Capítulo 2
Antes de dormir
A
ojos de Astaroth
Habíamos comido, bebido y disfrutado aquella fiesta de Navidad como nunca en los cinco años
viviendo juntos… el juego de mesa terminó con Albsev tan ruborizado como yo
cuando Stephano había hecho acto de presencia sin previo aviso, o peor aún, cuando describió con lujo de detalles la ropa
interior femenina que traía.
Albsev había caído en una de las casillas de castigo
teniendo que pagar la multa impuesta por quien llevaba más puntuación que era
Thomas, el cual le impuso de castigo que tenía que
fingir un orgasmo delante de todos.
Al final lo hizo muriéndome de la pena al igual que
Albsev… aunque Orión y Misaki se
reían a mares, mientras que Thomas
terminó con una erección que no logró disimular en lo más mínimo.
Después de un rato de haber acabado con la tercera
botella de vino tinto, se escuchó abrir la puerta de la entrada principal sin
tan siquiera tener el tupé de tocar primero, contemplando a un bulto de ropa
que se sacudía la nieve apartándose la capucha de la chaqueta, observando que se trataba de Randall
Lestinger, el tío de Thomas.
Todos volteábamos a ver al jefe, como aún le
llamábamos Stephano y yo a Thomas, observando la amplia sonrisa de éste,
levantándose del sofá al encuentro del ex rebelde que le soltó mientras le
abrazaba, palmeándole la espalda con fuerza.
—Y yo que te hacía solo o con algunas putas locales, ¿eh?
Albsev bajó el rostro ante las palabras del señor
Randall, imaginado que de
seguro aquello hubiese sido la noche que pasaría Thomas si no fuésemos
aparecido.
—Pues por algo corrí a estos locos, pero no lograron
vivir sin mí un solo día y se regresaron llorando.
Nosotros reíamos mientras Orión le llamaba “malagradecido” a su primo, el cual se
echaba hacia un lado para que Randall pudiese apreciarnos en el amplio salón
encantado.
—¡Muchachos! —saludó el desalineado hombre observándonos a todos, escuchando como Orión saludaba al hombre y
nosotros respondíamos al saludo con total cordialidad.
Aunque ya teníamos la costumbre de tratar al ex
rebelde, siempre se nos hacía algo tenso su compañía, ya
que al parecer era el único de la familia de Thomas que le daba igual todo
aquel comportamiento “impropio” dicho
de la boca de la mismísima doña Azcassia, por parte del señor Randall.
Randall se sentó con nosotros, observando cómo él mismo se servía vino preguntando si no había algo un
poco más fuerte que aquella bebida tan femenina.
—Eso es un vino importado, Randall, ¿pero qué se puede esperar de alguien que bebe hasta alcohol
etílico puro?
El hombre sonrió exigiendo nuevamente una bebida de
hombres, siendo Orión quien
le fuese a servir un whisky
doble al caballero, quien se quitaba la chaqueta, acomodándose de nuevo en el sofá.
—¿Fuiste
a ver a Lucian? —preguntó Thomas, a
lo cual Randall asintió alegando que así como entró, salió a penas se topó con
la señora Artemisa, que por supuesto, no fue ese el termino que usó para
referirse a la madre de Orión,
el cual le miró de malas al escuchar que le había llamado “arpía”.
Thomas sonrió encantado ante aquella definición; yo
por mi parte no lo culpaba,
aunque no traté mucho con la mujer, era un ser realmente insoportable.
Me levanté del sofá donde Stephano se encontraba
recostado del apoya brazo,
soltándole a Albsev para que me siguiera.
—Ya me dio hambre otra vez… Ven Albsev, vamos a ver que
le robamos a Whinish en la cocina. —Me disculpé con Stephano, soltándole entre dientes. —Necesito hablar
a solas con, Al.
El joven asiático asintió guiñándome un ojo mientras
que yo, pasándole por un lado a Randall, me disculpaba con él, explicándole que mi estómago
era como el de los bebés y debía comer cada tres horas.
—Pues vaya, joven… déjeme algo que no he cenado —expuso sonriendo el hombre mientras Albsev y yo nos
encaminábamos a la cocina.
—Jamás pensé que Randall se apareciera esta noche —alegó Albsev, encogiéndome de hombros mientras le
explicaba que iba a tener que acostumbrarse a verlo si era que en verdad
deseaba una vida junto a Thomas.
—Sabes que sí lo deseo. —Comencé
a buscar en la nevera un poco de pastel y leche.
—E
imagino que aún no le has planteado tus deseos… ¿cierto? —Le miré después de
posar la porción de pastel en el plato sobre la barra de la cocina.
—Sabes que no he tenido oportunidad. —Bufé por la nariz buscando un vaso para
servir la leche mientras le espetaba en un tono irónico.
—Vamos,
Al… tienes miedo de decirle que has estado pendiente de Emma Ezireth desde hace
ya cinco años y que estas buscando el modo de adoptarla, pero sabes que en el
nuevo registro del Centro de Adopción Townsend si uno de los dos padres figura
como vivo… se te va a hacer difícil la adopción, porque los agentes de
asistencia social vendrán a exponerle a él que hay alguien que desea adoptar a
la niña y él por supuesto dará un no rotundo cuando sepa que ese alguien eres
tú, Albsev.
Bebí
del vaso de leche ya servido, mientras que Albsev, pellizcando un pedazo de mi
pastel para llevárselo a la boca, me respondió.
—Él no tiene porque saberlo, eso es confidencial. —A lo que yo le replicaba rápidamente.
—Es abogado, Albsev, se las ingeniará para saberlo, además… ¿dónde la piensas meter? Tú vives aquí.
—Pues teniendo ya el documento no podrá hacer nada. —Suspiré comenzando a comer
de nuevo, sin decir nada más ante aquella terquedad suya, escuchando como soltó
de golpe, imaginando que se lo había pensado mejor.
—Bueno, bueno, hablare con él… ni siquiera mi padre me apoya en
esto, le pedí su ayuda y lo único que hace es decirme que soy muy joven para
lidiar con la paternidad y al mismo tiempo seguir con mi carrera de beisbolista
profesional.
Le asentí haciéndole el típico gesto de “te lo dije”, exponiéndole a continuación.
—Pues yo concuerdo con papá Henrik, pero es tu
decisión y sabes de antemano que si tú saltas, yo salto contigo. —Albsev sonreía agradeciéndome aquellas
palabras, escuchado a Orión
entrar en la cocina refunfuñando de mala gana.
—¿Cree que porque soy su asistente soy su maldito
cachifo?
—Traté de no reírme, imaginando que lo habían mandado a buscar la cena de
Randall.
Éste comenzó a servir de mala gana el plato, mientras
Albsev le soltaba tratando de ayudarle.
—Sabes cómo es Thomas… tú solo llévalo y no le digas
nada, por favor. —Aquello me daba risa, Albsev sonaba como la típica
esposa sumisa que le indicaba a la otra, como si fuese este la cuaima, el cómo
llevar al maridito.
—Que se mame una verga de elefante, este año termino
mis pasantías con él y me voy a trabajar solo. —El ofuscado rubio tomaba el plato, retirándose
mientras yo sonreía terminando mi pedazo de pastel, escuchando como mi mejor amigo suspiraba resignado.
—Déjalo que puteé… él siempre dice lo mismo y allí
está pegado de las piernas de Thomas. —La puerta de vaivén se volvía a abrir, observando que esta vez se trataba del ser que tenía
la capacidad de sacarme una sonrisa a cada tanto.
—¿Se puede? —preguntaba Stephano, apostado en la puerta, mientras yo le sonreía asintiéndole para que entrara.
—Esas conversaciones de ex rebeldes me dan pereza —expuso
el chico entrando al fin,
sentándose a mi lado.
—¿Están recordando los viejos tiempos? —Stephy, como yo le decía cariñosamente, me
asintió tomando una servilleta del servilletero en la mesa para limpiarme la comisura de los labios, mientras que yo simplemente bajaba el
rostro sin desear verle la cara a Albsev, que de seguro se le había puesto como la de los
animes cuando se emocionan,
con el signo de exclamación y los corazoncitos en los ojos.
—Randall está contando una anécdota de cuando Rómulo
estaba vivo, la verdad que me pareció de muy mal gusto, pero ellos son Lestinger y se entienden. —Alcé el rostro al fin, enfocándome en Albsev que se encontraba inmutable.
—¿Orión está con ellos? —preguntó mi mejor amigo, a lo que Stephy negó con la cabeza alegando que casi
le había arrojado el plato de comida en la mesa a Randall deseándoles buenas noches y subiendo las escaleras
algo molesto.
Albsev suspiró nuevamente colocando sus codos sobre la
mesa, descansando su cabeza sobre ambas manos.
—Sé que tendremos la pelea del año… pero no voy a
dejar de luchar por ella —Albsev
tornaba sus ojos fascinado ante la idea de tener a la niña en la casa mientras
proseguía—. Es que si la vieras
Stephano, es tan inteligentes… tan solo con cinco años y pareciera que hablaras
con una adulta en miniatura.
Stephano sonrió alegando que él había visto alguna de
las fotos de la niña que yo le había enviado por el Messenger del Blackberry.
—Ella muere porque yo la saque de ese lugar y se lo he
prometido. —Miré a Stephano, mientras decía, tratando de bajar la voz.
—Este desgraciado… —Señalé a Albsev— Me ha hecho transgredir unos documentos de una pareja
que eran los únicos deseosos de adoptar a la niña. —Albsev sonreía mirando a Stephano mientras yo
proseguía.
—Puse documentación falsa que los hiciera ver mal
delante del gremio de psicólogos y profesionales del Centro de Adopción con tal
de que no se la llevaran.
—¿Y qué querías que hiciera?... ¿Qué me cruzara de
brazos viendo como se llevaban a la niña? —soltó
Albsev tratando de hablar bajo,
pero en un tono contundente.
—Albsev, Emma pudo tener padres ejemplares y tú te
empeñas en obligar a Thomas a que se haga cargo de una niña que no quiere. —Comenzó de nuevo la misma discusión de
siempre, escuchando lo que
el chico me respondía a continuación.
—Él se hace el que no, Asty, pero yo sé que en el fondo él desea saber de
ella, una vez supimos que había un extraño que siempre se acercaba a aquel
lugar, siempre estaba rondando el centro de Adopción. —A lo
que yo respondí rodando los ojos.
—Vamos,
Albsev, pudo haber sido cualquier padre que perdió a su hijo y deseaba
recuperarlo, no creo que sea Thomas…
solo tú quieres creer eso de él, pero sinceramente hubiese sido mejor dejarla
ir.
Albsev se levantaba de la silla con el ceño fruncido, espetándome que iba hacer de cuenta que no había escuchado
aquello saliendo de la cocina,
dejándonos a Stephano y a mí solos mientras yo golpeaba la cucharilla en contra
del pequeño plato para postres una y otra vez tratando de controlar mi
malestar.
—No te sientas mal… ya se le pasará, sabes que es
terco y demasiado bueno, unos nacen para mártires, como Albsev, y otros para ser unos condenados hijos de
puta como Thomas.
Asentí sin dejar de golpear el cubierto en contra de
la losa, percibiendo como
Stephy me quitaba, sin tocarme, la cucharilla, soltándome al oído.
—Estoy algo cansado… ¿Y tú? —Alcé
el rostro observando aquellos ojos achinados que me traían de un ala.
—Igual. —Stephy
tomaba el plato llevándoselo junto con el cubierto hasta el fregadero para
lavarlos, mientras yo buscaba las escaleras de la cocina que daban al ático.
Subí saliendo de aquel lugar rumbo al pasillo central
y de allí al lateral,
donde se encontraban las habitaciones, en busca de la mía, dejando la puerta abierta.
Me cambié detrás del paraban colocándome mis piyamas, buscando la ventana para sentarme en el borde de esta
y así poder observar hacia afuera, escuchando como Stephano tocaba y entraba, mientras yo le pedía que se
acercara.
—¿Cómo va la universidad? —Él
se sentaba en frente de mí alegando que todo marchaba perfectamente, salvo porque había un jodido profesor que
no los dejaba descansar ni un maldito fin de semana mandando un trabajo tras
otro sin darles un respiro. Yo levantaba el rostro mirándole fijamente,
mientras jugaba con los dedos de mis pies.
—Ofrécele algo de comer y le echas ortiga, acedera y
unas semillas verdes de algarrobo y va a defecar hasta el hígado por unas dos
semanas. —Stephano reía
alegando que no podía ser más cruel, pero que sin duda tomaría nota de aquel preparado.
Sonreí aún hurgándome los dedos, escuchando como él me soltaba en un tono
dulce.
—Como moría por estas contigo. —Volvía a sentir aquel maldito calor
inundando mis mejillas, alzando el rostro para verle.
—Yo aún no puedo creer que estes aquí. —Él
alzó su mano acercándola muy lentamente a mi rostro a la espera de mi
afirmativa respuesta ante su cercanía, lo cual siempre lo hacía como pidiendo
permiso para tocarme.
Le asentí, sintiendo como él rozaba mi mejilla con el dorso de su mano, soltándome un "te
amo" en japonés, el cual me hizo sonreír como idiota.
—Watashi mo [Yo también]. —Él sonrió nuevamente hurgándose en el
bolsillo de su camisa, haciéndome sentir una punzada en el estómago
ante lo que había decidido hacer esta noche desde que lo había visto llegar, a
sabiendas de lo que buscaba en la prenda de vestir.
Stephano sacó aquel corazón dorado con la palabra “Kiss” escrita en medio, el cual usábamos
para darnos besos desde hace cinco años, aunque más que usar aquello, nos besábamos por medio del Blackberry con las
estúpidas caritas de los emoticones que salían siempre con el pico alzado y un
corazoncito al lado.
Sí, éramos los seres más cursis del planeta, pero no
me importaba ser así, Stephano me había regalado cada día de nuestras vidas
juntos, momentos inolvidables como aquella primera vez que implementó aquello
del beso.
“Nos encontrábamos
cerca del lago, en el colegio, después de haberle pedido
disculpas al chico sobre mi arranque de rabia ante lo del obsequio del capullo
en el cubo de cristal.
—No sabes lo feliz
que me has hecho al decirme eso —alegó Stephano ante mi respuesta sobre si le
pensaba dar una oportunidad, siendo mi respuesta afirmativa.
—Bueno, como todo
comienzo de relación pienso sellarlo con un beso. —Yo me levanté del banquito de madera
completamente serio, a lo que
el asiático me imitó metiendo su mano dentro de uno de los bolsillos de su
pantalón, extendiendo luego su mano esperando a que yo colocara la mía debajo
de la suya.
—¿Qué es eso? —A lo que Stephano respondió con una amplia
sonrisa.
—Un beso. —Yo lo
miraba incrédulo colocando, al fin, mi mano debajo de la suya sintiendo como
algo caía, esperando a que él retirara
la suya para ver de qué se trataba.
Un pequeño corazón
dorado con la palabra “Kiss” escrito en letras rojas reposaba sobre la palma de mi mano, mientras Stephano soltaba con una
amplia sonrisa.
—Nuestro primer beso. —Él extendía su mano para que yo lo colocara
de vuelta en su mano y yo lo hacía con el ceño fruncido.
—Eres un idiota. —Empecé a
caminar hacia los dormitorios, comenzado
a sonreír como tonto, a lo que
él me soltó sin dejar su puesto cerca del lago.
—SERÉ UN IDIOTA, PERO
SÉ QUE TE ESTÁS RIENDO, ASTAROTH, Y NO DE BURLA… TU CORAZÓN PALPITA TAN RÁPIDO
QUE SIENTES QUE ESTÁS A PUNTO DE SUFRIR UN ATAQUE DE ASMA.
No se equivocaba, mi
corazón estaba sufriendo una arritmia cardiaca que
me hacía sentir algo de asma y no solo eso… la sonrisa de estúpido no se me iba
ni queriendo, sintiendo por primera vez lo que era sentir algo intenso por
alguien”.
“Vamos, Asty… son ya cinco
años y el pobre se lo ha aguantado como todo un guerrero… si yo fuera él, ya te
hubiese dado una patada por el culo y me buscaría a alguien normal”, me alenté a mí mismo
mentalmente, sintiendo como me tomaba de la mano, posando el corazón en la
palma de ésta, cerrando mis dedos con fuerza para expresar que lo recibía con intensa
pasión.
Stephano me miraba fijamente, mientras yo le soltaba
tratando de no sonar alterado.
—¿Por qué yo?... es decir, ya sé que te lo he
preguntado cientos de veces, pero sigo sin saber porqué me amas tanto, justo a
mí que tanto te odié y te traté como excremento de caballo—A lo que él
respondía sin dejar de verme a los ojos.
—Porque no hay otro Astaroth en el mundo, pueden haber
muchos Stephanos, e incluso muchos Albsevs… pero jamás dos Astaroths… y ese es
mío y no dejaré que se me escape tan fácilmente.
Apreté los labios tratando de no sonreírme como un
idiota, llamándolo demente mientras él alegaba que así era, y que el único
culpable de su locura era yo.
Sonreí al fin sin poder ocultar mi nerviosismo,
escuchando como él me pedía un beso extendiendo la palma de su mano.
El corazón me latía aceleradamente, mientras giraba y
giraba aquel corazón entre mis manos, aún sin saber cómo demonios hacer aquello
que me había planteado toda la noche.
Abrí la ventana unos centímetros dejando caer el
diminuto corazón entre los arbustos que quedaban debajo de mi habitación,
mientras bajaba mis pies, acercándome a él.
Tomé su mano, aquella que él había extendido hacia mí
esperando a que colocara el pequeño corazón en su palma, apretándola con
fuerzas, sintiendo como un nuevo ataque de asma emotiva amenazaba mi sistema
respiratorio, observando sus labios,
mientras él me miraba intensamente, sintiendo como le comenzaron a sudar las
manos.
—Yo también quiero un beso, uno autentico, real
—respondía sin poder creer que al fin lo había dicho, sintiendo como el rostro
se me afiebraba y los malditos murciélagos revoloteaban mi estómago, haciéndome
sentir más hambre de lo normal.
Bajé el rostro después de decir aquello, observando de
soslayo como Stephano se acercaba a mí, preguntándome si estaba seguro de aquello.
—Tan seguro como el puñetazo que se estrellará en tu
cara si no lo haces ahora. —Stephano soltó una risa nerviosa alegando que si
era por las buenas, él encantado de la vida, y acercándose a mí lentamente posó
sus suaves y cálidos labios sobre los míos sin moverse y sin ejercer presión
sobre los míos, tan solo apretándome la mano como esperando que después de
aquel cincuenta por ciento que él había entregado, yo entregara el otro
cincuenta.
Traté de controlar mi respiración, aunque en realidad,
más bien era como si mis pulmones hubiesen olvidado cómo hacerlo.
Sentí que mi cuerpo temblaba y no lograba dar aquel
cincuenta por ciento que Stephano esperaba, despegando mis labios de los de él
bruscamente.
—¿Estás bien? —preguntó el chico mientras yo me
apartaba de su lado, sintiendo como mis pulmones volvían a funcionar.
—Sí, estoy bien —respondí apretando las manos en un
puño, deseando que uno de ellos se estrellara contra mi cara de imbécil.
“¿Por qué reaccionas así si
te ha gustado, maldito estúpido?” me reprochaba a mí mismo mientras sentía como Stephano se posaba a mi
lado tomándome el dedo meñique y el anular, jugando con ellos como un tímido
niño.
—Ellos no están, Astaroth, yo jamás dejaré que esos
fantasmas vuelvan a torturarte. —Volteé el rostro para verlo sin moverme de mi
rígida postura, sintiendo como los ojos se me humedecían, tragando grueso, tratando de controlar el deseo de llorar.
—Es más fácil desistir, Steph, que seguir luchando.
—Él negaba con la cabeza, sonriéndome dulcemente.
—Si quisiera algo fácil, hubiese ido a buscarlo en el
ChoCho Hotel Restaurant de la calle Market 1400… yo te quiero es a ti,
Astaroth… ¿entiendes?
Le sonreí tímidamente mientras él se colocaba frente a
mí, levantándome el mentón para que lo viera a los ojos.
—A lo mejor necesitas descansar, debes de estar
agotado… te dejaré solo para que duermas… —Negué con la cabeza, apretándole la mano fuertemente.
—No, no quiero que te vayas… duerme conmigo hoy,
¿sí?... como aquella vez. —Él me sonrió y asintió encantado de quedarse a mi
lado.
—Si bien dices ser quien le da pelea a mis fantasmas,
pues ellos me atacan de noche y quiero que mi guerrero samurai esté cerca para
ahuyentarlos. —Él hacía aquel gesto de inclinarse hacia delante, alegando que
sin duda se pondría su traje y dormiría con su espada sobre el pecho para
protegerme.
Aquello era tan cursi como infantil… pero no podía
negar que me fascinaba pensar que Stephano poseía ese don de alejar mis
temores, y el imaginarlo como en un cuento infantil le daba en cierto modo un
toque dulce e inocente, algo que me habían robado hace tiempo a muy temprana
edad... “mi inocencia”.
Salimos de la habitación… yo me quedaba en el pasillo
mientras él iba en busca de un colchón en el ático, escuchando como subían las
escaleras, contemplando como Albsev trataba de llevar a Thomas hasta su
habitación, completamente ebrio.
Stephano había hecho un hechizo reductor sobre el
colchón del ático trayéndolo en la mano, mientras ambos hombres se posaban
frente a la puerta de su recamara, escuchándole decir a Thomas.
—¿No les basta una cama para la follada?... mira lo
calentón que nos salió el Astaroth, Albsev.
Stephano reía mientras yo miraba a Albsev como
tratando de que leyera en mis ojos que debía darse cuenta lo que le esperaba
con una relación con Thomas y la niña, todo en un mismo paquete, a mi parecer,
poco atractivo.
Albsev bajó la mirada mientras yo le deseaba buenas
noches a ambos, observando como mi mejor amigo dejaba a Thomas recostado de la
pared para abrir la puerta.
—Eso pasa por ligar vino francés con whisky dieciocho
años —exponía Stephano, mientras Thomas reía alzando el pulgar a modo de que
así mismo había sido, preguntándole a Albsev que maniobraba entre mantener a
Thomas de pie y abrir la puerta, que al parecer se había trabado.
—¿Y Randall? —Albsev al fin abría la puerta, mientras
Thomas era quien respondía con la lengua algo enredada a causa de las botellas
demás que había ingerido.
—Se fue, el muy maldito viene a beberse mi whisky y
luego se va y que a pasar la noche en el cementerio… ¿Qué mierda va a hacer en
un puto cementerio?... maldito mentiroso, de seguro se va de putas por los
bares de Chattanooga.
Stephano y yo alzábamos una ceja ante las palabrotas
que soltaba el prestigioso abogado gubernamental y nuestro benefactor en contra
de su tío, que al parecer, estaba más loco cada día, o simplemente en verdad le
había mentido ya que era muy extraño aquella respuesta suya de pasar la noche
en un cementerio.
Albsev volvía a aferrar a Thomas para adentrarle en la
habitación, despidiéndose de nosotros, escuchando como Thomas se despedía en
noruego, japonés, inglés e italiano, oyendo como cerraban la puerta y Stephano
reía negando con la cabeza.
—Deberíamos embriagar más seguido a Thomas, es más
sociable cuando está ebrio.
Se escuchaba un golpe y luego a Albsev exclamando el
nombre de Thomas, mientras el embriagado hombre gritaba de mal humor.
—¡ALBSEV!... DEJA DE CAMBIAR MI CAMA DE LUGAR.
—Pero Thomas, si está donde siempre, esa es la
peinadora —Stephano y yo moríamos de las risas encaminándonos hacia la
habitación.
—Retiro lo dicho, ese mal humor no se le pasa ni queriendo
—Yo le asentí entrando al fin a la habitación, metiéndome en la cama mientras
Stephano restauraba a su tamaño normal el colchón, colocándolo en el suelo.
—Seme sincero, Steph… ¿Crees que Thomas sea la persona
para Albsev? —Stephano comenzaba a colocar las sábanas y las almohadas,
mientras respondía mi pregunta.
—Esa relación comenzó de un modo tormentoso, eso no es
muy buena señal de que resultará, supongo que Albsev se ha aferrado a ella por
ser lo único que ha conocido y se rehúsa a salir de esta.
Lo miré tratando de comprender porque Albsev en cinco
años aún no lograba desprenderse de aquel amor enfermizo que sentía por su
antiguo verdugo, imaginando que aún existía ese tipo de intimidad
sadomasoquista entre ellos.
—Pues tú entras en ese gremio, ¡eh! —alegué cruzando
mis piernas sobre la cama, tomando las sábanas, haciéndolas un mohín sobre mis
piernas.
—¿Ah, sí?... ¿y eso por qué?
—Pues porque te empeñas en amar a alguien que no te
conviene —Stephano comenzó a desvestirse detrás del paraban, respondiéndome en
un tono amable.
—A mí lo que no me conviene es dejarte y perder la
única posibilidad de poder ser feliz con alguien que ama mis pantys.
Al decir aquello salió detrás del paraban, jalándose por un costado la braga azul
celeste que había descrito horas atrás, escuchando aquel sonido de la liga
golpear su piel, haciéndome sentir de nuevo aquel calor en mi rostro, mientras
se acomodaba el pantalón de algodón de la piyama, cubriéndose lo poco que me
había mostrado de aquella ropa interior femenina.
—¿Puedo preguntar? —Stephano se sentaba en mi cama,
montando los pies sobre su colchón colocado en el suelo.
—¿Por qué uso ropa interior femenina? —Asentí tratando de no reírme.
—¿Por qué jamás me lo habías preguntado? —A lo que yo
respondí observando los detalles del estampado de las sábanas.
—No quería incomodarte. —Él acercó su mano a la mía,
extendiéndola para que yo fuese quien tomara la suya.
—Sabes que no me incomoda… —Posé mi mano sobre la de él sin verle aún a la cara—
Simplemente me gusta, no es que desee ser mujer… estoy a gusto con mi
sexualidad, simplemente me agrada la ropa interior femenina… es delicada, fina,
suave y me hace sentirme “come una
regina” [como una reina].
Apreté con fuerza mis labios para no reírme,
levantando al fin el rostro para ver su expresión de disfrute al decir aquello.
—¿A ti te incomoda? —preguntó él acomodándose mejor
sobre mi cama.
—¿Te soy sincero? —Él
me asentía con una amplia sonrisa, comenzando a sentir en mi rostro aquel rubor
que volvía a hacer estragos en mi integridad.
—Me agrada. —Bajé de nuevo el
rostro mientras él sonreía, podía ver aquellos espectaculares dientes blancos
suyos de soslayo.
—¡Así que al joven le agrada la lencería fina! —Suspiré tratando de explicar mejor aquello.
—No es que me guste en mí o verlo en hombres… no poseo
fetiches raros, es solo que recuerdo algo de niño. —Él
me miraba sin decir nada, completamente atento a mi explicación.
—Verás… el día que logré escapar al fin de mis padres,
después de acabar con sus vidas… deambulé varios días en la calle comiendo de
la basura… yo por supuesto no sabía aún que era mago y no podía creer que con
solo desear tan intensamente que la tierra se los tragara sucediera así como
así… pensé que Dios había escuchado mis plegarias.
Por supuesto, aquello había sucedido a medias ya que
no poseía mi báculo,
haciendo que la tierra se abriera y se cerrara a la mitad del proceso, a lo que ambos cuerpos explotaron ante la
presión, bañándome de sangre, creando en mí, aquella acromatopsia postraumática de la que había sufrido por
tanto tiempo.
Stephano asentía, alentándome a proseguir.
—Una de las tantas noches, antes de que el Señor
Henrik me llevara al C.A.M.A.,
contemplaba en una vitrina de ropa íntima a una joven que arreglaba los
maniquíes mientras cantaba… yo miraba como vestía aquellos muñecos con aquellas
bragas delicadas de seda y encajes con una amplia sonrisa. Ella volteó a verme
y me sonrió dulcemente señalando varias de las prendas como preguntándome cual
me gustaba para ella —Stephano no decía
nada y simplemente me escuchaba atento.
—Yo le señalé unas cuanta y ella las tomaba
colocándoselas sobre la ropa que llevaba y modelaba como tratando de hacerme
reír… ella poseía aquel brillo púrpura en sus ojos… ese que yo también poseo, y al cual jamás le di importancia… me
invitó a entrar en su tienda y me ofreció comida… mientras yo me devoraba todo
aquello, ella llamó a las
autoridades pertinentes y fue allí cuando vi por primera vez al señor Henrik…
ella me ayudó a salir de las calles y siempre recuerdo aquel momento como uno
de mis pocos recuerdos gratos de infancia.
Stephano se había recostado en la cama mientras yo
narraba aquella historia,
alegando que le agradaba mucho saber que su extraño fetiche causaba el recuerdo
de aquel momento tan especial.
Sonreí aún con las manos entrelazadas, explicándole que por mí… podía usar toda
la ropa interior femenina que le agradara.
—¡Gracias!… ahora, vamos a dormir. —Me estiré sobre la cama mientras él se arrojaba al
colchón, metiéndose debajo
de las sábanas.
Me incliné recostándome boca abajo para verlo, soltándole sin desear irme a dormir, ya
que sabía que para mañana ya no lo tendría a mi lado.
—Si pudieses quitarme algunos de mis traumas… ¿Cuál
sería?
—Stephano suspiró colocando
los ojos en blanco para responderme, mientras posaba uno de sus brazos detrás
de la nuca.
—Te contaré una anécdota que leí hace tiempo en un
libro de auto superación. —Asentí esperando a que comenzara.
Un tendedero
londinense de la época victoriana poseía una grotesca joroba que lo hacía ver
por demás horrendo y sin ningún ápice de gracia.
Un día entró a
aquella tienda una hermosa mujer, de deslumbrante belleza… aquel tendedero
quedó prendidamente enamorado de la chica, aunque por supuesto él sabía que
jamás, jamás… una mujer tan hermosa, llegaría a fijarse en él.
La joven lo miraba
con recelo y hasta cierto asco… tomó lo que pensaba comprar y al momento de
pagar ella trataba ni siquiera el tener que verle, sacó su monedero y preguntó
al tendedero que no dejaba de verla con ojos de ensueño.
—¿Cuánto le debo? —A
lo que el caballero respondió.
—No es nada. —Ella le
miró asombrada, preguntando
nuevamente que cuánto le debía, a lo que
él volvía a responder que no debía nada, que él ya había pagado todas sus
deudas. Ella
extrañada y asombrada, preguntó.
—No comprendo. —El
caballero respondía sonriéndole amablemente.
—Cuando estuve en el
cielo… antes de nacer, me mostraron a la mujer que sería el amor de mi vida
para siempre acá en la Tierra, era
realmente hermosa, pero esta nacería
con una grotesca joroba, yo al contemplar tan horrendo futuro le pedí al Todopoderoso que me entregara a mí aquel castigo
y que la liberara de todas las horrendas cargas que pudiesen caer sobre ella y
me las entregara solo a mí, así que… usted no me debe nada… ya llevo yo todas y
cada una de sus cargas, males y pesares por usted.
Desde ese preciso
momento la mujer cayó rendida a sus pies, convirtiéndose en su fiel y devota
esposa.
No me había percatado
hasta ahora, que Stephano había terminado su narración, que una lágrima corría
por mi mejilla izquierda seguida por otra del
otro lado de mi rostro.
—Si yo pudiera llevar todos y cada uno de tus
traumas sobre mí, juro por Gea que lo haría…
no para que dejaras tocarte o por el simple deseo carnal —Éste negó con la cabeza mientras proseguía—, sino por el
simple hecho de que cada uno de tus segundos de vida fuera única y
exclusivamente de dicha, felicidad y entera alegría para poder ver esa hermosa
sonrisa que tienes.
Quería gritar, quería
arrojármele encima y comérmelo a besos, decirle que
no podía ser tan perfecto y que temía que en cualquier momento se desvanecía y
darme cuenta que todo había sido un sueño.
Las lágrimas no paraban
de fluir mientras Stephano, sentándose en el colchón, tomaba las
sábanas para limpiarme el rostro.
—Sé que eres de pocas palabras, pero cada una de
tus lágrimas han respondido perfectamente por ti.
—Aparté las sábanas para que limpiara mi rostro tan solo con sus dedos.
—Ya entiendo porque muchos no pueden vivir con una
relación donde no hayan roces… cuando me haces sentir así de especial, mi cuerpo pide a gritos
ser tocado, pero mi mente se rehúsa rotundamente…
Stephano negó con la
cabeza alegando que llegaría el día en que mi cuerpo y mi mente estuviesen de
acuerdo, y allí estaría él esperando pacientemente
para entregarme aquella primera vez que me había sido arrebatada.
Acaricié su rostro y él
besaba mis manos… jamás pensé que aquel ser al que detesté con todas mis
fuerzas fuese ahora el único objeto de mi amor verdadero que nació de mi único
odio de mis años de colegio.
—Te amo —le solté en un susurro ahogado a causa del llanto acumulado en mi
garganta mientras él me respondía que también me amaba en japonés.
Me recosté en la cama y
él hacía lo mismo, pero sin
dejar de mantenernos tomados de la mano
dejando
mi brazo guindado, sintiendo como él jugaba con mis dedos mientras poco a poco
el cansancio hacía estragos en mi persona.
De algo estaba seguro…
mejor que un atrapa pesadillas para alejar a los fantasmas de mis sueños, estaba mi hermoso mago samurai que no
dejaría que ellos perturbaran mis horas de sueño… nunca más.
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Stephano es todo un amor.
ResponderEliminarDios, como lo adoro, ese amor incondicional que le demuestra a Astaroth, es simplemente hermoso, hasta a mí me dieron ganas de llorar con lo que le dice.
Ya quiero el libro completo TwT
Muchos saludos!!!