo mejor será que bailemos. —A lo que Thomas
respondió con un tono de voz fingido.
—¿Y qué nos juzguen de locos, señor conejo? —Todos nos
quedamos de piedra observando la escena, donde Stephano se encontraba
maquillado de conejo y Thomas traía un sombrero de copa, por demás colorido.
—¿Acaso usted conoce cuerdos felices? —respondió
Stephano, cruzándome de brazos aún sorprendido, observando a Emma morir de
risas, mientras Albsev y Astaroth estaban a punto de un desprendimiento de
mandíbula, y Orión se recostó de la pared, tratando de ahogar una carcajada,
escuchando la respuesta de Thomas, quien tomó a Misaki entre sus brazos.
—Tiene razón, bailemos. —Ambos comenzaron a bailar un
tango imaginario, donde Thomas inclinó a Stephano hacia atrás, justo cuando
Orión no pudo soportarlo más, soltado una estruendosa carcajada, mientras yo
aplaudía, pasando entre Albsev y Astaroth, los cuales aún se encontraban en
shock, observando cómo Thomas soltó rápidamente a Stephano, el cual cayó al
suelo, logrando que la niña riera aún más.
—¡Bravo… bravísimo!... ¡Pero qué actuación más buena,
hombre!… No sabía que las tablas eran lo tuyo, mi hermoso Sombrerero Loco. —Me
acerqué a Thomas, quien se quitó rápidamente el sombrero, atestándome dos buenos
sombrerazos en la cabeza, aunque por supuesto aquello no dolió, ya que el
material con el que estaba hecho era liviano.
—Búrlate, maldito infeliz. —Ahí volvía aquel mal genio
suyo, ofreciéndole mi mano a Stephano para ayudarle a ponerse de pie, el cual
se levantó sobándose el coxis, mientras Thomas estaba tan rojo, que parecía
afiebrado, aunque no sabía si era de vergüenza o de rabia.
—¡Oh, vamos!... no te molestes —Coloqué mi brazo sobre
su hombro, mientras Stephano salió corriendo a saludar a Astaroth, el cual aún
le observaba incrédulo y Emma se levantaba de su silla, apresurándose a saludar
a Albsev, quien aún mantenía la boca abierta—. Te ves simplemente adorable,
tanto que ya quiero que tengamos nuestros propios hijos. —Sabía que aquello lo
cabrearía, y en efecto, me dio un codazo en el estómago que me sacó el aire,
comenzando a toser ante el golpe, apartándose de mí, acercándose a Albsev,
después de darle una mirada odiosa a Orión, el cual aún seguía muerto de las
risas.
—No… no puedo creer lo que vi, los sueños sí se hacen
realidad… en serio te veías adorable —soltó Albsev al sentir como Thomas
intentó cerrarle la boca tomándole del mentón, respondiéndole a mi hermano,
acorralándolo en el marco de la puerta, donde Astaroth mantuvo abrazado a
Stephano, dándome una mirada de alerta.
—Puedo ser aún más adorable si tú quieres, Al. —Orión
había dejado de reír, aproximándose a Albsev, quien trató de alejarse de Thomas
antes de que Orión se acercara a él, tomando a Malswen por la sudadera,
halándolo para apartarlo de Thomas, quien comenzó a caminar hacia ellos con el
ceño fruncido.
—¿Terius? —Llamó Astaroth mi atención, pero ya me
había abalanzado sobre Thomas, abrazándole por los hombros, llevándomelo casi a
rastras a la habitación, donde se sacudió de mala gana, comenzando a maldecir
entre dientes.
—¡Ya… ya pasó… bájale dos a tu ira!… mira lo que te
tengo —Thomas volteó a verme justo cuando sacaba un sobre del bolsillo de mi
saco—. Es el permiso que te otorga Alexander para que puedas salir de la casa
bajo mi custodia —Él sonrió, acercándose a mí, arrancándome el sobre mientras
lo abría, tomando asiento en la cama—. Eemm… hay cláusulas que no te van a
gustar, pero ni modo —solté imaginando
que lo del brazalete de lejanía no le caería en gracia ni un poquito.
—¿Qué se supone que es esto? —Espetó de mala gana al
llegar justo a esa cláusula— Estuve toda mi vida atado a un maldito brazalete,
¿y ahora Alexander me quiere poner otro? —Sacudió de mala gana el permiso,
saliendo de la habitación, siguiéndole mientras le explicaba.
—Es solo una prueba Thomas, tú solo debes seguir las
reglas y ganarte nuevamente la confianza de Alexander. —Bajó las escaleras,
donde al llegar a la parte baja, se giró para soltarme casi a gritos.
—Al diablo Alexander y al diablo tú… voy a llamar a
ese bastardo y le voy a gritar hasta del mal que se va a morir. —Albsev se
encontraba en el salón encantado con visitas.
—¿Thomas? —Llamó Albsev al enajenado muchacho, quien
se giró bruscamente, preguntándole qué demonios quería—Tienes visitas. —La
joven, que se encontraba de espaldas sentada en el sofá, se levantó volteando a
ver al chico, el cual se sorprendió tanto como yo al ver de quien se trataba.
—Señor Lestinger, como me alegra ver que ya está
mejor, supe lo que le pasó y me moría por verlo. —Alexia, la ex secretaria de
Thomas, se acercó a él, abrazándole con fuerzas al por demás asombrado joven.
Albsev se retiró, adentrándose a la cocina, después de
hacerme un ademán con la mano para que le siguiera y los dejara a solas,
comenzando a caminar mientras la chica alegó, apartándose de él sin soltarle
las manos.
—No sabe cuántas veces le rogué a Gea por usted, me
alegra tanto que ya esté mejor de salud, se le extraña mucho por el Heliea. —Ella
volvió a abrazarle, observando el rubor y el desconcierto de Thomas ante el
aprecio, la preocupación y el apego que le tenía la joven a pesar de todo lo
mal que él le había tratado, recibiendo una nueva lección.
“Quienes verdaderamente nos
aprecian, no son precisamente los que están contigo tan solo en las buenas,
sino los que te recuerdan en las malas a pesar de todo el mal que le hayas
podido causar”.
Entré en la cocina con una amplia sonrisa de
satisfacción, el destino volvía a darle lecciones de vida a quien no había
aprendido aún que se ganaba más con paciencia que con rabietas, y que de quien
menos lo esperas, llega un momento de cariño sincero que jamás pensaste tener y
del cual estabas disfrutando gratuitamente y sin pedir nada a cambio.
Espero con ansias su comentario ^__^
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